Capítulo 1

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Bueno, antes de que esperes tanto de mí, conóceme. Mi nombre es Isidora, Isi para mis amigos. Actualmente tengo 15 años, soy géminis, uno de los signos más amados ja, ja y me encanta andar en bicicleta. A diferencia de otras chicas de mi edad, yo no me maquillo y tampoco me preocupo de mi outfit, colocándose muy guapa para ciertos días. No soy así. Soy más práctica. Al menos eso pensaba cuando era tan joven. Durante la básica mis padres se separaron y sentí como todo mi mundo perdía sentido. Lloraba por las noches en mi habitación mientras todos dormían. Nos mudamos a la casa de mis abuelos, ahí también vivía mi tía Susana. Me hacía sentir que era capaz de lograr cualquier cosa. Lo malo es que en el colegio esa frase quedaba sepultada. Ya que una sola persona lograba que mi existencia se viera como que no existiera. Paloma era una chica conflictiva. Ya daré más detalles más adelante. Pasaban los años y aún no le contaba a nadie qué era lo que me sucedía. Cada vez que quería contarlo mi garganta se apretaba y mis lagrimas no brotaban, estaban estancadas. En todo este proceso de mierda emocional que estaba viviendo me enteré de que le gustaba a un niño, pobrecito, pues yo no creía en el amor. Menos cuando mis papás me demostraban que el amor te dañaba. Te gritaba, te hacía sentir menos y que cada sonrisa por esa persona se transformaba en decepción. Aunque eso no quiere decir que descuidara mis estudios, al contrario, los estudios era un pilar donde yo sentía que estaba segura. Me quedaba a talleres de matemáticas y de lenguaje. Tratando de mantener mi mente ocupada. Un día en el taller de lenguaje me quedé escribiendo un poema en la sala. Esa tranquilidad de estar sola, que nadie te moleste. Bueno, hasta que llegó él. Un chico de cabello café, ojos negros, piel morena y alto para algunas chicas, no para mí. Él se acercó con valentía y me entregó una carta con una flor arrancada del jardín de la escuela. Con mis manos recibí de mala manera la carta y comencé a leerla. Si resumo lo escrito, decía que era el motivo del cual iba al colegio, decía que mi belleza era hipnotizante y que me veía más hermosa que las flores. Todo un poeta el chico. Al final de la carta decía «Me gustas, no sabes cuánto. Me gustaría que fueras mi polola», él me miraba con satisfacción. Pero en un segundo cambió su expresión al yo reírme mirando la carta.

—Ni en tus sueños. Aaah, y me faltó decirte algo más especial, vete a la MIERDA. Porque ahí perteneces.

Antes de salir de la sala en pleno recreo, rompí la carta y pisé la flor mientras él se quedaba mirándome con sus ojos acuosos a punto de llorar, pero se aguantó. Mientras que yo solo quería patear cada puerta que se topara con mi simple presencia. Sí, ya lo sé, fui una idiota. No porque yo estuviera en el infierno en vida tenía que comportarme como una imbécil con alguien que no se lo merecía. Tenía mucha furia interna. Ganas de golpear a todos, bueno, a una persona en especial. Esa malcriada detestable que me hacia la vida imposible. Y tenía ganas de gritarles a mis padres. Los detestaba. No amaba a nadie.

Como cada día pasaba por el puente que tiene las vías donde pasa el tren. Me acerqué y miré las líneas. Tablas antiguas de madera y rieles bastante gastados. Si me acerco solo un poco ¿me dolería?, no. Te morirías al instante. Capaz que caería en la calle de abajo. Me acerqué más. Y ahí venía el tren. Son solo dos pasos y se acaba todo. Todo el dolor y sufrimiento. Cuando iba a dar los pasos se me vinieron recuerdos con mi familia. Mi abuela riéndose porque yo me mojaba en un río, mi tata levantándome para que subiera al techo, correr con mi tía para que no me hiciera cosquillas, mi mamá abrazándome, porque me había asustado ver una araña en el patio, mi papá elevándome en sus brazos y cuando aprendí a andar en bicicleta sintiendo el aire pasar por mi rostro a los seis años. Se me hizo un nudo en el estómago. Lo cual fue tan doloroso que mi rostro soltó una lagrima deslizándose por mi rostro lentamente. Observé mis pies. Pasó el tren. Esperé, cuando ya había pasado comencé a caminar hacia la casa de mis abuelos. Me imaginaba que si me hubiera matado como hubieran estado mi familia llorando por mí. Estarían muy tristes. Mencionaba mi conciencia.

Acaramelada EspinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora