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—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad? — dijo Harry—. Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.

—¡Estás loco! — dijo Ron.

—¡No puedes! — dijo Medea.

—¡Van a expulsarte! — exclamó Hermione.

—¿Y qué? — gritó Harry— ¿No lo entienden? ¡Si Snape consigue la Piedra, es la vuelta de Voldemort! ¿No han oído cómo eran las cosas cuando él trataba de apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio del que puedan expulsarnos! ¡Lo destruirá o lo convertirá en un colegio para las artes oscuras! ¿No se dan cuenta de que perder puntos ya no importa? ¿Creen que dejará que ustedes y sus familias estén tranquilos si Gryffindor gana la Copa de las Casas? Si me atrapan antes de que consiga la Piedra, bueno, tendré que volver con los Dursley y esperar a que Voldemort me encuentre allí. Será solo morir un poco más tarde de lo que debería haber muerto, porque nunca me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa trampilla esta noche, y nada de lo que digan me detendrá. Voldemort mató a mis padres, ¿lo recuerdan?

—Tienes razón, Harry— dijo Hermione, casi sin voz.

—Voy a llevar la capa invisible— dijo Harry—. Es una suerte haberla recuperado.

—Pero, ¿nos cubrirá a los cuatro? — preguntó Ron.

—¿A... los cuatro?

—Oh, vamos, ¿no pensarás que vamos a dejarte ir solo? — inquirió Medea cruzándose de brazos.

—Por supuesto que no— dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo crees que vas a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar mis libros, tiene que haber algo que nos sirva...

—Pero, si nos atrapan, también los expulsarán a ustedes.

—No, si yo puedo evitarlo— dijo Hermione con severidad—. Flitwick dijo en secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a expulsar después de eso.

—Calla, presumida— rió Medea antes de seguirla.

Tras la cena, los cuatro se sentaron aparte en la sala común. Nadie los molestó: después de todo, ningún Gryffindor hablaba con Harry, pero esa fue la primera noche que no le importó. Hermione revisaba sus apuntes, confiando en encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Medea echaba un vistazo a los que su amiga apartaba, creyendo que podrían servir. Harry y Ron no hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían. Poco a poco la sala se fue vaciando y todos fueron a acostarse.

—Será mejor que vayas a buscar la copa— murmuró Ron mientras Lee Jordan finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por la escalera hasta su dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó en la flauta que Hagrid le había regalado para Navidad. La guardó para utilizarla con Fluffly, no tenía muchas ganas de cantar. Regresó a la sala común.

—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos cubre a los cuatro... si Filch descubre uno de nuestros pies andando solo por ahí...

—¿Qué van a hacer? — dijo una voz desde un rincón. Neville apareció detrás de un sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro viaje a la libertad.

—Nada, Neville, nada— dijo Harry, escondiendo la capa detrás de la espalda.

—Van a salir de nuevo.

—No, no, no— aseguró Hermione—. No, no haremos nada.

—¿Por qué no te has ido a la cama? — murmuró Medea al acercarse.

La noche que el sombrero se equivocó (1)Onde histórias criam vida. Descubra agora