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Seungmin.

Era Jeongin.

Él nos miraba con la boca abierta. Después, soltó un chillido y se tapó los ojos

—¡Innie, no es lo que piensas! —intenté explicarle, mientras quitaba a Anna de encima de mí. Rápidamente me levanté.

—Oh demonios... —susurró Jeongin, cuando estuve a su lado— Las flores...

Giré mi rostro y me conseguí conque debido a la caída, Anna y yo las habíamos aplastado. Pero eso no era todo; Annita, la borrachita, las estaba arrancando y decía que se las llevaría a casa.

—El jardinero va a matarlos... —comentó Jeongin, igual de preocupado que yo.

—¿Quién fue? —le pregunté, sin mucha paciencia— ¿Quién alteró el batido?

—¿El batido? —Innie parecía confundido.

Me comenzaba a estresar.

Volví hacia donde se encontraba Anna y la levanté del suelo. Jeongin se acercó hasta nosotros.

—¿Está borra...? —asentí antes de que pudiera acabar la oración.
—Bien, vámonos.

Jeongin comenzó a caminar lejos del escenario de la tragedia. Pero yo me quedé estático en el mismo lugar. Si me iba, solo culparían a Anna, y pues aunque ella fue la que provocó nuestra caída, yo había provocado su estado de ebriedad. Era un círculo de culpabilidad.

—¡Mis flores! —chilló, el jardinero. Dejando caer algunos de los artículos de jardinería que traía en su mano.

Jeongin corrió hacia mi lado y halaba de mi brazo para hacerme correr. Pero no me moví.
El jardinero veía con nostalgia aquellas flores que estaban arrancadas y amontonadas en un mismo lugar. Su mirada pasó de las flores a nosotros, su semblante triste se sustituyó por una de furor. En menos de dos zancadas el hombre se encontraba frente a nosotros. Jeongin clavó sus dedos en mi brazo y se escondió tras de mí. Anna miraba a aquel hombre con los ojos repletos de lágrimas, y parecía que el único con la frente en alto y capaz de enfrentar a ese hombre era yo. Aunque en el fondo estaba temblando de miedo.

—¡Son unos hijos de Santán! —exclamó enfurecido— ¡A la dirección! Haré que sus padres le den unas cuántas nalgadas a cada uno, y no podrán sentarse por más de una semana.

—¡No, por favor! —suplicó Jeongin— Haremos lo que usted quiera, pero no a la dirección, por favor...

El jardinero nos miró a los tres.

—¡Está bien! —comentó, con una sonrisa maliciosa— De ahora en adelante serán mis ayudantes y harán todo el trabajo del jardín...¡Y advertencia! Una palabra al director y le contaré alguna historia de ustedes dos con la niñita borracha.

Jeongin asintió como loco. Apreté la mandíbula y terminé aceptando.

—Bien, ya que está acomodado el asunto... Llevense a esa borracha de aquí antes que los descubran —Jeongin se puso a un lado de Anna y yo por el otro, y poco a poco la fuimos llevando hacia otro lugar.

Fue todo un desafío llevar a Anna hasta la salida. Esquivar las miradas de sorpresa y los chismorreos de los demás alumnos fue una pesadilla.

No sabía que tan consciente estaba Anna de la situación, pero mañana escucharía su nombre en un manantial de chismes. Había arruinado su reputación.

«Bye bye, mi amistad con ella».

—¿Y ahora? —le pregunté a Jeongin, quien se mordía las uñas de su mano.

Al Otro Lado © [Kim Seungmin] ✔️Onde histórias criam vida. Descubra agora