4. De niñero en la playa con la «sobri» y más gente

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4. De niñero en la playa con la «sobri» y más gente

* * *

Shakira


—Ya estoy lista, papá —me dice Claudia en casa de Cecilia, mi ex, tendiéndome su bolsa de playa en la que sólo están sus juguetes (cubos, palas, rastrillos, una regadera y moldes de animales para entretenerse con la arena).

—Ah, ¿sí? ¿Y dónde están tu toalla, la crema solar y la ropa limpia y seca?

—Es que me has dicho que sólo cogiera lo importante. —Me hace pucheritos y vuelve a salir del salón para hacerse con lo que le he dicho.

Hoy vamos a viajar a un pueblo cercano, que está a menos de una hora con la furgo, para pasar el día en la playa los dos juntos.

—¿Has vuelto a quedar con el chico ese del que me hablaste? —me pregunta Cecilia, sentada en uno de los sofás; yo estoy en el otro.

A pesar de que hace cuatro años que no estamos juntos como pareja (por culpa del coronavirus y de convivir encerrados entre las mismas cuatro paredes, las veinticuatro horas del día), nos llevamos genial como amigos y nos lo contamos todo. Además, es lo más sano para Claudia que sus padres se lleven bien. Mi hija, en este momento, vive con su madre y el Cacas, la actual pareja de Cecilia; tenemos la custodia compartida y ella se queda conmigo cada vez que quiere, aunque al Cacas no le haga ninguna gracia.

—No, pero me gustaría seguir conociéndolo —le respondo a Cecilia con una sonrisa tonta en los labios—. Lo malo es que lo veo muy niño; le llevo diez años.

—Tampoco son tantos, y le darías una alegría al cuerpo.

Me río y le lanzo un cojín, que ella coge al vuelo.

Hace una semana que me fui de fiesta con Amador y no nos hemos vuelto a ver, pero sí que nos hemos ido mandando mensajes a lo largo de estos días (cuando yo tenía cobertura, claro; algo bastante complicado en mitad del bosque). Me ha presentado mediante fotos a su gato siamés, Sigmund Freud (ya me ha ganado con ese nombre), a sus ratas albinas, Nila y Pelaya (son muy graciosas), y a Hermenegilda, su tarántula (me asusté en cuanto vi a ese bicho tan espeluznante en la pantalla de mi teléfono; ese niñato debe estar bastante loco para tener de mascota a esa cosa).

—Ahora sí que estoy lista. —Claudia regresa al salón con otra bolsa de playa—. ¿Nos vamos?

—Venga. —Me levanto del sofá—. Dile adiós a mamá.

Mientras mi hija se despide de Cecilia con un fuerte abrazo y un beso, el Cacas, que acaba de aparecer, me ordena que no le dé de comer porquerías a MI HIJA, que no la deje bañarse en el mar sin que hayan pasado las dos horas de la digestión, que le eche crema para que no se queme, que la vigile cuando esté en el agua para que no se la lleven las olas, que la seque para que no se resfríe, que esté atento por si hay medusas, que no ingiera arena, que conduzca bien la furgoneta... Y muchas órdenes más que suelta a la vez que yo pongo los ojos en blanco, porque yo soy EL QUE LA HA ENGENDRADO y no hace falta que un Cacas me diga cómo tengo que cuidar a mi niña.

Claudia y yo nos ponemos rumbo a la playa con el «trasto costroso», como llama cierta persona a mi furgoneta, y conseguimos llegar a nuestro destino casi una hora después, con la suerte de que no había tanto tráfico y hemos encontrado un aparcamiento cercano.

Una vez que planto la sombrilla con dibujos de mariquitas entre la arena y las piedras, y coloco nuestras toallas, tengo que arrestar a mi hija con rapidez para que no se vaya corriendo a bañarse, porque debo echarle la crema solar para que no se convierta en una gamba. Cuando la suelto, le digo que tenga cuidado jugando con los demás niños, que ni se le ocurra meterse donde no hace pie y que la estaré vigilando en todo momento. Después, para que este rato sea productivo, enciendo mi libro electrónico, que me lo he traído en lugar de uno en papel porque detesto que las hojas se ensucien o se mojen, y me pongo a leer con tranquilidad, aunque, de vez en cuando, levanto la vista de la pantalla para asegurarme de que a Claudia no se la ha tragado una ola invisible, ya que hace un día estupendo y la marea está baja.

El caos, la armonía y la maldita tela de araña que nos unióWhere stories live. Discover now