III

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Con lentitud, los días comenzaban a volverse más grises y templados, pero de vez en cuando el clima los sorprendía con día como ese: abrasador, el frío amagaba con arrebatarle el trono al calor, quien menguaba alejándose sigilosamente mientras disminuía su temperatura, pero reclamaba su estadía una última vez.

Estaban ante el último día de verano. Finales de septiembre. Las chicharras se despedían el calor con el cantar de sus alas, el escuchar ese sonido ya hacía sentir cómo subía la temperatura.

Al final, Zoro se había unido al equipo de básquet, pero llevaba varios entrenamientos practicando dribbling y pases simples con la tutoría de Luffy, aún no estaba en condiciones de jugar un partido.

Desde entonces, se había acostumbrado de más a la compañía del pelinegro, pasaban mucho tiempo juntos al salir de la escuela.

Zoro pensaba que Luffy no podía ser más deshinibido, pero se equivocaba, los últimos días parecía incluso más abierto, contándole acerca de su déficit de atención e hiperactividad, los antihipertensivos y potenciadores cognitivos que tomaba. "Eso explica muchas cosas" fue lo que había pensado cuando se lo confesó.

Por otro lado, Zoro había demostrado más de su propia personalidad, riendo, haciendo bromas, e incluso mostrando esa ácida y refrescante mezcla de orgullo, vanidad y arrogancia que lo caracterizaba al hablar con sus más allegados; enseñaba esa sonrisa que Luffy había añadido a su colección mental hace poco, y la había apodado: la expresión de "sé todo lo que hay que saber".

A veces aportaba de sus opiniones en las charlas banales; todavía recordaba cuando pasaron unas largas dos horas ideando un plan perfecto en caso de que un repentino apocalipsis zombie hiciera aparición, y lo metido que estaba en la conversación.

—Ohh, genial, mis hermanos no me dejan comer chocolate. —siseó, Zoro prácticamente podía ver la saliva desbordando de su boca y sus ojitos repletos de deseo mientras le entregaba uno de los helados con cobertura de chocolate.

Faltaban cuarenta minutos para el entrenamiento de básquet (que se repetía los miércoles y viernes), y entre ese tiempo aprovecharon para ir a la tienda de conveniencia a unas calles de la escuela y tomar un helado. Ambos se sentaron en un banco bajo la sombra de un árbol.

— ¿Por que no te dejan?

—Me da insomnio. —respondió mordiendo el primer bocado.

Ambos hicieron silencio.

Luffy lo miraba de vez en cuando, a veces directamente, a veces de reojo. De verdad que no entendía porque Zoro no tenía más amigos; la gente es superficial, y tratándose de eso, Zoro debería encabezar el puesto número uno en la escuela, con sus rasgos trigueños y su apariencia tosca radiante de virilidad.

Se sentía confundido, no sabía si las hormonas de la adolescencia le estaban jugando una mala pasada o si de verdad era tan guapo como sus ojos lo reflejaban. Encima la camisa ajustada del uniforme escolar -con los primeros tres botones desabrochados por el calor- y el sudor corriendo tortuosamente por su cuello no lo ayudaban a decidir cual era la respuesta correcta.

Y su cuerpo, ¡Su cuerpo! (En su opinión, la mejor parte hasta ahora). Se sintió bendecido por todo Dios cuando lo vió en calzoncillos en los vestidores de hombres antes de un entrenamiento de básquet.

Joder, a veces se sentía un baboso.

Quizás no solo eran las hormonas.

Lastimosamente, tampoco sabía qué tan confianzudo podía ser con él debido a su misantropía, así que tenía que conformarse con acariciarle el cabello cada tanto, jugar con sus aretes y rozar su mano "por accidente" de vez en cuando; eran impulsos que no podía controlar, como había dicho el mismo Zoro hace unos días: quería acercarsele como una mosca.

Por suerte parecía responder bien ante eso, cerraba los ojos gustoso cuando jugaba con sus mechones, invitandolo a seguir.

— ¿Qué tanto miras?— preguntó bajo su mirada descarada.

— ¿Eh?— preguntó distraído con torpeza, acababa de romperle su burbuja.

—Que se te va a derretir el helado por andar mirandome tanto. —Luffy tomó su helado rápidamente, antes de que alguna gota de crema del cielo cayera sobre su regazo. —Mírate, estás completamente rojo. —rió.

El pelinegro volvió a mirarlo embelesado, eran contadas las ocasiones en las que podía disfrutar del espectáculo que era su risa, y no le importaba si estaba rojo hasta las orejas o sonriendo como idiota, porque así era como su cuerpo respondia a su sentir.

—Es por el calor. —se excusó sin un mínimo esfuerzo por intentar sonar convincente, después de todo no esperaba que le creyera. —¿Te gustaría venir a mí casa ésta noche?— preguntó de repente.

—Que repentino.

—Es tu culpa si me da insomnio-

— ¿Mí culpa?— lo interrumpió.

—Pagaste los helados.

—No te obligué a comerlo.

—Pero un regalo no se le niega a nadie. —refutó con una sonrisa sobradora.

—Touché.

—Entonces... ¿Supongo que te gustaría venir a mí casa? Podemos ver películas.

—Quid pro quo.

—Deja de decir palabras que no entiendo. —refunfuñó molesto.

—Que sí, me parece justo. —rió bajito, enternecido.

𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒍𝒊𝒏𝒆𝒂𝒔 ➵ 𝒁𝒐𝑳𝒖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora