Culpabilidad, tristeza, impotencia, desesperación, furia, rabia, insomnio y la necesidad de vengarse... toda esa mezcla de malos sentimientos estaban destruyendo poco a poco la cordura de Erito.
24 horas, habían pasado 24 horas desde el secuestro de los dos jóvenes y seguía sin saber qué hacer... tardó 5 años en capturar a uno de la banda, ¿cómo cojones iba a encontrarlos, cuánto tardaría?
Sentado en la sala de espera de la comisaría con un café Latte en sus manos y mirando a la nada, se dio cuenta de algo.
***—Dejadme adivinar...— habló limpiando el rastro de sangre de su nariz. —me vais a decir mis crímenes y los años que me la pasaré en la cárcel, pero que se podrán negociar si delato a mis amigos.— finalizó sonriente. Pero su sonrisa no era sincera, era de burla.
—Vosotros no sois amigos.— le dijo la mujer.
—Tiene razón, inspectora...— concordó. —pero vuestros hombres ocasionaron que uno de ellos quedase en el suelo ensangrentado y eso no me gustó, nada amable de tu parte, inspector.— vaciló***
María se acercó a él sacándolo de sus pensamientos. Erito la miró y se levantó dirigiéndose rápidamente hacia la habitación en la que estaba Yoandri.
María lo siguió sin entender hasta que el inspector se detuvo en la puerta para verla y explicarle su repentina reacción.
—Richard. Él es la respuesta.— eso no ayudó a que Ramírez entendiera.
Pero no tuvo tiempo a preguntar cuándo Erito abrió la puerta posicionándose frente a Yoandri quien hasta ese momento tenía la cabeza apoyada en la mesa y sus manos entrelazadas sobre esta.
Cabrera al percatarse de la presencia de alguien más ahí, se reincorporó rápidamente. Mirándolos de forma expectante.—No pienso hablar.— amonestó.
—No estamos aquí para escucharte, estamos aquí para que nos escuches.— esclareció el inspector quien se tomó el tiempo para examinarlo.
Ojeras, cabello desarreglado, su ropa tenía impredecibles gotas de sangre que claramente no era suya y no pudo pasar por alto que desde que llegó, mueve su pierna de manera inquieta... volvió a sus ojos y ahí lo vio.
Yoandri tenía la misma mirada que él: preocupación y miedo, pero no por él.
—¿Desde hace cuánto conoces a...— lo pensó. —tus amigos?— no hubo respuesta. —Vamos a ver... si tú tienes 21 y si mi memoria no falla te uniste a ellos cuando tenías 13...— fingió contar con los dedos. —¿8 años?—
María escuchaba en silencio sin quitar la mirada de Erito, ¿qué tenía en mente?
—He leído tu historia, de los seis tú fuiste el que más pena me dio.— le contó tomando asiento mientras buscaba su paquete de Marbolo en el interior de su saco. —Padres ausentes, tía que abusaba de las drogas y alquilaba a su sobrino para pagarse los vicios,...—encendió un cigarro sin apenas mirar al chico. —Pero ¿sabes lo que me hizo entender?— preguntó sin esperar respuesta. —Que esos otros cinco no te trataron como una basura, cómo lo hacían todos, te ofrecieron lo más parecido que has tenido a una familia. Una familia de enfermos con serios problemas mentales, pero una familia.— concluyó calando el humo. —Y eso es precioso.— sonrió de forma forzada.
Yoandri no se inmutó, estaba confudido, ¿qué pasaba? Dirigió su mirada hacia la inspectora quien estaba igual o más perdida que él.
—Los ves como a tus hermanos, no te imaginas que harías sin al menos uno de ellos.— dio un golpe en la mesa para llamar la atención del chico y conseguir que lo mire a los ojos. —Por eso no me es agradable lo que te voy a decir.—
Yoandri lo miró sin decir palabra alguna, ¿de que iba ese tío?
—Richard Camacho murió.— soltó sin dejar de verlo a los ojos.
Y ahí pudo comprobar su teoría: Yoandri, quien no había dejado de mover su pierna derecha, dejó de hacerlo al recibir esa noticia. Vaya, al parecer sí los apreciaba.
Notó algo más, sus ojos, casi podía jurar cómo su alma gritaba del dolor. Sin embargo, su cara no emitió expresión alguna.
—Te dejamos a solas para que asimiles la noticia.— dicho esto se levantó y se dirigió a la puerta.
María no emitió palabra y solo le imitó la acción.
—Mientes.— se escuchó.
Erito sonrió, aunque Yoandri intentaba disimularlo, su voz se notó algo rota. Se giró sobre sus talones.
—¿Perdón?—
—Mientes.— repitió le chico ignorando el nudo en su garganta. —Me dices esto para que hable.—
—¿Ah, sí?—
—Sí, Richard no está muerto. Tú mientes.—
—¿Eso lo dices para convencerme a mí o convencerte a ti?— Nada. —Richard Camacho está muerto, créetelo sí quieres o engáñate.— le dio la espalda. —Pero tú no podrás salir para comprobarlo.— aseguró para salir definitivamente de ahí.
Dejó a Yoandri con lágrimas en los ojos, Richard no podía estar muerto. Eso era mentira. No era verdad, no podía ser verdad. No.
—¿Por qué le has dicho eso, Erito?— preguntó María una vez fuera de la habitación. —No sabes si el chico sobrevivió.—
Erito no detuvo su paso.
—Pues más le vale haber muerto, porque cuando los encuentre me suplicaran para que los mate.— María detuvo su paso.
—¿Vas a matarlos?— no recibió respuesta. —Sabes que lo correcto es entregarlos a la ley. Erito, sé que estás afectado por los acontecimientos recientes... ve a descansar un poco, necesitas despejarte.— le aconsejó.
Erito cesó su caminar para enfrentarla.
—¿Descansar? Los mayores hijos de puta de la historia de Europa han secuestrado a mi hijo y a mi ahijado. Mi mujer y la de mi mejor amigo están destrozadas pidiéndome a sus hijos de vuelta, no tengo ni la más remota de idea de dónde cojones empezar a buscar o qué pista seguir; estoy en blanco con todo Dios a mis espaldas exigiéndome resultados ¿y tú me dices que descanse?— dijo incrédulo. —Hazme el favor de no decir gilipolleces, Maria.— recobró su caminata dejando a su compañera con la palabra en la boca.
No sabía cómo, pero iba a encontrarlos. Tenía que encontrarlos.