Un incordio de pelo rojo

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Las bajas de Paradis superaron las doscientas. Lograron explotar al cuadrúpedo, al acorazado y al mandíbula, todos ellos demasiado agotados para volverse a convertir, exceptuando al mandíbula. Galliard aún conservaba algo de energía a pesar de que sus músculos estaban agarrotados y también había sufrido muchos daños. Protegido dentro del cuerpo de su titán y conectado a su musculación, sólo podía seguir arrastrándose entre el incendio forestal, el humo de las explosiones y los titanes puros, que seguían alimentándose indiscriminadamente de todos los eldianos que encontraban a su paso. Si Eren volvía a dirigirse a Liberio sin titanes que pudieran proteger Marley, la situación podía complicárseles demasiado. Pieck trató de volver trotando hasta los barcos, pero cuando llegaron, se los encontraron también explotados y hundidos en el mar. Estaban atrapados en Paradis. Galliard observó que de pronto el titán carguero empezó a abrasarse y pudo ver sus huesos. Agazapada bajo la tráquea estaba su compañera, con el rostro magullado y las piernas amoratadas en las rodillas.

—Pieck... ¿me oyes?

No hubo respuesta.

—Genial —masculló Galliard, cerrando los ojos.


Al otro lado del bosque


Habían tan pocos soldados disponibles vivos y enteros, que Levi ordenó que se dispersaran en parejas y grupos de tres para llegar a las murallas de Rose con extremo cuidado, evitando el contacto con los titanes puros. Habían logrado la retirada marleyense a cambio de sufrir incontables muertes. Galliard era el único titán que aún conservaba fuerzas para mantener su forma, y supuso que ante el peligro que suponía andar como humano por esas hectáreas, se quedaría transformado el mayor tiempo posible. Por eso dispersó a sus subordinados más capaces para acampar cerca del mar, suponiendo también que, por lógica, algún barco vendría a buscar a los titanes cambiantes.

La batalla había sido tan reñida y tan larga, que los sobrevivientes quedaron en las últimas y muy desfallecidos. Hitch había sido enviada a Paradis junto a sus compañeros Viv y Dennis, pero cuando llevaba tres horas cabalgando a tanta velocidad fue frenando el caballo despacio, aminorando el paso hasta detenerlo.

—¿Qué demonios haces, Hitch?

—¡Seguid, ahora os alcanzo! —gritó, dejando que se alejaran. Viv se quedó mirándola unos instantes, pero el miedo siempre podía a la razón, y siguieron su trayecto sin ella.

—Dios... —dio un suspiro al no sentirse ya observada y con cuidado, bajó de la montura. Tenía la entrepierna adormecida, las piernas con un fuerte dolor de circulación, y por supuesto, una fatiga muscular que no la dejaba ni rascarse la oreja sin tener una punzada. Movió despacio los tobillos y sintió cómo le temblaban por agarrotamiento. —Y encima huelo a cuadra —Suspiró al mirarse la ropa que llevaba. Tenía ganas de un baño caliente, imaginárselo le daba tanto placer... hizo de tripas corazón y volvió a subir al caballo, notando un fuerte dolor en el trasero y nuevamente en sus ingles. Cabalgar nunca había sido tan doloroso como aquel par de días. Qué maldito suplicio.

Al dejarse caer sobre la silla notó el discurrir de su colgante, acariciándole el cuello. Aquello la hizo abandonar todos los pensamientos negativos que tenía acerca de la guerra de inmediato, el recuerdo de Marlo y su sufrimiento la hacía obligarse a cerrar el pico. Había tenido mucha más suerte que él. Suspiró y volvió a avanzar, buscando con la mirada a sus amigos.

De repente, un fuerte estruendo. Hitch paró al animal en seco de nuevo, temerosa. Le pareció sentir un temblor de la tierra. Miró en todas direcciones, estaba sin árboles ni rocas... pero la colina empinada que tenía en frente tapaba lo que acontecía al otro lado. Se humedeció los labios despacio, sintiendo su corazón palpitar más deprisa. Un nuevo temblor.

El precio del descaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora