Más allá de los calderos

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Severus rompió la conexión con la chica en cuanto ella gritó. Estaba horrorizado ante la visión de los recuerdos de la muchacha. Alguien, alguna vez, había realizado un comentario sobre las preferencias de Lucius Malfoy por la "carne fresca", pero jamás se alcanzó a imaginar que llegase a abusar de una niña tan pequeña. Se sintió asqueado.

—Peverell... Jill —murmuró aproximándose a ella.

No era muy propio de él quedarse pasmado, pero maldita sea, no sabía qué hacer. Se agachó frente a ella y trató de poner su mano sobre el hombro de la chica.

—No. No me toque —gimió la muchacha retrocediendo sin levantarse del suelo.

Había dejado de sujetarse la cabeza y se ayudaba con las manos para retroceder, arrastrándose sobre el suelo de piedra. Sus ojos grises estaban a punto de salirse de las orbitas, como si le faltase poco para tener un ataque de pánico.

—Permíteme ayudarte a levantar —dijo Severus con calma, extendiendo su mano frente a ella de forma pausada, queriendo evitar sobresaltarla.

Jill lo miró con asustados. Al final pareció aceptar que el frío suelo de las mazmorras no era el mejor lugar para quedarse y tomó su mano, permitiendo que él tirase de ella hacia arriba. Se tambaleó un poco al ponerse sobre sus pies y Severus pudo notar que se había hecho un agujero en la rodilla de los vaqueros. Tenía un raspón en la rodilla derecha y seguramente tendría un feo cardenal para el día siguiente.

—Usted... ¿Usted vio...? —graznó como si apenas empezara a recordar cómo se hablaba.

—Lo vi —respondió Severus. No tenía sentido mentirle.

Aún sujetaba su mano, pequeña y delicada en comparación con las suyas, helada como el hielo.

—Yo... —ella tragó saliva con fuerza. Parecía querer darle alguna explicación a lo que acababa de ver.

—No tienes que decir nada —dijo Severus negando con la cabeza.

Ella bajó la mirada y apretó su mano. Se veía tan indefensa, que un instinto protector comenzó a aflorar en su pecho. Si tan sólo no la hubiese ignorado todo ese tiempo, pensó con un nudo en la garganta. Él no era una persona sensible. De hecho, le importaba un rábano la vida de sus estudiantes fuera de clase. Claro está que a Severus Snape nunca le había tocado ver los recuerdos de los niños a quienes enseñaba. Pero ahora, ahora tenía frente a él una chica de diecisiete años abusada desde la infancia y comenzaba a dudar que eso pudiese importarle un rábano. Algo le decía que debía hacer algo por ella, pero dudaba que hubiese mucho por hacer ahora. El momento de actuar había sido varios años atrás, cuando todo ese daño no estaba hecho. ¿Qué hacer por una chica a la que habían abusado sexualmente cuando ni siquiera tenía forma de mujer? ¿Qué hacer por alguien sometido a quién sabe cuántos vejámenes?

—Tenía doce años —murmuró la muchacha con un hilo de voz —. El señor Malfoy lo sugirió... y mi padre estuvo de acuerdo... No sabía lo que habían hecho conmigo, hasta que la señora Pomfrey dio la charla un año después...

Sin pensarlo siquiera, Severus puso su mano en la barbilla de Jill y la instó a levantar el rostro. Ahora las lágrimas corrían libremente por sus pálidas mejillas. Qué frágil se veía. Recordaba a la muchacha como alguien silenciosa y un tanto apartada de sus compañeros, cuya mirada siempre parecía debatirse entre ser asustadiza o ser desafiante. Severus nunca se había detenido a pensar qué podía causar una mirada semejante.

—No fue tu culpa —dijo con firmeza.

Limpió una lágrima con su pulgar, sin dejar de mirarla a los ojos. Después de muchos años obligándose a no sentir nada por nadie, se veía enfrentado a toda una cantidad de emociones a las que no podía poner nombre. Tal vez no debería tomárselo personal, no conocía casi de nada a la muchacha; pero los recuerdos habían sido tan reales como si le perteneciesen a él. Sintió repudio por Atos Peverell y Lucius Malfoy.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora