MI VERDADERO HOGAR

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Albert vio cómo la rubia subía a toda prisa el automóvil y se iba en busca de aquel muchacho que jamás dejó de amar. Elevó su mirada al cielo y silenciosamente rogó porque en esta ocasión el destino no le jugara una mala pasada a Candy. Ellos ya habían atravesado por mucho dolor, así que era el momento de que la felicidad les sonriera.

Se giró para continuar con la velada, pero una voz a sus espaldas llamó poderosamente su atención.

—¡Albert!

El hombre regresó su mirada topándose con quien menos pensaba. 

—¿Tú? ¿Por qué estás aquí?

Desde la distancia el señor Lagan observaba todo lo que ocurría en las afueras del Hotel. No comprendía bien lo que pasaba, pero era hora de que él tomara las riendas de su negocio. Se giró y con pasos decididos se dirigió hasta el centro del salón. Tomó su copa y con un pequeño carraspeo llamó la atención de los presentes.

—Estimados invitados, el señor William Ardlay estará ausente por unos minutos, pues un asunto inesperado se ha presentado y él debe de resolverlo personalmente; sin embargo, les invito a alzar sus copas y brindar conmigo por el futuro prometedor de la cadena hotelera Lagan que empieza hoy, y que en un futuro no muy lejano espero siga creciendo de la mano de mi hijo y heredero, Neal Lagan.

Los aplausos no se hicieron esperar, las copas chocaron y las felicitaciones abundaron. Mientras el destino prominente de los Lagan se sellaba, en las afueras de ese mismo hotel otro giro del destino se daba.


Varios años después.....

El viento frío de la tarde jugueteaba con la rubia cabellera de Candy. Se encontraba parada en la terraza de su residencia con la mirada puesta en el hermoso atardecer que la deleitaba. Entre sus manos sostenía su acostumbrada taza de té la cual degustaba todas las tardes; era un hábito que a pesar de los años y de las circunstancias no había perdido.

A su espalda escuchó una voz que la sacó de su estado de ensoñación. Con una ligera sonrisa en su rostro volteó a ver quien la llamaba.

—¡Candy! ¡Santo cielo! ¡Con este viento y tú aquí sin una prenda que te abrigue! ¡Por Dios Candy! tienes que cuidar tu salud. Recuerda las recomendaciones del médico

—Estoy bien querida Dorothy. —respondió Candy con un suspiro que denotaba algo de cansancio.

—Ven, entremos al estudio. Está enfriando demasiado.

Dorothy ayudó con mucho cuidado a que la cansada figura de Candy ingresara al estudio. El interior se encontraba abrigado y acogedor, lo cual fue recibido con gusto por la rubia.

—Por favor Dorothy acompáñame a la sala principal.

—Claro que sí. —Expresó Dorothy con una sonrisa sincera. —Pero tenemos que bajar con mucho cuidado las escaleras.

Las dos mujeres se dirigieron a la sala principal, pero con la precaución que la salud de Candy requería.

Mientras las mujeres caminaban hacia la sala, la traviesa mano de Candy se posó sobre el enorme piano que adornaba una parte de la estancia.

Dorothy miró aquel gesto repetitivo que solía tener su rubia amiga cada vez que pasaba cerca del piano. A pesar de no ser una pianista experimentada, siempre que se acercaba al instrumento terminaba por acariciarlo.

—¡Dios, Candy! Tú y tus manías que solo tú entiendes, mejor ven y siéntate aquí. —Le dijo Dorothy señalando el mullido sofá predilecto de la rubia.

MI CORAZÓN INSISTEWo Geschichten leben. Entdecke jetzt