CAPÍTULO 18

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Ragnar

Elizabeth Grace

20 de octubre

Los animales salvajes se caracterizan, aparte de por su salvajismo, también lo hacen por sobrevivir por sus propios medios. Buscan su alimento, cazan, se cuidan. Se puede decir que son la representación del riesgo y el peligro. Ellos viven en libertad y prácticamente permanecen escondidos, alejados de los humanos por el miedo, el mismo miedo que hace que los humanos se mantengan alejados de ellos. O si no, solo por considerarlos una amenaza, los matan. 

Eliminan lo que desconocen. Lo que no entienden. Lo que contiene un gran riesgo de exterminarlos. 

Mi vida ha estado llena de animales salvajes y de humanos que destruyen lo que desconocen. El peligro siempre ha estado allí, rodeándome, acercándose cada vez más, asfixiándome de a poco. Tal vez ese es uno de los miedos que a Magdiel tanto lo carcome desde adentro, eso y que descubra todo. Para nadie es un secreto que el peligro que me rodea es culpa de Magdiel, para nadie es un secreto que a pesar de todo sigo siendo una grave debilidad de él. Y es por eso que siempre me atacan a mí. 

—Llegué. —anuncio, haciendo ruido con la llave para luego tirarla a la mesita donde están las otras llaves. 

Los pasos de papá se escuchan y pronto está frente a mí, con los brazos extendidos en mi dirección. Finjo una sonrisa y lo abrazo. Me estruja contra su cuerpo con fuerza. 

—Has estado mucho tiempo lejos. —murmura. 

Me separo de él. 

Estoy maldita. Un tanto exagerado, pero sí. 

—El domingo se llevará a cabo la fiesta, ¿te parece?. —digo cambiando de tema. 

—Estoy de acuerdo. —pasa su mano por su cabello negro. Fijo mi mirada en los ojos grises de Magdiel, son tan distintos… —Elizabeth, ¿estás bien?. 

—Sí, estoy bien. 

Frunce su ceño en mi dirección, y cuando veo que dirá algo, actúo rápido y subo las escaleras hasta entrar en mi habitación. 

Le dije a Alexander que vendría a la mansión de mi padre, pero no me sentía segura cuando tenía la ligera sospecha de que haya sido Magdiel quien envió a que me inyectaran quién sabe qué, por lo que fui a dormir a un hotel hasta hoy. Es un poco ilógico considerando que siempre he sido una maldita debilidad, sin embargo en momentos así debo tener todas las opciones en consideración. 

Yo no sé si me toman por estúpida o ingenua que me extraen sangre y creen que no me daré cuenta. Estaba completamente despierta cuando el doctor metió la aguja en mi piel y Alexander solo observaba. Le dije que no quería ir a un hospital, tal vez debí especificarle, como a un niño, que eso incluía a los doctores. Llevo demasiado tiempo lidiando con el peligro que hasta tener un cuchillo bajo mi almohada deberían esperarse. No acostumbro a dormir mucho, y menos cuando estoy en un lugar que no conozco, además de que desconozco a Alexander, no confío en él. 

Tocan la puerta y luego de decir que puede pasar, entra una mujer con una caja en sus manos. 

—Le ha llegado esto, señorita Grace. 

—Gracias. 

La empleada se retira y coloco la caja en la cama. Tiene un lazo azul y la caja en sí es celeste. Muerdo mis uñas con nerviosismo. No sé si abrirlo o qué. 

A la mierda. 

Suelto el lazo y abro la caja. Es un vestido plateado de tiras, es hermoso. Lo levanto y veo una tarjeta debajo, es blanca y tiene un marco negro haciendo que sea muy bello. 

MISÈREWhere stories live. Discover now