Capítulo 38 (Nicole)

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−¡Quedate quieta, Nick, o te voy a pinchar! –ordena Karina.

−No vayas a engancharlo, o voy a parecer renga.

Estoy acostumbrada a ser modelo de mis propios diseños, pero hoy no puedo dejar de moverme, girarme e inclinarme para ver que todo quede cómo lo planificamos. Mientras mi mejor amiga trabaja en el broche que recoge la falda, Vanesa acomoda las capas de encaje que forman la larga cola de sirena detrás de mí.

−Bien. Ahora vamos por el peinado. Tus rulos ya se quieren empezar a escapar y ni en sueños lo voy a permitir. Vane, ayudame.

−Te dije "algo descontracturado" –le recuerdo por el espejo.

−No por eso vas a caminar al altar con ese pelo salvaje que tenés.

Acabo riéndome al tiempo que mi futura con-cuñada reacomoda las puntas de la diadema de flores plateadas que recorre la parte de atrás de mi cabeza, justo por encima de la trenza "cola de pescado" que armó con tanto esmero.

−Hola, hola –Beatriz asoma la cabeza por la puerta de su cuarto, el cual estamos invadiendo en este momento. Mece la cámara que tiene en la mano. −¿Me dejan?

−Adelante –le sonrío.

−Mis fotos favoritas son las instantáneas, así que actúen natural.

−¡Dejá de moverte, Nick!

−¡Estoy cansada de estar en puntas de pie! No voy a aguantar los zapatos después.

−Sí, claro, justo vos –Karina pone los ojos en blanco y revolea su corto cabello rubio.

Beatriz hace constantes clics con su cámara, con breves intervalos que usa para jugar con Andrés en su cochecito. Logra primerísimos primeros planos de mis pies deslizándose en las sandalias blancas, y de mis manos donde brillan el anillo de compromiso y la pulsera que me regalaron Mile y Sebas para mi cumpleaños. Karina y Vanesa se alejan para contemplar su obra terminada, dejándome sola frente al espejo. Busco mis ojos y veo cómo destellan: es hoy, es el momento. Mi momento. Nuestro momento.

−¿Ansiosa? –susurra Beatriz, apareciendo por mi hombro derecho.

−Nerviosa –suspiro y le tomo la mano. –Gracias por dejarme hacer esto, prepararme acá... entrar en sus vidas. No es fácil encontrar lugar para alguien que no viene solo.

Sonríe y me entrega las tres rosas que llevaré por ramo: −Nosotros tenemos que agradecerte a vos, por devolverle la alegría a mi hermano.

Llega la hora. Vanesa, Andrés y Karina suben en el auto de Beatriz mientras ella sigue sacando fotos capturando mi salida de la casa. En la puerta me encuentro con Héctor y, sorpresivamente, con todos los vecinos aplaudiendo.

−¿Qué es todo esto?

−Este es un barrio como los de antes –explica mi suegro. –Era costumbre saludar a la novia cuando salía hacia la ceremonia, es como una despedida y bienvenida a la vez, pues cuando vuelva ya no será "novia".

Me besa la mejilla y me tiende su brazo. A mi corazón se le escapa un latido a destiempo. Mi papá no va a venir. Mi hermano ni siquiera me contestó el teléfono, si es que aún tiene el mismo número al cual llamé. Y Héctor, Raquel y sus hijos me están ofreciendo todo lo que jamás tuve y siempre deseé.

−¡No vayas a llorar o te vas a arruinar el maquillaje! –exclama Karina desde su ventanilla. −¡Al menos hasta que lleguemos allá!

El viaje se pasa en un segundo. Pronto, Ezequiel, el marido de Beatriz, se detiene en la entrada del parque. El verde césped y las guías de enredaderas plenas de flores se combinan con las primeras hojas amarillas que han empezado a caer. No hay una nube en el cielo que opaque el Sol radiante. La fotógrafa se pone en acción cuando Héctor me ayuda a bajar y despliego todo el sencillo esplendor de mi vestido.

