XXIII

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CAPÍTULO 22
Infradimensión


Viajamos al reino Cyril, cerca de los Emiratos Árabes, casi dos semanas después. Era el reino de la tecnología, el que me hacía sentir en una película de ciencia ficción. Era vivir en el año dos mil quinientos o algo así.

A pesar de mi único y algo tenso encuentro con la reina Agnes hace algunos meses, ella y su Consejo aceptaron que utilizáramos sus máquinas, sistemas, laboratorios y procesadores híper avanzados para escanear las ondas magnéticas de los chips de Krishna. La actividad de estos ya era casi nula, porque aunque los humanos todavía los tuvieran dentro, habíamos destruido sus centros de control, y con ayuda de otra tecnología, quedaban inhabilitados.

Por otra parte, los hummons expertos en relaciones seguían interfiriendo en los conflictos internacionales humanos para reparar y apaciguar lo más posible del daño causado por Satanás.

Yo había propuesto otra idea para manejar a los secuaces de Krishna (a los que generalmente mataban sin pestañear), y la reina y el Consejo me habían apoyado con la nueva estrategia. Bueno, no todos los integrantes, pero habían votado y mi plan había ganado.

―Espero que estés haciendo lo correcto, majestad ―murmuró Rayna a mi lado mientras veíamos en una pantalla a algunos rehenes en Atanea desde el reino Cyril―. Esos idiotas no se merecen tu piedad.

―Su plan tiene sentido ―expuso el agente de estrategia, Max Bourne.

Pestañeé lento y lo miré. Desde que lo había conocido, el reluciente rubio, fuerte y antipático agente Bourne me había tratado como una niña tonta la mayoría del tiempo.

Rayna lo miró como si se le hubiera escapado un tornillo.

―¿Te sientes bien? ―inquirió Rayna.

Max la observó largamente, a toda ella. Arrugué un poco el ceño.

―La mejor manera de encontrar a la enemiga, que hasta ahora no le hemos visto ni un puto pelo, es poniendo a su poca gente en su contra ―respondió a regañadientes―. Si la mayoría acepta el trato que le daremos a cambio de información, la encontraremos antes de lo que previsto. ―Se inclinó y tecleó algo en la pantalla―. Se pasaron la voz entre ellos. Saben que están perdiendo, se acercarán a nosotros.

Mi pierna empezó a moverse por sí sola, arriba y abajo, ansiosa.

―Ah, sí, ¿y cuál es el trato exactamente que harán con esa manga de perros sádicos? ―Rayna amplio sus ojos pálidos una vez, aun no convencida.

Max me miró y supe que todavía no confiaba en Rayna. Asentí con la cabeza. 

―Les damos la posibilidad de sobrevivir con algo de dignidad, a cambio de que nos den información sobre ella. No es tan difícil de suponer.

Rayna lo miró con cara de poco amigos.

―Bah, no me digas, no me lo había imaginado ―bufó―. Pregunté por el trato en específico, Bourne. Dah.

Max elevó una comisura. Le sonrió.

Por un momento pensé que estaba alucinando, pero no, ahí estaba ese labio curvado.

¿Por qué diablos le sonreía, si él nunca sonreía?

Carraspeé con fuerza y le expliqué yo, ya que Max seguía mirándola:

―El trato es que a todos los que nos den información sobre ella, serán enviados a la isla Neivi. Una isla lejana y despoblada perteneciente al reino Ragnus ―le expliqué yo misma―. La isla tiene suficientes recursos como para que sobrevivan. Se les dará apoyo médico periódico y lo que haga falta, pero no podrán salir de aquella isla jamás ―concluí.

Princesa de sangreWhere stories live. Discover now