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•Sangre Divina•
Danae amaba las tormentas. Era como si el cielo se quejara por todo lo que los humanos le hacían pasar. Una tormenta sin rayos, sin duda, era un insulto para el dios de los cielos; uno que, al parecer, el dios del mar había provocado.
Poseidón estaba en la cima del Empire State reunido con su hermano menor, Zeus, que no estaba para nada contento. Para Poseidón, fue fácil adivinar el estado de ánimo de su hermano: tenía la misma mirada de pocos amigos que solía suavizar cuando se veían después de mucho tiempo.
Esta vez, no la quitó de su rostro.
-Zeus -llamó Poseidón, acercándose a su hermano, buscando calmar su humor con algo de cordialidad.
-Poseidón -saludó él cuando estuvieron frente a frente.
-Han pasado muchos años -mencionó el dios del mar con calma.
El dios de los cielos ignoró su intento de amabilidad y volteó a ver el cielo. Poseidón odiaba que su hermano hiciera eso, pero no lo reprochó. A veces era mejor callar cuando se trataba del menor; nunca sabías cuándo iba a explotar. Era algo que tenían en común.
-¿Qué ves ahí?
Poseidón examinó con la mirada el cielo nubloso. Grandes nubes oscuras que se perdían en el azul profundo de la noche; le pareció totalmente normal.
-Nubes de tormenta.
-Sin rayos... robados -gruñó Zeus, dándole la espalda a su hermano mayor.
Poseidón se tensó; la ofensa lo golpeó mucho antes que la implicación. ¿Cómo se atrevía? Después de tanto tiempo sin verse...
-¿Qué? ¿Crees que yo los robé? -preguntó Poseidón, incrédulo-. La omnipotencia te ha cegado, hermano; tenemos prohibido robar nuestros poderes.
Lo recalcó mientras caminaba a su lado, intentando alcanzarlo para devolverle las palabras.
-Pero nuestros hijos no -acusó Zeus.
La mirada de Poseidón cambió. Culpaba a su hijo, al niño que no veía desde que era un bebé, al adolescente que ignoraba por completo quién era. Sus puños se apretaron; quería golpear algo.
-¿Acusas a mi hijo? No lo veo desde que era un bebé; no me conoce ni sabe quién es, por tu culpa -dijo con la mandíbula apretada-. ¿Qué hay de tu protegida?
El comentario tensó a Zeus. Poseidón casi sonrió; a veces era bueno recordarle a su hermano lo mal que se sentía que se metieran con algo que apreciabas: tu ego, tu amor.
-No te atrevas, hermano -gruñó Zeus, dando un paso adelante.
Poseidón lo encaró y no perdió la oportunidad de burlarse aún más. El enojo por que culparan a su hijo -o a él mismo- seguía latiendo en sus venas.