Capítulo II

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Había pasado ya casi un mes desde el día en que Maximiliano y Amelia se habían conocido, un sentimiento puro y fuerte había nacido entre ellos, pero ninguno de los dos lo daba a conocer directamente

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Había pasado ya casi un mes desde el día en que Maximiliano y Amelia se habían conocido, un sentimiento puro y fuerte había nacido entre ellos, pero ninguno de los dos lo daba a conocer directamente.

Las hadas amigas de Amelia todas las noches recolectaban las plantas que ella necesitaba mientras que la muchacha charlaba con Maximiliano de cualquier cosa interesante. Muchas veces la atrapaba el alba en el bosque y en varias ocasiones estuvo a punto de ser descubierta pero milagrosamente nunca llegó a verse en un peligro real.

Por otro lado, Amelia aún seguía sin ver el rostro del hombre que amaba en silencio, pues él nunca había querido salir de la oscuridad en la que se sentía tan seguro. Amelia lo había intentado tantas veces que ya se sentía cansada, desesperada por la situación.

Enamorarse de alguien a quien no veías, pero que, si podía decir que conocías, era tormentoso, pues nunca poder ponerle rostro a quien imaginaba en sus pensamientos al darles rienda suelta, era hasta cierto punto decepcionante.

Por lo que esa noche, mientras avanzaba en la oscuridad del bosque decidió ponerle un ultimátum al hombre que ocupaba todos y cada uno de sus pensamientos. Al llegar a la zona en la que siempre se encontraba con él, miró a todos lados esperando encontrar sus orbes moradas observándola desde la oscuridad.

—¿Maximiliano? —llamó, esperando escuchar una respuesta y la obtuvo.

—Hola, mi doncella —sabiendo que tenía una situación que resolver, lo miró con los ojos entrecerrados.

—Quiero verte —soltó sin ningún tipo de tapujo.

Los ojos de Maximiliano se cerraron con pesar.

—¿Por qué no sales de la oscuridad? —cuestionó, dejando que la desesperación tiñera sus palabras.

—Porque no soy digno de tu belleza, eres demasiada hermosa para mí —al decir esas palabras su voz se escuchó melancólica.

—¿Si eres digno de mi corazón porque no de mi belleza? Maximiliano todo lo que he estado sintiendo este tiempo me supera y lo único que ocupa mis pensamientos día y noche eres tú, necesito conocer el rostro del hombre que se ha ganado mi corazón, lo único que realmente tengo para ofrecer.

Ante el silencio que llenó el pequeño espacio del bosque alrededor de ellos, ella comenzó a caminar en su dirección con pasos seguros, pero entonces unas chispas blancas comenzaron a salir de donde Maximiliano se encontraba y volaron alrededor de Amelia haciendo que ella sonriera.

Él creyó haberla distraído como a una niña pequeña, pero eso era lo que él creía, pues Amelia agitó su cabeza en señal de negación antes de ignorar aquellas chispas que la habían hecho olvidar su misión inicial por unos cuantos segundos.

—No me entretengas con esto —había espetado molesta.

Maximiliano continuó en silencio logrando que el corazón de Amelia comenzara a estrujarse, como si de unos de sus vestidos viejos se tratase.

—Creo que solo soy un pasatiempo nocturno para ti, te he dicho todo de mi en este tiempo, he compartido cada una de las cosas que pertenecen a mi vida con alguien que ni siquiera he visto. Y tu no pareces querer salir de dónde estás, así que lo mejor será que me vaya, Maximiliano.

Amelia pasó saliva dificultosamente ante la decisión que estaba tomando y pronto las lágrimas en sus ojos comenzaron a descender bañando su rostro y dejando en evidencia que tanto le dolía el abandonar aquello que había construido a lo largo de las semanas.

Y al no recibir respuesta del único hombre que había logrado calar lo más profundo de su corazón, tomó su cesta vacía y caminó de vuelta por el mismo lugar por el que había venido.

Amelia estaba devastada, decepcionada y con el corazón vuelto pedacitos. El saber que él no sentía lo mismo que ella o que no era lo suficientemente fuerte como para lograr que emergiera de la oscuridad la hacía sentir insuficiente logrando que su alma se despedazara en el proceso.

Al llegar a los límites del pueblo continuó hacia su casa y por primera vez en tanto tiempo no se preocupó por silenciar sus pasos, ni por observar a ambos lados para ver quien se encontraba despierto. Simplemente recorrió las calles a una velocidad poco prudente y al llegar a su hogar abrió la puerta e ingresó en ella para cerrar la puerta detrás de sí.

Pero de lo que ella no se había percatado, era de que, por unas de las ventanas, alguien la había observado al escuchar sus apresurados pasos.

Pero de lo que ella no se había percatado, era de que, por unas de las ventanas, alguien la había observado al escuchar sus apresurados pasos

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