II. !BUENOS DIAS, SOLECITO!

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Gruñó mientras se miró al espejo por séptima vez, volviendo a acomodarse el uniforme; pues no se decidía si lo quería más desarreglado y cómodo, o planchado y derecho; pues la primera opción lo hacía ver desaliñado y rebelde sin causa, mientras que la segunda opción le parecía algo sosa y aburrida, además de que si lo abrochaba como debía, se asfixiaba de tanto botón. Intentando encontrar un punto medio entre ambas, se desabotonó los primeros dos botones de la camisa blanca, dobló las mangas de esta, se levantó el cuello y se la dejó medio desfajada del oscuro pantalón. 

Torpemente, pasó un trapo medio sucio por los zapatos para limpiarlos del polvo, pero no queriendo que brillen demasiado. En su escuela eran algo estrictos en lo que vestimenta respecta, pero no quería perder su estilo de chico malo. No usaría el suéter de la escuela, estaban en pleno verano y el calor se hacía intenso por el medio día, además que no le gustaba nada esa cosa que -según él- solo usaban los cerebritos para verse más intelectuales. En cambio, le llamaba más la atención usar su gabardina negra y larga, con tal de verse cool y hacerse notar, el calor era mental.

Y, por último, su única e inigualable bandana negra; es todo un orgullo para él, por lo cual la portaba en su frente cada vez que tenia oportunidad. Algunos decían que era ridícula, pero, para el era preciada y tenía un significado sentimental; brindada por su padrino y también maestro, Jiraiya, antes de que este falleciera.

Con una última mirada a su aspecto y asegurarse de que estaba guapo, sonrió complacido y tomó su mochila para bajar a desayunar.

Vio a su madre acomodando el almuerzo en la mesa, que consistía en pan tostado, huevos estrellados, tocino, y jugo de naranja; la pelirroja prefería los desayunos americanos desde su viaje a Texas del año pasado. Su padre, tomaba una taza de café mientras leía la sección de negocios en el periódico, levantó la mirada en cuanto lo vio entrar a la cocina.

–Hola hijo. – Saludó con parsimonia y una sonrisa, como si el hecho de que fuera lunes por la mañana no le afectara en absoluto.

–¡Buenos días! – Pero como buen hijo, apreciaría el cálido saludo.

–¡Naruto! ¿qué son esas fachas? pareces uno de esos vaguitos del centro que dejan la escuela para seguir sus sueños. – y el amoroso recibimiento de su bella madre.

–¿Cómo que fachas? ¡Si es la mera onda 'ttebayo! – chilló el rubio menor, guiñando el ojo y haciendo con una mano el gesto de cuernos.

–No seas desvergonzado, niño. Minato, ¿ya viste como va vestido? – Renegó Kushina.

–Ah sí sí, se te ve bien hijo. – Siguió leyendo el periódico sin inmiscuirse en el regaño.

–¡Gracias pa!

–¡No! se supone que debes reñirlo, no alentarlo. – Exigió la mujer, mientras Minato seguía impasible, dándole un sorbo a su cafecito caliente.

–Ya ma, no es para tanto. – Hizo un gesto con la mano quitándole importancia, para después fijarse en el reloj de la cocina. – Ya me voy, ¡Adiós! – Se despidió veloz antes de que su madre dijera algo más, le dio un beso en la mejilla y choco el puño con su padre, escapando lo más pronto posible.

–¿Pero qué...? Ugh, ese niño me va a sacar canas verdes. – Dijo suspirando mientras se masajeaba la frente.

–Hum, ya no es un niño; déjalo ser. – habló tranquilamente y tomó la mano de su esposa para calmarla, dándole un corto beso en la frente; haciendo que Kushina sonriera un poco y siguieran con el desayuno.

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Soltó el aire que tenía retenido en un suspiro, su madre podía ser una mujer de temer cuando quería; de algún u otro modo, siempre era lo mismo por las mañanas, el sermón de su madre, la calma de su padre, y un desayuno en la mesa. Aunque a veces tema por su integridad física, todo eso generaba un ambiente cálido y hogareño, del que se sentía tan afortunado de formar parte. Había alcanzado a avanzar un par de cuadras desde que huyó de la ira de su madrecita santa, dirigiéndose a la escuela. Hoy pasaba a tercer y último año, después de unas buenas vacaciones; finalmente, las clases había comenzado. Había salido con sus amigos durante ese tiempo libre, pero admitía que volver a verlos en la escuela lo emocionaba, pues sin ellos se aburriría completamente. Seguía caminando despreocupadamente, metiendo sus manos a los bolsillos del pantalón, mientras observaba vagamente las casas de su lado derecho; la mayoría eran iguales y monótonas, pero adineradas; aún se preguntaba cómo es que sus padres lograron costear su vivienda. Tuvo que parar en el cruce de autos, ahí donde la acera por la que caminaba se cruzaba con la del otro lado de la calle.

Entre Broma y Broma, La Verdad se Asoma.Where stories live. Discover now