13. Esa extraña sensación.

125 6 0
                                    

Narra Caroline

Escuchaba una voz gritar mi nombre a lo lejos pero no sabía de dónde provenía.

— Caroline. — La voz se esclarecía y reconocí que era masculina. — Caroline.

Abrí los ojos pero los cerré de inmediato ya que una fuerte punzada me atravesó la cabeza al chocar que la luz del día.

— Caroline, ¿estás ahí? — Reconocí la voz de Ernesto llamando y busqué de dónde provenía la voz.

Al mirar hacia un lado de la cama, me llevé una gran sorpresa al encontrar a un chico totalmente desnudo a mi lado y por la sorpresa que me causó, me caí de la cama.

Por suerte la alfombra aminoró cualquier golpe fuerte pero aún así, mi cabeza quería estallar.

— Caroline, si no abres la puerta en este momento, la tiraré. — Las palabras de Ernesto calaron en mí y me puse de pie como pude.

Al levantarme observé al chico desnudo sonando su cien y mirando por la habitación.

— ¿Qué...? — Su mirada chocó con la mía y noté que miraba mi cuerpo con los ojos muy abiertos, fue cuando recordé que estaba desnuda y tomé la sábana para cubrirme rápidamente.

Su rostro estaba rojo como tomate al igual que el mío, cuando su mirada bajó por su cuerpo, abrió la boca y como pudo se cubrió con una almohada el paquete.

— Yo... — No alcancé a decir nada porque la puerta se abrió de par en par, interrumpiéndome.

— Caroline, por Dios, me tenías muerto de preocupación. — Ernesto entró en la habitación y abrió los ojos al ver la escena adentro y una mujer desconocida para mí, se mantuvo en el umbral, callada.

— ¡¿Qué demonios Sebastian?! — La expresión de Ernesto pasó de sorprendido y preocupado a enojado en un segundo. — ¡Sal de mi casa ahora!

Gritaba como loco mientras recogía la ropa de Sebastian, yo no hacía nada, estaba en blanco, ¿qué debía hacer? Y sobre todo ¿qué hacía en casa de Ernesto con ese chico?

El tal Sebastián reaccionó cuando observó al Ernesto acercarse a él, saltó de la cama y con la almohada en mano, cubriendo su paquete salió casi corriendo de allí.

Ernesto le lanzó la ropa y se detuvo para recogerla, pero luego salió corriendo.

Sentí la mirada de Ernesto sobre mí y en ese momento solo quise que la tierra se abriera y me tragara.

— Ernesto... yo... — Hablé sin saber muy bien qué decir, ni siquiera recordaba nada de lo de anoche.

— No digas nada Caroline. — Él salió de la habitación echando humos y yo me dejé caer sobre la cama deseando desaparecer.

Apreté los ojos y sobaba mi frente intentando recordar aunque sea un poco de lo que sucedió anoche y cómo había llegado a la casa de Ernesto.

Sentí unos pasos acercarse y luego como el colchón se hundía a mi lado.

— No te preocupes, ya se le pasará. — Sentí la mano de aquella desconocida acariciando mi espalda descubierta.

— ¿Tú crees? — Mientras más intentaba recordar alguna cosa, más mi cabeza quería estallar.

— Sí, los padres siempre perdonan a sus hijos.

— Ya, lo malo es que Ernesto es mi tío. — Contesté sin mucho ánimo. — Ni siquiera recuerdo cómo llegué a esta casa.

— ¿Ah, no? ¿Ni siquiera me recuerdas a mí?

— Lo siento, pero no, quisiera poder recordar aunque sea algún detalle.

DisforiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora