CAPITULO VEINTIDÓS: Lorenza

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Milán, 13 de julio del 2022, 11:45 pm

Quedan menos de cuatro horas para el fin del mundo

Llegamos a las escalinatas que conducen al hogar de Andrea. Ambas tenemos la respiración entrecortada y el cabello pegado a la cabeza a causa del sudor. Nuestros cuerpos se agitan, es una mezcla entre el cansancio y el miedo. En más de una esquina temimos que pronto fuéramos a perder la vida. Tomamos atajos y giros extensos para evitar los espacios en los que otras personas causaban alboroto y descontrol y, de alguna forma, logramos arribar a salvo hasta este edificio. 

Según el reloj que envuelve mi muñeca, es casi medianoche. Quedan apenas tres horas para que la cuenta regresiva llegue a su fin.

En esta zona todavía hay luz. No sé si alegrarme o preocuparme por ello. 

La oscuridad de la ciudad se traga lo bueno y lo malo, es un monstruo feroz y un arma de doble filo. Es más sencillo escabullirse entre las sombras sin ser vistas, pero también es más sencillo para otros atacar a quienes todavía recorren los laberínticos caminos de Milán.

—Gracias, Lore —se despide Andrea, apresurada—. Espero que puedas llegar con tu madre antes de que sea demasiado tarde.

—Yo también… —susurro. Temo hablar fuerte—. Solo rezo para que no le haya ocurrido nada en mi ausencia. La casa no es tan segura como desearía, y ella es de esas personas que le abren la puerta a cualquiera que la golpea.

—Si puedes, escríbeme cuando estés ahí. Ya tienes mi número y, aunque ahora mi teléfono anda con la batería muerta, puedo cargarlo con la otra extra que dejo siempre en mi casa.

—Lo haré —afirmo—. Disfruta de las horas que quedan junto a tus hijos. 

—Mientras estén a salvo, lo demás no importa. Quizá su padre los haya venido a recoger y yo no pueda despedirme... Mi prioridad es asegurarme de que no les haya ocurrido algo malo. Con eso me conformaré.

Sin querer perder más minutos, nos damos un abrazo fugaz y continuamos por caminos diferentes. Andrea entra al edificio y yo sigo por la calle. Estoy cerca de mi destino.

“Ya casi”, pienso. Si no me desvío en unos diez o quince minutos estaré en casa.

El paisaje que me rodea muestra una versión de Milán que parece sacada de alguna película de terror futurista, o tal vez de una pesadilla distorsionada. A lo lejos se oyen gritos y disparos, estruendos de toda clase que me llevan a imaginar escenarios horribles.

Hay cadáveres en las calles, dentro de vehículos y también sobre las aceras. Hemos visto alrededor de una docena entre la oficina y este sitio. Incluso divisamos a un suicida que colgaba del balcón de su hogar, todavía pataleando a la espera de la muerte.

Sacudo la cabeza cuando un escalofrío me recorre. Imagino que el mundo entero debe encontrarse en un caos similar. ¿Y si esto es solo un error? ¿Cuánta gente habría perdido la vida por nada?

Alzo la vista al cielo y ruego a Dios que nos perdone por haberlo ofendido tanto, pido por la salud de mi familia y, ya que estoy, por la de Andrea también; sé que es una buena muchacha, a pesar de que apenas la conozco.

Apresuro el paso cuando llego a la esquina y cruzo sin siquiera mirar. 

—¡Alto ahí! —grita alguien, no sé si me habla a mí o a otra persona.

Por si acaso, finjo no haberlo oído y comienzo a trotar. Hay un gran bus aparcado a pocos metros. Puedo esconderme detrás o debajo del mismo hasta que el peligro pase.

—¡¿Estás sorda, rubia?! —llama el extraño.

Ahora sí, tengo la certeza de que me habla a mí. Comienzo a llorar, desesperada. Me quito los zapatos para correr más rápido. Tengo que llegar con mi mamá y… escucho el disparo. 

Me giro.

La bala golpea mi hombro con fuerza. El dolor es agudo y veloz, no logro reaccionar ni emitir sonido alguno.

¿Es este mi final? ¿Moriré a poca distancia del hogar en el que mi madre aguarda, sola, por mí?

Eso parece.

Caigo con la espalda contra algo que no llego a distinguir, un árbol posiblemente. Lágrimas caen por mis ojos mientras intento ponerme de pie. Todavía soy capaz de moverme.

—¿A dónde crees que vas? —pregunta una voz masculina que se aproxima desde el frente; creo distinguir la silueta de sus zapatillas verdes en la oscuridad. También hay otro par en color blanco: no va solo.

—¿Por qué la prisa, putita? ¿No quisieras pasar el rato que queda con nosotros?

—Déjenme ir —ruego—. Necesito llegar a mi casa.

Logro ponerme de pie y caminar algunos pasos. De repente, sin embargo, uno de ellos se abalanza sobre mí y vuelve a dejarme en el suelo. Esta vez sí grito de dolor.

—Por favor, déjenme ir… —sollozo—. ¡Ayuda! —intento gritar, pero mi voz es apenas un murmullo entre el bullicio que nos rodea.

Siento que uno de los hombres comienza a quitarme la falda. Trato de patearlo. El otro me golpea en el costado para detenerme y, con eso, dejo de luchar. ¿De qué sirve? Estoy herida, la sangre brota de mi hombro y mancha la blusa blanca. 

—No te atrevas a morirte antes de que terminemos contigo —se burla uno de ellos.

Guardo silencio y vuelvo a rezar. Pido a Dios que me permita sobrevivir a lo que sea que tienen planeado para mí, que el tiempo me alcance para arrastrarme a casa, aunque sea desnuda y cubierta en sangre, para abrazar a mi mamá una vez más antes de que el mundo se acabe.

Agradezco también que no hayan visto a Andrea, que por lo menos ella se haya reunido con sus seres queridos. 

—Está un poco vieja para mi gusto —bromea el que me golpeó—, pero es mejor que nada.

—Totalmente —responde el otro, que continúa desvistiéndome.

Luego de eso, dejo de escucharlos. Sus voces se convierten en susurros ininteligibles, en ruido blanco. Como un coro de grillos en el jardín de casa…

Cierro los ojos y ruego perder la consciencia hasta que la pesadilla acabe. 

La esperanza y el anhelo se apagan en mí con cada segundo. Que ocurra lo que Dios desee.

GRACIAS POR LEER :)

Voces del fin del mundo (coautoría con @uutopicaa)Where stories live. Discover now