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—Eres mi ángel porque siempre te preocupas de mí, me cuidas y me mimas cuando lo necesito.

Satoru se aferró a su cabello negro, tironeando de él. Su cuerpo se estremecía sintiendo el paño húmedo con el que lo limpiaba. Asintió, con la voz destrozada en lágrimas por el dolor, daba igual que fuera delicado con él, su cuerpo era un suplicio.

Desplazó el tacto a sus hombros, agarrando la tela de la chaqueta de su uniforme, clavando las uñas en él cuando un raspón ardió como el incendio.

—Toji... —Lloriqueó, queriendo pedirle que se detuviera, pero sabía que no lo haría. Estaba haciendo aquello porque lo quería, él también. —Te quiero.

El hombre miró hacia arriba, sentado sobre una roca plagada de agujeros de bala. Pegaba la cabeza a su abdomen y estiraba los brazos para limpiar con un trapo que había encontrado el interior de sus muslos, retirando toda la sangre. Se había puesto frente a él porque no quería que se sintiera sucio o incómodo mientras lo hacía.

Por ello reposaba la frente contra su camisa, sus dedos rozando su piel desnuda. Había bajado sus pantalones sólo por la parte de detrás, frotando los trazos de sangre seca y palpando con cuidado.

—Déjame cuidar de ti ahora. —Pidió su Teniente, poniendo una mano en la parte baja de la espalda, como si lo estuviera abrazando. —Va a doler, ¿vale? No me sueltes.

No, no le soltaría. Aún quedaban demasiadas anécdotas, demasiados besos silenciados, demasiadas siestas en medio del bosque; Satoru no lo soltaría porque aún quedaban demasiadas charlas nocturnas, tumbados bajo las mismas sábanas abrazados; demasiadas duchas románticas donde poder acariciarse y hablar con tranquilidad, como si no hubiera nadie más en el mundo. Como si sólo estuvieran ellos dos.

Satoru no le soltaba, mientras apretaba la mandíbula y sentía el paño humedecido con su saliva —no había querido arriesgarse a tomar el agua de los charcos posiblemente contaminados— subiendo hacia su trasero, arrastrando la sangre del horror de la guerra. No era lo mejor, necesitaba un médico, pero era lo único que podía hacer en aquel instante.

Ver cómo cerraba sus ojos verdes y profundos, suspirando contra su camisa, frustrado porque le estaba hiriendo. Peinó su cabello hacia atrás, sus dedos se enredaron en los nudos y los deshizo con delicadeza, y un tirón no intencional cuando un respingo sacudió su débil cuerpo. Sus rodillas temblaban, los recuerdos parecían vivos y Toji era lo único que tenía.

Metió las manos por dentro de su chaqueta, tocando su espalda de piel curtida y seca por el frío. Sentía cómo se movía con lentitud, apartando la sangre y el veneno de su cuerpo. Aún quedaban demasiadas confesiones, demasiados abrazos en la cama.

Deslizó el tacto a su pecho, sin saber dónde apoyarse. Cerró los ojos, estremeciéndose con un grito ahogado, notando su mentón alzándose y mirándole.

—¿Qué tienes aquí? —Preguntó, intentando enfocarse en otra cosa que no fuera la sensación de su trasero, de sus muslos y los hematomas. Notaba algo duro bajo el pequeño bolsillo de su pecho, quiso meter la mano, pero el hombre se lo impidió.

—Todo lo que siento por ti. —Susurró Toji, dándole una leve sonrisa. Sus mejillas se tornaron de rosa cuando tomó su mano y besó su dorso.

Aún tenía que reírse con él, tenía que sacarse fotografías y colgarlas por toda una pared. Tenía que regresar vivo a casa y presentarle a Crispi, ver cómo se peleaban por sentarse en su regazo y dormir sobre él. Tenía que conocer a su bonito hijo y ayudarle en sus tareas de clase, le enseñaría matemáticas, le ayudaría a memorizar el temario de historia y le prohibiría ir al ejército. Sí, sería lo único que le prohibiría.

Fallen || TojiSatoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن