TERMINAL B37

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París (CDG) —> Nueva York (JFK)

MARINETTE

Horas después de aterrizar en París, Adrien me atrajo hacia su cuerpo en el jacuzzi de su suite. Tenía la espalda apretada contra su pecho y me pasaba los dedos mojados por el pelo mientras me besaba el cuello cada pocos segundos.

A pesar de lo que me había dicho en el avión, de que estaba dispuesto a hablar de lo que yo quería, no habíamos dicho ni una sola palabra desde que nos registramos en el hotel. Nos habíamos dedicado casi toda la noche a volver a conectar, dejando que fuera el sexo quien dijera todo lo que todavía no nos atrevíamos a confesar en voz alta.

Hacía solo un par de horas me había abrazado y empezado a contarme todas las cosas que plagaban su vida: las mentiras de su padre —como afirmar que su madre había muerto en el accidente del vuelo 1872, en vez de reconocer que tenía una enfermedad neurológica—, la forma en la que su hermano había corroborado esas mentiras, su exesposa, y lo más triste de todo, cómo lo habían borrado a él de su vida cuando se negó a seguirles la corriente para que todo encajara.

—¿Vas a verla cada tres semanas? —pregunté.

—Sí.

Me sentí culpable al haber pensado que se trataba de otra cosa.

—¿Tu hermano o tu padre van alguna vez a visitarla?

—No.

—¿Saben dónde está?

—Sí —dijo—. Estoy seguro de que le han enviado todo lo que el dinero puede comprar. Quizá un par de veces pueden haber organizado una gala de caridad, pero...

—No pueden permitir que la verdad salga a la luz.

—Exacto. No puede saberse porque puede arruinarlos a los dos —corroboró.

—Pero ¿por qué no has dicho nada al respecto?

—No tengo nada que ganar —me susurró al oído—. ¿Te importa si cambiamos de tema?

Negué moviendo la cabeza y él deslizó las manos por debajo de mis muslos para hacerme girar lentamente hasta que estuvimos cara a cara. Se inclinó para besarme y me mordió con suavidad el labio inferior antes de sujetarme con las dos manos.

—Tenemos que hacer que funcione —me dijo, mirándome a los ojos—. Necesito que lo nuestro funcione.

—Ya te dije en el avión que estaba dispuesta a darnos una oportunidad más.

—No, no, no... —Negó con la cabeza—. No has entendido lo que quiero decir. —Siguió mirándome a los ojos, con la expresión más vulnerable que le hubiera visto nunca—. A lo largo de mi vida, casi todo el mundo me ha traicionado en algún momento o me ha utilizado para obtener beneficio personal. Casi todo el mundo... Mi padre es un mentiroso y un maldito tramposo, mi hermano un hipócrita manipulador, mi ex una oportunista y una zorra.

Buscó mis labios al tiempo que me estrechaba contra su pecho.

—Tú, por otra parte, eres una anomalía en mi vida.

—¿A qué te refieres?

—Sin duda, después de todos los crucigramas que me has robado, sabes qué significa la palabra «anomalía».

—Sé lo que significa, pero no en referencia a nosotros.

—Quiero decir que aunque estoy seguro de que eres prácticamente incapaz de hacer ninguna de las cosas que ha hecho mi familia, no quiero despertarme un día y leer en los periódicos información sobre algo que has hecho, no quiero tener que preocuparme de que estés con otra persona, aunque algo me dice que nadie podría soportar como yo tu incesante charla, por lo que esta relación es casi más interesante para ti que para mí.

—Una de las cláusulas era que yo no fuera como las demás...

—Sin duda... —Soltó una risita por lo bajo—. Quiero que me prometas que seguirás siendo mi anomalía. Además, no estoy seguro de cómo decirte que te amo.

Contuve la respiración, notando un aleteo de mariposas en el estómago cuando su boca reclamó la mía, rompiendo cualquier resistencia y demostrando sus sentimientos por encima de los míos.

Cuando por fin me soltó, recordé que tenía que decirle algo esta noche. Mi vida había cambiado desde la última vez que rompimos.

—Espera, Adrien. Tengo que contarte algo.

No me hizo caso y volvió a apretar su boca contra mis labios, deslizando la lengua profundamente en su interior.

—No, espera... —Me separé de él—. Es muy importante.

—¿Es algo malo?

Vacilé.

—Depende de la definición que hagas de «malo».

—Ya sabes qué es bueno y qué es malo, Marinette. —Me miró con los ojos entrecerrados—. ¿Es algo realmente malo que tengas que contarme en este momento o puede esperar? —Puede esperar.

—Bien. —Volvió a cubrir mi boca y me colocó sobre su regazo antes de ponerse en pie con mis piernas enroscadas alrededor de su cintura—. Esta noche solo quiero centrarme en lo bueno, y en el hecho de que te amo de verdad.

—Si tanto me amas, es posible que no tengamos que jodernos tanto...

—Siempre vamos a jodernos, Marinette. —Sonrió, mordiéndome los labiosantes de lanzarme sobre la cama—. Es la mejor parte de lo nuestro...

Eres mi AnomalíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora