Afrenta

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Se encerró en su habitación, nadie en la casa sospechó nada. Tomó entre sus manos temblorosas la navaja que le regaló su padre el año pasado y se detuvo a reproducir en su mente el episodio horrible de la noche anterior.  

Todo estaba oscuro, las suelas de sus zapatos laceraban el pavimento, su corazón palpitaba desesperado en el pecho y un miedo paralizante le comprimía las venas. Escuchó pasos tras de sí, no se atrevió a voltear. Se echó a correr, pero unas bruscas manos lo detuvieron. Abusaron de él, dañaron su hombría, le desgarraron el orgullo.

No podía hablar con nadie, aquello era demasiado doloroso y en exceso vergonzoso. ¿Qué diría su padre?: que no fue lo suficiente hombre como para defenderse. ¿Qué dirían sus amigos?: se burlarían de él, no podría vivir con esa afrenta. Respiró profundo y tragó en seco, acercó la navaja a su cuello y se detuvo el reloj.

 Respiró profundo y tragó en seco, acercó la navaja a su cuello y se detuvo el reloj

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