única parte

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Sus embestidas eran cada vez más rápidas y mis gritos más audibles, resonaban y hacían eco por toda la habitación. El calor recorría mi cuerpo, razón por la cual mi excitación aumentaba cada vez más. El dejó su cuerpo muy cerca mío, me dejó ver su rostro desde muy cerca, dejaba ver una sonrisa por cómo me retorcía, muy pocas veces había tenido la oportunidad de verla reflejada en su rostro.

Cuando estaba a punto de culminar, el empezó a bajar la velocidad, ahí fue cuando realmente me enojé.

— ¿Porqué paraste? — dije entre pequeños jadeos. El simplemente se acercó a mí para dejar pequeños besos en mi cuello mientras dejaba salir una risa nasal. Aunque sus embestidas eran lentas, la punta de su falo llegaba hasta mi punto dulce.

— Te estoy torturando, pequeña.— mi piel se erizó al sentir su aliento muy cerca de mi oreja.— Percibo en qué momento te vas a venir, entonces me gusta jugar con tu estimulación y torturarte un poco.— aumentó muy poco la velocidad, pero aún así lo sentía gracias a mis fluidos que ayudaban a qué se deslice con demasiada facilidad.

— Mierda...—murmuré, seguido, me escondí en su hombro, pero el agarró mí nuca y me separó de él.

— No te escondas, quiero verte.— dejó mí cabeza reposar en la almohada, luego se levantó sin sacar su longitud dentro de mí y empezó a hacer movimientos más seguidos, tal cual los que estaba haciendo anteriormente. Mordí mí labio y levanté mí espalda, escondiendo mis manos abajo de las almohadas para agarrar las sábanas y apretarlas con mí puño.

Unos gritos empezaron a hacerse presentes en la escena, raramente no eran ni míos, ni de mí profesor. Al abrir los ojos encontré una señora gritándome desesperadamente ordenando algunas cosas de mí cuarto, era mí madre.

— Dios santo, Asia, levántate.— exclamó al ver como frotaba mis ojos tratando de entender que había pasado.

Pasé de tener un sueño húmedo con mí profesor de contabilidad a tener que soportar los gritos matutinos de mí madre, un completo infierno.

— Ya me levanté.— dije somnolienta.

— Sí, apúrate, Ymir te está esperando en la sala.— al ver el único reloj que tenía colgado, pude ver que eran las siete y cuarto, faltaba para entrar a la universidad, sin embargo vivía un poquito lejos, así que tenía que apurarme si no quería llegar tarde. Mí madre acabó cerrando la puerta, dejándome sola para poder cambiarme.

Cuando me gradué, pensé que la universidad iba a ser fácil, siempre me dijeron lo contrario, pero me mentalicé que era fácil solamente para que mí estabilidad mental se mantenga bien. Cuando entré me encontré con el mismísimo infierno, pero encontré una parte del cielo cuando conocí a mí profesor de contabilidad. Desde que lo conocí tuve un anhelo diario y una pequeña apuesta con Ymir.

Mí plan era seducirlo, al menos que me dirija una mirada o alguna palabra, con eso me bastaba, ya que era muy distante y casi ni hablaba sobre su vida afuera de la universidad. Y la apuesta que habíamos hecho con Ymir era de cincuenta dólares, si yo me acostaba con él, los ganaba, y si no lo hacía antes de que terminara la universidad, la que tenía que darle esos cincuenta dólares a Ymir, era yo.

Abrí mí armario para encontrarme con las diez prendas locas de ropa que tenía por ahí tiradas. No me importaba mucho la ropa y tampoco me tomaba el tiempo para hacer buenos conjuntos, con unos mom jeans, una músculosa negra, una camisa cuadrille roja, y las típicas zapatillas negras, las converse.

Cuando terminé de vestirme, salí de mí habitación y me fui al baño. Hice mis necesidades para luego cepillarme los dientes y maquillarme un poco con los maquillajes de mí mamá, ya que compartíamos. Puse un poco de deliñador en el lagrimal y un poco de máscara en las pestañas, para luego guardar todo, cerrar el estuche y salir del baño. Pasé por el pasillo que llevaba a la cocina comedor y ahí estaba mí mamá hablando con Ymir.

El Profe - A.RV (ONE SHOT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora