CAPITULO 3: APRENDE A DECIR QUE NO

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Emilia

—¿Todo en orden? —preguntó Vic con precaución.

—Por supuesto —asentí.

Por supuesto que no lo estaba.

Nada estaba en orden desde el momento en que el maestro Silva decidió emparejarme con Diego.

Entre a casa dando un portazo, mi mal humor seguí latente pese a que ya habían pasado varias horas desde la clase de Historia. Subí las escaleras dando fuertes pasos, tratando de que con cada uno mi enojo disminuyera. Luego de abrir la puerta me lancé directamente a la cama, tal cual estaba sin quitarme nada.

Busqué por todos lados al profesor para tratar de cambiar de pareja y en cuanto lo encontré me dio un rotundo no. En ningún momento del día salió de mi cabeza mi problema, todo el tiempo dándole vueltas y vueltas al asunto. Lo peor es que no tenía ni idea de por qué, era algo parecido al enojo pero no terminaba de serlo como tal, después de darle tantas vueltas llegue a la conclusión de que tenerlo de mi lado significaba una buena calificación. por desgracia el duro precio que tenía que pagar sería estar en su compañia y soportar toda esa insolencia. 

Lo que me ponía de peor humor -si es que eso podía ser posible-, era que él no había puesto atención a clase por estar leyendo y ahora tendría que explicarle todas las pautas que dio el maestro.

Lo único bueno es que nuestra convivencia se vería postergada hasta el viernes, tenía dos grandiosos días sin tener que lidiar con él.

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—¡Emi, Emi! —gritó alguien moviéndome.

—No quiero ir a la escuela —gruñí.

Me cambié de lado para que dejaran de molestarme.

—ORUGAAAAAAA —gritó en mi oído.

Carambolas.

Me levanté de un brinco, mi hermana estaba agarrándose el estomago porque no aguantaba la risa.

—Casi me revientas el tímpano, renacuaja —le di un zape.

—Soy una rana —me recrimino— Ya he evolucionado.

Alzó el mentón en acto de superioridad y fue mi turno de reír.

—¿Apoco puedes?.

—Cierra la boca oruga y baja a comer.

Fruncí el ceño.

—¿Con ese respeto me hablas igualada? Soy tu hermana mayor.

—El respeto se gana, no se regala —me sacó la lengua— Hermanota.

Tiene un buen punto, pero yo siempre debía tener la razón.

—¿Qué hora es?.

—Casi las ocho, te hable hace rato pero parecías muerto.

¿Las ocho?.

—Fruta madre.

—¿Ese vocabulario le enseñas a tu hermana menor? —contraataco.

—Dije fruta.

Me vio entrecerrando los ojos y se fue. Me levanté quitandome la mochila y uniforme que aún traía puestos. A veces admiraba mi habilidad para quedarme dormida en condiciones como está.

Me coloque un short y una blusa ancha de las que siempre traía para estar cómoda, tome mis pantuflas de abejita y baje a comer.

Papá estaba sentado viendo la televisión, en cuanto me vio me dedicó una gran sonrisa.

No puedo decir que te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora