3. ¿Te crees que me importa?

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—¡Noya-san! ¡Eres increíble! —gritaba Hinata con emoción.

Nishinoya había recibido nada menos que un remate de Asahi, con su famoso Rolling Thunder. Todo el mundo se reía de él por aquel apodo, pero Kageyama secretamente lo admiraba con toda su alma. Nishinoya era el mejor líbero que conocía y tanto su personalidad como su habilidad para salvar la pelota eran simplemente, espectaculares.

Kageyama vio que Noya reía, hinchándose de orgullo al ver que Hinata lo elogiaba.

—Increíble, ¿eh? ¡Me gusta que me digas así! —decía con chulería.

Todos reían al verlos tan animados. Aunque Hinata no jugaba, sino que observaba todo desde fuera, su buen humor y positividad eran tan contagiosos como siempre.

Aquel día Ukai no estaba, así que fue Daichi el que dio por finalizado el entrenamiento. Los del Karasuno se dirigieron al vestuario después de recoger sus toallas y botellas.

Kageyama lo tenía todo pensado. A Hinata le tocaba clase de matemáticas, y como el profesor castigaba a los que llegaban siquiera un segundo tarde, se iría a toda velocidad. Entonces Kageyama tendría la libertad de hablar con Sugawara.

Se adelantó para alcanzar a su senpai.

—¡Sugawara-senpai! ¿Podríamos hablar un momento? —dijo. El otro se giró y sonrió con amabilidad.

—¡Ah, Kageyama! Justamente tenía en mente hablarte de una cosa yo también. Dime.

Mientras todos se iban al vestuario, ellos se quedaron al pie del gimnasio, al lado de la puerta.

—Se trata de Hinata. Yo... Pensaba que estaba normal, porque actúa como siempre. Pero ayer se comportó de forma muy extraña. Me llamó en la madrugada y cuando le pregunté qué le pasaba no me dijo nada —Suga esperó a que continuara—. Esto... me preguntaba si me podrías dar algún consejo... Para hablar con él sin que huya de mí. No se me da muy bien... esto de... pues eso. Hablar.

Kageyama se secó el sudor de las manos en el pantalón con nerviosismo.

Sugawara sonrió con ternura. Desde que Hinata y Kageyama estaban juntos, este último se esforzaba por entender las emociones de los demás más que nunca. Ver que Kageyama se tragaba su orgullo para pedir ayuda en algo que le producía inseguridad era de lo mejor que podía presenciar.

—De eso quería yo hablar. Me preguntaba qué tal llevaba Hinata todo esto del robo en su casa. ¿Pasó hace tres semanas?

Kageyama asintió. Sugawara continuó hablando.

—Parecía que ya no pensaba en ello, pero después de lo que me has dicho, no sé qué decirte —Suga se cruzó de brazos y se apoyó en la pared—. ¿Qué tal lleva el tobillo? He notado que a veces cojea.

—Ya. Le quitaron la escayola y dice que no le duele, pero yo sé que sí. Es un idiota.

—No le gusta que le veas mal, eso es todo. Y respecto a lo de la llamada, creo que fue una pesadilla suya. No jugar a voleibol puede que le estrese mucho más de lo que él piensa. Ya queda poco para las nacionales.

El pelinegro desvió la mirada, pensativo.

—Conque una pesadilla... Tiene sentido —volvió a mirar a Suga, suplicante—. ¿Qué debería hacer?

Sugawara se encogió de hombros.

—No insistas. Tarde o temprano hablará contigo.

—Espero que sí —respondió Kageyama, preocupado, y el otro le devolvió una gentil sonrisa para calmarlo—. Es que a veces es muy egoísta. Él no es el único que sufre por lo que le pasó. Lo pasé muy mal cuando me contasteis que habían entrado a su casa.

—Tranquilo. Dale un poco de tiempo. Puede que te llame de nuevo esta noche, y si es así, hazle saber que estarás ahí pase lo que pase.


[...]


Tal y como Suga había predicho, Shoyo lo llamó. Eran las tres y media de la madrugada. Kageyama, al oír su tono de llamada, se incorporó inmediatamente y lo cogió. Se pegó dos bofetadas para despertarse.

—¿Hinata?

—Kageyama —llamó Shoyo, respirando agitadamente como la noche anterior.

El setter esperó a que el otro se tranquilizara. Aguardó a que las respiraciones de Hinata se volvieran más lentas y constantes.

—Hinata, estoy contigo, tranquilo.

—Ka-kageyama —tartamudeó de nuevo el pelirrojo con la voz temblorosa. Después empezó a sollozar.

"Mierda. ¿Qué debo hacer?", se dijo Kageyama con preocupación.

—¿Has tenido una pesadilla? —preguntó para confirmar si lo que le había dicho Suga era cierto.

—Sí.

—Vale. Espérame. Voy a tu casa ahora mismo.

—¿Q-qué estás diciendo? 

—Tus padres están de viaje, como los míos, ¿no? Y tu hermana está en casa de una amiga. No sé por qué has estado rechazando que durmiéramos juntos desde que se fueron, pero pienso ir hoy, me da igual lo que digas.

—¡Pero si se tarda media hora en llegar!

—¿Te crees que me importa?

Kageyama se había levantado y se vestía como podía, sujetando el teléfono entre su mejilla y su hombro. Se puso las deportivas, guardó las llaves en un bolsillo y cogió la bicicleta de su padre.

—¡Kageyama! ¿Pero qué estas haciendo? No estarás viniendo en serio.

—Claro que sí —colgó el teléfono y se lo guardó en el otro bolsillo.

Suga había dicho que tenía que hacer saber a Hinata que estaría ahí para él. No había mejor forma de demostrarle aquello haciéndolo de verdad. 


Flores marchitas (Kagehina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora