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Carrie tomó un par de respiros antes de abrir la puerta frente a ella. Una infinidad de escenarios de lo que estaba a punto de suceder la hacía sentir mucho miedo.

Se suponía que en esa casa estaba el hombre al que amaba. El hombre al que habían intentado matar la noche pasada y ella había intentado proteger.

Había tenido suerte de no ser descubierta. Tuvo que tomar otro coche de alquiler luego de salir de la cabaña y volver a la fiesta como si nada hubiera sucedido. No la habían visto entrar o salir de la velada y eso la llenaba de alivio. Lady Breastford no había reparado en su ausencia. Al volver a su casa, su madre ya se había retirado a sus aposentos y no tuvo la oportunidad de interrogarla sobre cómo había ido el baile. Sin embargo, esa misma mañana, mientras tomaban el desayuno, no dejó de preguntarle esto o aquello.

El periódico matutino la había alabado. Era considerada uno de los mejores partidos de la temporada, junto con otras tres damas más jóvenes. Habían resaltado su belleza y modales de buena manera y su madre había quedado contenta con eso. Lo que Carrie aprovechó, así que convenció a sus padres de permitirle ir hasta la cabaña nuevamente. Si bien estaban un poco preocupados a causa de lo que le había sucedido a Isabella, la dejaron. La única condición que le impusieron era no llegar más tarde de medio día.

En consecuencia, Carrie estaba frente a la puerta de la cabaña. Iba cargada con una canasta repleta de comida y una muda de ropa que había tomado prestada de su padre para el duque, por si aún se encontraba allí, aunque lo dudaba. Debía haber despertado hace mucho y haberse ido. Pero, ella tenía un ligero presentimiento de que seguía en el lugar. Estaba terriblemente nerviosa por entrar. ¿Qué iba a decirle si él no se había marchado? Solo atinaba a prestarle su ayuda y esperar que nada malo sucediera.

Abrió con cuidado la puerta y se detuvo bajo el marco. Kent seguía en el mismo sillón dónde lo había dejado. Aún dormía. Su pecho subía y bajaba con normalidad. Se veía tranquilo. El cabello lucía peor que la noche anterior, los mechones castaños iban y venían de un lado para otro. Además, sus mejillas ya estaban empezando a oscurecerse por la barba. Carrie se deleitó por varios minutos con tan excelente visión. Era más que guapo. Era magnético. Algo en su actitud y personalidad la atraían de forma violenta.

Ahora se daba cuenta que no importaba cuánto tiempo pasará o esperará. Nunca iba a superarlo. Él sería el amor de su vida. Tendría que resignarse a envejecer así. Se iba a casar con otro caballero y por más que se obligara a enamorarse de quien sería su esposo, el recuerdo del duque no iba a separarse de su lado.

Parpadeó varias veces para intentar distraer aquellos malos pensamientos y despejarse. Volvió a repetirse que no tenía caso lamentarse. Así que dejó la canasta sobre la mesa de centro y caminó hacia él. Le sacudió el hombro con cuidado y se alejó unos centímetros al verlo abrir los ojos. El hombre la miró con evidente confusión y después se sentó adecuadamente en el sofá.

—Buenos días... —Carrie se lamentó al instante de decir aquella estupidez. ¡Por Dios! Habían tratado de secuestrarlo. Ella debía ser más acertada. —¿Se siente bien? ¿Le duele la cabeza, milord?

—¿Quién es usted? —si bien no parecía estar molesto, su ceño fruncido le indicaba que no estaba tampoco muy feliz.

—Soy Carrie. Lady Carrie Hamilton, hija de los barones de Crawley. Ya nos conocíamos. —Kent la detalló a consciencia. Demasiado diría ella. Tanto que la hizo sentirse incómoda. Sus ojos le recorrieron todo el cuerpo y ella notó cuando se demoró más de lo que debía en sus pechos. Sabía que no debía ponerse ese vestido. Dejaba demasiada piel a la vista, pero seguía siendo acorde a su edad y calidad de dama soltera.

Seduciendo al Duque de Kent - Misterios de Londres IIWhere stories live. Discover now