Camino de su brazo hasta detenerme en el inicio del pasillo entre los invitados. Beatriz trota hasta el otro extremo y se coloca en posición, y es cuando todos se giran hacia mí. Suspiros, sonrisas y lágrimas se mezclan en los rostros de todos, pero yo solo tengo ojos para mis hijos que se acercan con largos pasos.

−¿Me permite? –pregunta solemne Sebastián a Héctor. El rizo rebelde cae sobre su frente, indomable.

−Cómo no, joven.

Le entrega mi mano y va a sentarse con su mujer a las filas de adelante. Mi mirada se detiene allí, donde de pie con las manos al frente, en un traje claro y sus ojos brillando como diamantes, está mi prometido.

−¿Lista, ma?

Le acaricio la mejilla y le doy un dulce beso, cuidando de no dejar rastros de labial. Volviendo a mirar al frente, él hace una seña hacia el pequeño escenario donde están Gero, Pablo y Camila. Cuando ella empieza a tararear el comienzo de "Cuéntame al oído", los invitados se ponen de pie y comenzamos a caminar hacia el altar, precedidos por Milena. Tal es su entusiasmo que, completamente fuera de libreto, corre a abrazar a Adrián y le da un sonoro beso en la mejilla.

Él la mantiene a su lado, sosteniendo fuerte la cajita con las alianzas, al tiempo que vuelve a alzar la mirada hacia mí. Intercambia con Sebastián una inclinación de cabeza, y justo cuando la música sube una octava, mi hijo coloca mi mano sobre la de él. Camila canta con el perfecto equilibrio entre potencia y suavidad, narrando nuestra historia en versos.

−"Nada hay más perfecto que el amor. Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, sin amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe..." –lee el Padre Oscar, un sacerdote amigo de Raquel que se ofreció a bendecir la unión.

Acabada la lectura y la oración, le hace una seña a Milena y ella abre su cajita para que él tome los anillos. Estoy temblando como nunca.

−Yo, Adrián, te recibo a vos, Nicole, como mi esposa, y prometo amarte, honrarte y protegerte durante toda mi vida.

−Yo, Nicole, te recibo a vos, Adrián, como mi esposo, y prometo amarte, honrarte y protegerte durante toda mi vida.

A mi oído llega el clic de la cámara de Beatriz, captando el momento cúlmine en que la alianza pequeña se desliza en mi dedo y yo pongo la más grande en el de Adrián. El sacerdote pronuncia con entusiasmo la tan esperada frase, y al instante las manos de Adrián envuelven mi cuello y mi cintura.

−Te amo, mi vida.

−Para siempre –respondo, sin poder dejar de sonreír.

Nos fundimos en un beso cálido y apasionado. Nuestras almas se elevan sobre nuestros cuerpos en eterna unión. Todos alrededor estallan en un aplauso, y sé que el que chifla es Hernán. El teclado de Pablo desliza las primeras notas de la canción favorita de Adrián: "Sortilegio de Amor". Cuando miramos hacia allá, Sebastián tiene la guitarra entre las manos y puntea con cuidado mientras se une a Camila para cantar. Los ojos negros de ella resplandecen y mi hijo le responde con un guiño que me acelera el corazón. Sus voces contrastan y crean una armonía capaz de mover montañas. No puedo evitar abrazarme a Adrián y recostar la cabeza en su hombro, y mi esposo besa mi pelo con ternura.

Raquel rompe el círculo y se acerca para estrecharnos en sus brazos. Milena corre detrás de su nueva abuela y se encarama a mis hombros, dándome un montón de besos por toda la cara como yo suelo hacer con ella. Uno a uno, familiares y amigos pasan a saludarnos, repartiendo palmadas de espalda, abrazos y bendiciones. No somos muchos, pero entre todos fluye el amor de una forma mágica, inexplicable, que me llena el alma.

Somos por fin una familia. 

Segunda OportunidadWhere stories live. Discover now