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Un pequeño niño se encontraba llorando en un callejón; respondía al nombre de Kaigaku.
Su abuelo lo había abandonado a la intemperie debido a sus deudas, dejándolo solo, hambriento y sin un hogar al cual regresar. Lo único que podía hacer era llorar en aquel sucio callejón, rodeado de sombras que se alargaban con la caída de la noche. Kaigaku, con apenas seis años de edad, se sentía perdido y desamparado, preguntándose por qué su abuelo lo había dejado allí, en medio de la nada.
La lluvia caía fuertemente, mojándolo hasta los huesos. El frío se le colaba bajo la piel, haciéndolo temblar de manera incontrolable. Se abrazó a sí mismo en un vano intento de conservar algo de calor, pero la desesperación y el miedo seguían siendo sus compañeros más fieles en aquella noche desoladora.
De repente, el sonido de un motor apagándose rompió el silencio del callejón. Kaigaku levantó la mirada con sorpresa y miedo, preguntándose quién podía ser. Escuchó cómo una puerta se abría y pasos se acercaban a él. El corazón le latía con fuerza en el pecho, preguntándose si aquel desconocido sería amigo o enemigo.
Hombre: ¿Estás bien, niño? —aquel hombre se agachó y lo cargó—.
Kaigaku lo miró aterrorizado, sus ojos reflejaban la desconfianza y el miedo que sentía en su interior.
Kaigaku: N-no m-me h-haga d-daño s-señor —comenzó a llorar más—.
Hombre: Niño, no te haré nada, tranquilo —acarició su cabeza y lo llevó al auto—.
El carro comenzó a moverse, alejándose de aquel callejón oscuro y desolado. Kaigaku se aferró con fuerza al hombre desconocido, sintiendo una mezcla de alivio y temor ante lo que le deparaba el futuro.
Hombre: Y dime, niño, ¿por qué estabas en ese callejón?
Kaigaku lo miró desconfiado, sin saber si podía confiar en aquel extraño que le había tendido una mano en medio de la oscuridad.
Hombre: Tranquilo, confía en mí, no te haré daño.
Kaigaku: Mis padres murieron y mi abuelo me abandonó en ese callejón porque se endeudó... —el hombre le secó las lágrimas—.
Hombre: Ya no llores, pequeño. Desde ahora, serás mi hijo y yo te protegeré —le sonrió—.
Kaigaku: ¡Gracias, señor! —lo abrazó fuertemente, hundiendo su pequeña carita en el hombro del hombre—.
Hombre: Soy Michikatsu Tsuguikuni, pero llámame Kokushibou. ¿Cómo te llamas, pequeño?
Kaigaku: S-soy Kaigaku Agatsuma.
Kokushibou: Un gusto, pequeño.
Así comenzó la nueva vida de Kaigaku junto a Kokushibou. El hombre lo llevó a su hogar, un modesto apartamento en las afueras de la ciudad. Kaigaku se maravilló al ver un lugar cálido y acogedor donde refugiarse, muy diferente al frío y oscuro callejón donde había pasado la noche.
Kokushibou le ofreció una cama limpia y caliente, así como comida abundante que Kaigaku devoró con voracidad, pues había pasado varias horas sin probar bocado. Sentado a la mesa junto a su nuevo padre, Kaigaku se sentía agradecido y feliz, aunque aún le costaba creer que alguien pudiera preocuparse por él después de todo lo que había pasado.
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[ғᴏᴛᴏ ᴅᴇ ɪɴsᴘɪʀᴀᴄɪᴏɴ]
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Decidí darle final a mis historias, debido este es mi último año de adolescencia y deseo darle un final a mi historia como a mi adolescencia, el mundo a la adultez me tiene con un mal sabor de boca,pero se que lo lograré,sere un adulto mejor,así que comenzaré con esta historia.
