C A P | O2

61 6 5
                                    

Miro hacia el techo y me quedo pensando en la terrible decisión que fue permitir que Milo dejará mi ropa interior pegada a esa pared. Dios... ¿qué pensaría Alex de esto? 

Suelto un suspiro de frustración y veo como la figura de Milo se va haciendo más grande conforme se acerca. Sus rizos se mueven conforme camina, luce tan... no sé ¿artístico? El tipo de chico que fácilmente podría ser una estrella de rock. Tiene una hoodie oscura y unos pantalones de mezclilla, y aún así me hace sentir como si estuviera mal vestida. 

—¿Lista para comprarte algo bonito? —me sonríe, a lo que yo simplemente pongo los ojos en blanco.—Hey, yo estaría feliz si fuera tú. Ya no tendrás que usar esa horrible tela.

—¿Horrible? —inquiero molesta.—Horrible tú. 

—Muy madura. 

Ambos caminamos por el centro comercial, intento buscar la tienda con la mirada pero no la logro encontrar. Milo no se despega del cel, teclea como loco con sus pulgares y eso me recuerda a un hombre encorvado que llegué a ver en un episodio de Black Mirror. 

—¿Todo bien? —le pregunto, veo que alza la mirada de su pantalla y hace una mueca con los labios.

—Si si. ¿Encontraste la tienda que estabas buscando?

—No, no encuentro...

—¿Los secretos de Victoria? 

Eso me hace reír. 

—Justo eso. Los esconde muy bien la desgraciada. 


Por fin veo la tienda al fondo, y eso me da mucha tranquilidad. Ahora solo queda encontrar la pieza fundamental. 

—¿Eres nueva? —escucho que pregunta Milo, conforme paso mis dedos por los sostenes. 

—Si, acabo de llegar hace unos días —no digo más, no creo que haga falta. 

—¿De dónde? Sé que no eres de aquí, lo sé por tu acento. 

—De México. 

—Ah, latina —y ahí está, el cambio de tono— . Hubieras empezado por ahí. 

—Déjame adivinar, también te vendieron el cuento de que las latinas somos mujeres muy fiery. Somos súper divertidas y nos encanta la fiesta. 

—No me digas que es mentira. 

—Literalmente soy lo opuesto a eso.

—Agh —finge estar dolido.— . Es como decirle a un niño que no existe Santa Claus. 

Me llevo una mano al pecho.—¿Cómo? ¿No existe? 


No entiendo esa etiqueta que nos tienen puesto los extranjeros a las mujeres latinas. Agradezco a las series televisivas de mujeres que exageran el acento y de ley tienen que ser todas iguales, explosivas, fiesteras, groseras... no sé. No es malo disfrutar las fiestas, solo no entienda la etiqueta absurda de los extranjeros dando por hecho cosas que no son. 

Al llegar al dormitorio miro hacia los ojos verdes de Milo una última vez. 

—Gracias... eh... por esto —alzo las 4 bolsas de Victoria's Secret. 

—Gracias a ti... por lo de la otra noche. 

—Bye Milo. 

Me doy la media vuelta lista para seguir camino. 

—Espera... Mia. 

Me detengo y me giro nuevamente para verlo.—¿Si?

—No creo que seas como las latinas de la tele, y espero que sepas que no pienso eso de ti —su mirada parece genuina, quizás me apresuré en juzgarlo. 

Las estrellas no mientenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora