Capítulo 16. B

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Final alternativo.

La noche de despedida y salvación.

La noche recaía sobre los ojos azules de Gustabo, que mantenía su vista fija en el cielo, admirando cómo las estrellas parecían brillar sólo para él. La luz tenue de la luna le hacía compañía junto con la tristeza que nacía desde lo más profundo de su pecho.

Ambos lo acompañaban. Una combinación tan triste pero tan hermosa a la vez.

Abrazado a sus rodillas con su mentón apoyada en ellas, había terminado de despedirse de todos. En silencio. Del hombre que alguna vez se vio obligado a llamar padre, alcoholico y drogadicto, quien fue su propio abusador, de la mujer que le dio la vida para luego abandonarlo.

De las personas que nunca lo quisieron.

Se despidió de Horacio, a la luz de las estrellas con sus ojos azules brillando. Recordó cada momento con él. Desde las risas hasta los peores infiernos que soportaron. Algunos los pasó solo, pero no sería capaz nunca de reprocharle algo así.

De solo pensarlo de sentía una mala persona.

Se despidió de Jack. Una sonrisa triste surcó en sus labios. El superintendente de la ciudad, quién se imaginó alguna vez que ese hombre de rostro serio y voz grave, sea el que calme con delicadeza y suavidad una de sus noches donde los demonios aparecían para quedarse.

Ese mismo hombre que no se atrevía a verlo hace semanas. El mismo que desapareció cuando no podía más. Aun así, le quería.

Le malditamente quería.

—Eres un maldito, Jack —susurró apenas audible con su voz rota—. Mis demonios se encariñaron contigo. ¿Qué harán ahora sin ti?

Una ráfaga de viento se levantó provocando que algunos mechones rubios cubrieran su rostro. El ruido de las hojas se arremolinaban a su alrededor provocando un ruido sordo. No escuchó cuando la puerta se abrió ni tampoco cuando se cerró.

Estaba siendo admirado de una forma que, probablemente, nadie lo había hecho. Él, parado desde la puerta, admiraba su pequeño y frágil cuerpo abrazado a sus rodillas. Cómo su cabello bajo la luz de la luna parecía dorado, y cómo su piel parecía de porcelana.

Él, allí parado, no podía dejar que alguien más se atreviera a romperlo.

—Gustabo.

El cuerpo de Gustabo se tensó en ese instante, pero no volteó. Se aferró a sus rodillas y sonrió de lado, provocando que un pequeño hoyuelo quedara a la vista. Sintió pasos a su lado y luego de unos segundos, la luz que lo alumbraba se vio interrumpida por la figura.

—Gustabo...

—¿Sabes que es de mala educación encariñar a alguien y luego irte, así sin más? —interrumpió antes que acabara de hablar. Por el rabillo del ojo vio cómo abría su boca de nuevo pero negó con su cabeza en un movimiento suave—. Mis demonios también tienen sentimientos. Nos has roto el corazón, Jack.

Jack quedó en silencio, sentado a su lado sin mover ni un centímetro su cuerpo. No sabía por donde comenzar, pero sabía que nada justificaría lo que él hizo.

Lo abandonó. Y su corazón dio un pequeño apretón cuando escuchó aquellas palabras de Gustabo. Su voz era suave, cargada de una calma envidiable. Pero también eran acompañadas con una capa de dolor que no todos eran capaces de escuchar. Pero él lo hacía, no sabía cómo, pero el hecho de saberlo solo aumentaba su culpa.

—Lo siento tanto, Gustabo. Yo... no lo sé, mierda. Soy un imbécil... sólo....

—Sí, lo eres. No es necesario que te disculpes, en serio. No sirve de nada, ya tomé mi decisión.

Golden | Intenabo (Editada)Where stories live. Discover now