Capítulo 19

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Elaine entró al salón de armas, paseó la mirada por la habitación, asombrada y emocionada. El lugar era majestuoso. En las altas paredes, todo tipo de armas: escudos, espadas, armaduras, y los ventanales enormes dejaban que la luz se cuele, produciendo un ambiente encantado. William ya estaba ahí, ella había tardado un poco más de veinte minutos, por quedarse a hablar con River. Lo miró, y no supo ni como caminar. Estaba el hombre, solo con los pantalones de deporte que se le pegaban a los muslos, el torso desnudo, y haciendo pesas. Ella sacudió la cabeza e intentó borrar que hace unos minutos ese ser había estado junto a ella, en la misma cama, sosteniéndose de su cintura, mirándola a los ojos.

«A su puta madre», pensó y suspiró. Sonrió como quien no quiere y se acercó al entrenador.

—¿Empezamos? —preguntó con una sonrisa fingida. Desvió la vista, porque si seguía por esos derroteros, no iba a poder hacer nada.

—Llegaste —dijo Alistair—. Vamos a meditar, tú —llamó a William.

Alistair estaba vestido con una especie de chaleco de mallas metálicas. Cuando William vio entrar a Elaine quedó con la boca abierta, pues ella estaba vestida con ropa de entrenamiento, un top y calzas cortas.

—Bien, ¿qué vamos a hacer? —preguntó la chica mientras se hacía un moño en la cabeza —¿Vamos a correr?

—No —contestó Alistair con un tono burlón —. Esta no es una rutina de ejercicio, señorita McKenzie. Es un entrenamiento, para la guerra.

William y Elaine intercambiaron las miradas, ambos estaban desconcertados por las palabras de Alistair. Intentaron hablar, pero el hombre se sentó en el suelo y los invitó a hacer lo mismo, sabían que no quedaba más que obedecer.

—¡Vamos aprendiendo que no deben ser tercos!

—La verdad, es más fácil discutir con las personas estando a la misma altura —bromeó Elaine y lo empujó con el hombro.

—Ya decía —Alistair se pasó las manos por el rostro—. Empecemos.

Hizo que Elaine y William se sienten frente a frente, luego les ordenó que: él coja la mano izquierda de ella con su derecha y ella con su derecha la mano izquierda de él, formando con sus brazos el símbolo del infinito.

—Mírense a los ojos —ordenó Alistair—. Concéntrese... busquen cada uno en el interior del otro, esto es muy importante... ustedes deben conectarse, ver en la profundidad del compañero, buscar hasta sus entrañas, sus almas deben comunicarse... vincularse

—¿Cómo si tuviéramos bluetooth? —dijo Elaine riendo.

—Señorita McKenzie... —Alistair rodó sus ojos, y con esa advertencia ella enderezó la espalda.

William y Elaine se observaban, al principio, el acto era incómodo, los dos tenían la necesidad de dejar de mirarse, por vergüenza, o quizás, porque tenían miedo de que el otro se conectara realmente.

Alistair comenzó a cantar por lo bajo. Elaine podría jurar que era el mismo canto que el de las mujeres que anoche la hablaron, sin embargo, habían cosas distintas en su prosa, aunque ella no comprendía las palabras, quizás, porque estaban en gaélico.

La mujer soltó el aire que llevaba retenido en sus pulmones, al igual que William, ambos habían sincronizado sus frecuencias respiratorias y ni cuenta se habían dado, sus manos estaban sostenidas con fuerza, y el silencio se adueñó de sus oídos.

No había cantos, solo el sonido de sus latidos, Elaile sabía en qué momento Wiliam iba a soltar el aire y ella, lo imitaba de manera casi involuntaria.

Mi querido EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora