La Madriguera

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—¿Ron? ¡Ron! —exclamó Bella, encaramándose a la ventana y abriéndola para poder hablar con él—. Ron, ¿cómo has logrado...? ¿Qué...?

Bella se quedó boquiabierta al darse cuenta de lo que veía. Ron sacaba la cabeza por la ventanilla trasera de un viejo coche de color azul turquesa que estaba detenido ¡ni más ni menos que en el aire! Sonriendo a Bella desde los asientos delanteros, estaban Fred y George, los hermanos gemelos de Ron, que eran mayores que ella.

—¿Todo bien, rubia? —dijo Fred.

—¿Cómo estás, ojitos bonitos? —dijo George.

—¿Qué ha pasado contigo y con Harry? —preguntó Ron—. ¿Por qué ninguno ha contestado a mis cartas? Te he pedido unas doce veces que vinieras a mi casa a pasar unos días, y luego mi padre vino un día diciendo que a Harry le habían enviado un apercibimiento oficial por utilizar la magia delante de los muggles.

—No fue él. Pero ¿cómo se enteró tu padre?

—Trabaja en el Ministerio —contestó Ron—. Sabes que no podemos hacer ningún conjuro fuera del colegio, Harry también lo sabe.

—¡Tiene gracia que tú me lo digas! —repuso Bella, echando un vistazo al
coche flotante.

—¡Esto no cuenta! —explicó Ron—. Sólo lo hemos cogido prestado. Es de mi padre, nosotros no lo hemos encantado. Pero hacer magia delante de esos muggles con los que vive él...

—No lo ha hecho él, ya te lo he dicho..., pero es demasiado largo para explicarlo ahora. —Bella miró hacia la calle, que estaba completamente vacía—. A todo esto, ¿qué haces aquí?

—Vivimos por ti, rubia —dijo Fred sonriendo.

—Vamos, busca tus cosas que ya nos vamos, ojitos bonitos —dijo George.

Bella se quedó paralizada un instante antes de asentir frenéticamente y bajar de un salto de la cama, ir al baúl donde estaban sus cosas de Hogwarts y, con fuerza, comenzó a halarlo.

Bella, que sabía que era imposible poder con el baúl ella sola (además de que su mano herida estaba aún inservible), lo soltó, se subió a la cama y se acercó a la ventana.

—No puedo con el baúl —dijo con voz apenada y derrotada.

—Deja, ya lo hacemos nosotros, ¿cierto, Fred? —dijo George desde el asiento del acompañante.

—Cierto, George —respondió Fred, abriendo la puerta del coche.

Fred y George entraron por la ventana, pisando en el alféizar. Ambos cogieron el baúl del suelo, llevaron el baúl a través de la habitación de Bella, hasta la ventana abierta. George pasó al coche para ayudar a Ron a subir el baúl, mientras Bella, con su mano buena, y Fred lo empujaban desde la habitación.

Centímetro a centímetro, el baúl fue deslizándose por la ventana.

—Un poco más —dijo jadeando George, que desde el coche tiraba del baúl—, empujen con fuerza...

Bella y Fred empujaron con los hombros, y el baúl terminó de pasar de la ventana al asiento trasero del coche.

—Estupendo, vámonos, ojitos bonitos —dijo Fred en voz baja.

Bella, antes de salir por la ventana, recordó que debía dejarle dicho algo a los Reynolds, no es como si a ellos les importara, solo tenía que tener segura su estadía el próximo año en el número 5 de Privet Drive.

Bella cruzó a toda velocidad la habitación al tiempo que se encendía la luz del rellano, buscó una libreta con hojas en blanco por la habitación y, cuando la encontró, la tomó, arrancó una hija, buscó un lápiz y escribió:

Bella Price y La Cámara Secreta©Where stories live. Discover now