2

274 39 11
                                    


MinHo


Su madre decía que lo mejor que se le daba era crecer y realmente estaba de acuerdo con eso, aunque consideraba tener la altura promedio de un hombre tanto en Australia como Corea del Sur así que no estaba sintiéndose demasiado especial de todas maneras. Ella decía eso, pero también que seguía siendo demasiado inmaduro para su gusto... También estaba de acuerdo con eso.

Era un hombre promedio de veintiún años, con gustos y aspiraciones como todos y esperando un buen futuro. Había tenido que volver a resetear su mente y acostumbrarse a la idea de que debería, nuevamente, adaptarse a un país del que jamás pudo conocer mucho a pesar de que toda su familia provenía de allí, incluyéndolo a él.

No recordaba demasiado del tiempo en el que vivió en Corea, a pesar de que ya había cumplido los dieciséis cuando se estableció en su país natal. En algún punto de su vida llegó a la conclusión de que fue a causa de la culpa y desde allí, avanzó, sin mirar hacia atrás y aunque sintiéndose culpable, sabiendo que hizo todo lo que pudo para cambiar su situación.

Porque claro, él podía acordarse de su pequeño tiempo en Corea, pero nunca pudo olvidarse de Lee TaeMin, aquel niño que, sin querer ni hacer demasiado, le enseñó mucho de él mismo que no creía conocer o más bien intentaba ignorar con todas sus fuerzas.

El darse cuenta a los dieciséis y terminar de aceptar de que al parecer los niños podían atraerle tanto como las niñas había sido especialmente chocante para MinHo, a pesar de que jamás fue bueno para demostrar sus sentimientos, preocupaciones o sufrimientos a los demás.

Tampoco era alguien demasiado listo al parecer porque se negó a alejarse de TaeMin para siquiera intentar mitigar lo que el menor le hacía sentir y todo porque después de enterarse de la trágica historia de Lee y ver que era capaz de hacerlo sentir solo un poquito mejor, MinHo solo no podía hacerle eso.

Recordaba vagamente cómo lo conoció, lo mal que parecía caerle en un inicio y esa extraña amistad que pronto consumió su vida, porque pasar su tiempo con TaeMin se convirtió en su actividad favorita. Saber en qué momento se hizo completamente consciente de que estaba absolutamente perdido por Lee era algo que seguramente no podría averiguar nunca.

No es que hubiese querido besarle aquella última vez y hacer que todo pareciera una burla, pero el destino no quiso querer ayudarle de ninguna manera. Su madre había perdido el papel donde iba lo único que no terminaba de alejarle de TaeMin y cuando ellos intentaron buscarlos con algunos conocidos suyos, su padre y él no parecían vivir más en esa casa... Ese maldito número de teléfono.

Le llevó dos años rendirse finalmente y entender que posiblemente nunca más vería a TaeMin; que nunca podría explicarle nada y tampoco podría pedirle perdón. Suponía que los primeros amores no siempre podían traer un recuerdo dulce e inocente; para él de algún modo, era una tortura llena de emociones y culpa.

—¿Choi MinHo? —pronunció el hombre calvo que lo había tenido esperando prácticamente media hora en lo que regularizaba algunos papeles de mierda que no entendía.

—Sí, señor —respondió, tratando e sonar tan educado como podía.

—Al parecer fue error mío. No encuentro ninguna irregularidad en sus documentos —dijo el hombre enano y muy, muy estúpido, teniéndole el file donde estaban todos sus documentos—. Bienvenido a Hanyang University—. Siguió el buen hombre al que sinceramente, quería terminar de volarle los últimos dientes que le quedaban.

Había perdido media hora de su vida metido en esa oficina y todo por la culpa de ese administrativo que no parecía tener ni idea de cómo hacer su trabajo... Y ahora, iba a largarse antes de que sus modales quedaran completamente olvidados.

SerendipityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora