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Caminaba insegura. ¿Debía volver a su hogar y encerrarse en su habitación? Era un mejor panorama. Sí, mucho mejor que volver a ver a su ex novio después de dos años.

Estaba segura de que esto era un plan de Diana y Josie. Esas mentes malévolas trabajaban en conjunto para "ayudarla", y sus planes siempre terminaban avergonzándola de forma accidental.

Bueno, ya no podía decir que no. Estaba ahí, frente a la casa, nerviosa y muerta de frío. La mejor opción era entrar y calentarse con la chimenea calurosa que tenía la casa de Gilbert.

Pudo escuchar las risas desde dentro de la casa. Distinguió a todos sus amigos, sus risas eran peculiares. También se alivió al saber que Diana ya estaba dentro. No le importaba ser mal tercio junto con su mejor amiga y Jerry, si eso le aseguraba no tener que pasar tiempo incómodo con Gilbert.

Quería tocar el timbre, pero ya había vuelto esa cobardía que últimamente estaba teniendo. ¡Que poco coraje tenía! ¡Debía ir y enfrentar todo! ¡No importa si ahí dentro está la persona que ama románticamente y amará de seguro por el resto de su vida! ¡En absoluto interesa que no pudo olvidarlo durante esos dos años! ¡Ni tampoco le preocupa si ahora tiene novia y...!

Oh no.

¿Novia?

¿Gilbert con novia?

Eso quebraría su pobre corazón.

«Aunque fue mi culpa —pensó, malhumorada—. ¿Tanto le costaba a mi boca dejar salir dos palabras? Anne idiota».

Va, lo había intentado. Solo daría media vuelta y se iría. Tal vez podría poner de excusa que su vaca se enfermó. Matthew siempre utiliza esa excusa para zafarse de las "conversaciones sobre la abejita y la semillita", o la de "Dios nos dio la capacidad de reproducirnos, y para eso hay unos pasos muy...", que solía hablar Marilla con intención de cumplir su deber de madre responsable.

Pero si hay algo que destaca de Anne Shirley-Cuthbert, es su grandísima y legendaria... mala suerte.

—Te congelarás aquí afuera.

Demonios.

Nunca jamás creería en los tréboles de cuatro hojas o la cinta roja. ¡Nunca!

Cuando su cuerpo giró lentamente como si fuera una película de terror, se encontró con la criatura más hermosa de toda la extensión terrenal.

¿Quién era él? No podía ser Gilbert, claro que no. El Gilbert que ella conocía a sus diecisiete años seguía teniendo un rostro aniñado y el cabello bastante corto. Pero el que ahora veía era, en definitiva, un hombre con rasgos bien definidos y sus rizos en todas las direcciones posibles, ¡en una manifestación de rebeldía!

Y, pues, que sexy Gilbert más alto que ella y con una mirada más intensa que su amor por los gatos.

—¿Eh? —fue lo único que pudo soltar, maldiciendo en su mente. ¡Dos años sin ver al chico y solo soltó un patético «¿Eh?»!

Gilbert, que llevaba diez minutos viéndola vacilar entre entrar o no entrar a la casa, rió bajito y dio unos pasos adelante para abrir la puerta por ella. Luego la miró, alzando una de sus perfectas y expresivas cejas.

—¿De verdad prefieres morir de hipotermia a tomar un chocolate caliente?

—Morir por tu hermosura me parece una buena idea —masculló, arrepintiéndose de inmediato y suspirando de tranquilidad cuando vio que este no la había escuchado—. Digo, claro, es solo que no sabía si pasar... Creí que podrías sentirte incómodo porque esté aquí...

Vale, eso no había sido tan malo.

—Anne, sigue siendo tan empática como siempre —dijo el pelinegro, sonriendo de lado—. Tranquila, entra. Diana y Josie dijeron que vendrías, te guardaron un lugar. Yo fui a buscar más leña para la chimenea.

Oh, claro. La madera debajo de su brazo. De acuerdo, Anne había estado demasiado tiempo mirando su perfecto y escultura rostro creado por los dioses divinos, que no había notado la madera.

Asintió y finalmente entró a la casa, quitándose su chaqueta de doble polar para no sufrir con el fatídico invierno, que apesar de que lo amaba, era demasiado friolenta.

Observó de reojo como Gilbert también se quitaba su chaqueta de cuadrillé roja, para quedar solo con un suéter negro que se apegaba a su torso.

¡Y vaya torso! ¡Anne creía que hasta podía ver los perfectos pectorales marcados detrás de esa insulsa tela! Definitivamente, esto había sido una mala idea. No debió mirarlo. ¡Ahora se convencía cada vez más de que Gilbert Blythe era un dios!

—¡Anne, viniste! —escuchó la voz de sus amigas, que la envolvieron en abrazo. Aunque faltaban dos. Las muy desgraciadas se fueron a Europa a viajar con sus familias y ni siquiera se habían despedido. Anne, Diana y Josie las asesinarian por tal sacrilegio—. Mira, te estábamos esperando. Vamos a hacer una ronda de karaoke a dúo. ¡Ya salimos Josie y yo, también Moody y Charlie!

—¡Solo faltarías tú y...! —intentó decir Josie después de la pelinegra, pero fue cortada por Anne.

—Oh, me duele la garganta —se excusó. No iba a cantar con Gilbert. ¡Demasiados recuerdos de su noviazgo! ¡Si se la pasaban cantando en el café-karaoke del señor Lynde!—. Estoy muy mal, mis cuerdas vocales no lo resistirían.

No sería amistad si las mentes malévolas no pudieran notar esa mentira.

La llevaron hasta el sillón, donde saludó a los otros dos chicos y luego ambas villanas partieron a la cocina, donde un Gilbert pensativo preparaba un chocolate caliente, con tres cucharaditas de azúcar y cinco malvaviscos en un tazón gigante, como le gustaba a Anne y él se había asegurado de no olvidar.

—Anne no quiere cantar —se quejó Diana, poniendo las manos en tu cintura—. ¡Sedúcela y haz que cante!

—¿Ah?

—¡Vamoooos, Gilbert! ¡Ustedes son el mejor dúo de karaoke que existe! ¡Se complementan mucho! —chilló Josie, enfurruñada—. Esa terca dijo que le dolía la garganta.

El pelinegro alzó su rostro preocupado.

—¿Está enferma?

—¡No! —dijeron ambas, negando—. ¡Solo no quiere cantar! —aseguraron.

—Pero... ¿Por qué tendría que cantar si no quiere? No es genial que te obliguen a hacer algo que no quieres...

Diana y Josie se miraron con ganas de ir y reventarle un globo gigante lleno de ladrillos en la cabeza de Anne y Gilbert, pero su sentido común seguía reinando aún, así que su plan de volver a reunir a esos dos tórtolos como en la preparatoria, definitivamente se cumpliría. Eventualmente. Y ahora, comenzarían con un pequeño acercamiento. ¡De alguna forma, harían que ambos cantaran!

Oh, vaya que lo lograron.

Pues ese día, mientras Anne cantaba a todo pulmón junto con Gilbert, la pelirroja notó que una vez más, se había vuelto a enamorar de su voz y sus expresiones de felicidad.

Dime «Te amo» (Anne x Gilbert)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora