Capítulo 11

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El hombre contuvo la respiración tras de inhalar el incienso que acababa de encender.

Dio un paso hacia el centro de la habitación con cuidado, allí había un círculo casi perfecto de obsidiana. El hombre se sentó y agarró el pedazo de maguey que tenía para este tipo de situaciones.

Con un rápido movimiento se cortó la palma de la mano con la punta afilada del maguey y dejó caer la sangre en la obsidiana, burbujeo el líquido precioso al tocar la obsidiana tal como si está estuviera hirviendo aun cuando la roca estaba helada.

"Tezcatlipoca, nimitstlatlaukilia, dame fuerzas"

Después de murmurar esas palabras, comenzó a cantar, una antigua canción cantada por sus antepasados. Entonces se detuvo de repente, escuchando a una deidad, no a palabras sino a pistas que lo llevarían a su próxima tarea.

Una vez hecho, el hombre frunció el ceño, trabajar con esa persona sería un desafío, pero Tezcatlipoca no se equivocó y siguió su orden. Mirando el trozo de obsidiana, pensó por un momento antes de ponerse de pie para agarrar su tecpatl de obsidiana. Ni una vez dudó mientras presionaba el tecpatl en su palma, creando una herida profunda y sacando sangre que chisporroteó una vez que golpeó la obsidiana. Si tuviera que contactar a esta persona, necesitaría más sangre que el agave no podría extraer,

Se concentró en su yo interior y comenzó a cantar. Esto continuó durante minutos, donde el hombre se volvió implacable sin saber si lo que estaba haciendo era suficiente para contactar a la persona. Pero luego sintió la presencia y comenzó a cambiar el nombre de la persona.

Estuvieron tan cerca de estar en contacto con él, pero la persona se fue. El hombre se levantó rápidamente, claramente enojado. «¿Le he fallado a mi señor?», pensó. Suspiró y pensó en lo que iba a hacer ahora.

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Mariana suspiró al salir del museo, todavía confundida de cómo se sentía al ver ese espejo. Una vez que estuvo afuera, miró a su alrededor y vio que sus padres todavía estaban ocupados. Se sentó en unas escaleras cercanas, escondiéndose del sol abrasador. Los comerciantes la rodeaban, vendiendo cosas para los turistas, desde ropa hasta amuletos de inspiración mesoamericana.

Un comerciante la miraba fijamente, ella miró fijamente al hombre, pero él no apartó la mirada, sino que sostuvo su mirada.
Luego de unos segundos de hacer lo mismo Mariana decidió acercarse a él, luego de ver sus intenciones el hombre le dedicó una suave sonrisa y sin apartar los ojos esperó hasta que ella llegó a su puesto.

"¿Por qué me miras? ¿Qué quieres?"

"¿Estás interesada en comprar mis amuletos?"

Mariana se burló pero aun así sus ojos viajaron a través de los amuletos frente a ella, todo parecía bastante normal. Rocas pulidas y barnizadas en óvalos, círculos y triángulos, de todos los colores y tamaños.

"No, yo-" se detuvo en seco cuando sus ojos se posaron en un amuleto. Era circular, pequeño, de un amarillo característico y nada más. Cualquier otro transeúnte habría pensado que ese amuleto debe haber sido uno de los más aburridos; solo un color sólido, nada más, no era amatista, jasper o turquesa. Nada sobresaliente y, sin embargo, Mariana no podía quitarle los ojos de encima.

"¡Ah! ¡Aventurina amarilla, amuleto realmente útil! Una de sus propiedades es-"

"¿Cuanto quieres por el?" Mariana lo interrumpió, tomando el amuleto en sus manos y admirándolo más de cerca.

El hombre dejó de sonreír y la miró sumido en sus pensamientos. "No" susurró después de un rato.

La chica se giró para mirar al hombre, molesta porque este no habia respondiendo a su pregunta. "¿Qué dijiste?"

Susurros ancestrales Where stories live. Discover now