Complaciente

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Kakucho Hitto estaba dispuesto a cumplir cualquier capricho de Izana Kurokawa. Por esa razón, cuando Izana entró en su habitación aquella noche, esbozó una sonrisa y se permitió deleitar por la agradable corriente de emoción que recorrió su cuerpo.

En el umbral de la puerta, bajo la tenue iluminación de las lámparas, Izana comenzó a despojarse de sus prendas, pieza por pieza. Kakucho intentó regular su respiración, incluso cuando la agitación estaba evidenciándose en su lenguaje corporal. La piel deliciosamente bronceada quedó expuesta, brillante y apetitosa. Entonces, Kakucho sintió la saliva acumulándose en su paladar y tragó de forma sonora.

Izana avanzó a través de la habitación, completamente desnudo. En su expresión podía apreciarse una sonrisa indiferente, carente de alegría, característica de su persona. El reconocimiento de ese aspecto tan habitual en el rostro de Izana despertó todos los sentidos de Kakucho; la respiración del hombre se tornó cada vez más pesada y su cuerpo comenzó a reaccionar sin haber recibido algún estímulo físico. Siguió los despreocupados avances del moreno, recorriendo cada generosa porción de piel expuesta. Poco a poco, la distancia entre sus cuerpos fue reducida y el ambiente se tornó más caliente, sofocante; al menos, esa sensación tuvo Kakucho.

Después de una prolongada anticipación, la que generó una tensión prácticamente palpable, Izana alcanzó a su subordinado. Sin dedicarle palabras, se sentó sobre su regazo, permitiéndole distinguir la calidez de su cuerpo y el aroma perfumado de su piel. Entonces, Kakucho fue consciente de un detalle que pasó por alto por haber estado demasiado concentrado en la figura de su jefe: su atrevido visitante tenía el cabello húmedo, los mechones albinos goteaban.

El descubrimiento lo aturdió, ya que eso podía tener un único significado: Izana se había preparado con anticipación para ese encuentro, es decir, no se trataba de un impulso del momento o un antojo repentino. Izana Kurokawa lo deseaba y se había preparado para tenerlo.

La repentina emoción que experimentó le hizo anhelar el contacto directo con aquella exquisita piel oscura. No obstante, en el momento en que hizo amago de tocar al otro hombre, la sonrisa desapareció del relajado rostro de Izana y en su mirada se distinguió el atisbo de una amenaza.

Por un momento, Kakucho lo había olvidado: tenía prohibido tocar sin consentimiento.

No bien recordó aquella regla que había sido establecida durante su primer encuentro sexual, dejó caer los brazos a cada lado de su cuerpo y permaneció inmóvil, mientras Izana recuperaba la sonrisa y procedía a actuar con movimientos practicados y perezosos; abrió la camisa de Kakucho y acarició el torso definido y trabajado; las palmas de Izana frotaron los músculos del menor, rozando superficialmente las endurecidas tetillas; sus caderas rodaron contra la marcada erección de Kakucho, la que permanecía escondida bajo sus prendas.

El esperado estímulo físico significó un ligero alivio, pero también intensificó su deseo y lo arrastró hasta los límites de su resistencia. Hitto se esforzó por controlar su apetito y pasión, incluso cuando las provocativas fricciones estaban empujándolo cada vez más cerca de su punto límite. Cerró los ojos y tensó la mandíbula. Aunque el acto había sido un desesperado intento por controlar la compostura y dejar a su superior explorar a antojo su cuerpo, la falta de visión le permitió ser más consciente de las sensaciones.

Izana no era indiferente a la resistencia de su subordinado; de hecho, disfrutaba el juego de provocaciones y la tensión que se generaba. Aunque nunca compartió sus pensamientos con el menor, agradecía seguir recibiendo las mismas respuestas y reacciones a pesar de los numerosos encuentros íntimos que habían compartido en aquel cuarto. No era un romance ni una relación exclusiva; después de todo, había sido consciente de los amantes de su subordinado y él también había sido consciente de sus aventuras nocturnas. Su actual posición como uno de los líderes de la organización criminal con mayor influencia en Japón había facilitado el contacto con placeres en diferentes ámbitos; sobre todo el sexual.

Sin embargo, a pesar de las numerosas alternativas y ofertas, ningún acompañante había demostrado una dedicación y una entrega similar a la de Kakucho. El hombre parecía deleitarse únicamente con la visión de su cuerpo desnudo y parecía rozar el éxtasis con unas pocas caricias. Sin embargo, la entrega no se reducía únicamente a la disposición de actuar para satisfacerlo en la cama, sino que también era incondicional y leal en términos laborales. Por esa razón, aunque Kakucho no estuviera en conocimiento, el único hombre que aceptaba recibir dentro de su cuerpo era él. Nunca había permitido que otro varón intentara dominarlo.

En ese momento, Kurokawa distinguió una espesa y pegajosa sustancia salpicando sus dedos. Bajó inmediatamente la mirada y se encontró con el desastre que había dejado el menor. Izana dejó escapar un chasquido, divertido y burlesco. El hombre no había necesitado más que un lento y pausado bombeo para alcanzar su primer orgasmo. Podría perfectamente burlarse de su precocidad, pero decidió preparar el terreno para el siguiente acto. Por ese motivo, levantó la extremidad cubierta con semen y capturó entre sus labios dos dedos embarrados con la espesa sustancia. Kakucho lo contempló sin aliento, la piel ruborizada y perlada en sudor.

—Compláceme...—murmuró Izana, mientras retiraba los restos de fluido que se adherían a la yema de sus dedos y se levantaba del regazo de Kakucho. El menor contestó con una ronca afirmación y, sin tocar la figura del mayor, arqueó su figura hacia adelante e inclinó la cabeza para capturar entre sus labios la virilidad del albino. Izana cerró los ojos y disfrutó abiertamente de la felación.

Los gruesos labios de su subordinado se arrastraban con un practicado ritmo a través de la carne palpitante, hundiendo el falo hasta la empuñadura, dejando el glande apretado entre las paredes de su garganta. Izana acarició la cabeza de Kakucho, delineando aquella deformación que lo había acompañado desde que era un niño.

La cicatriz le devolvió un recuerdo: un Kakucho más pequeño y carente de vitalidad, mirada perdida, cabello sucio y enmarañado, mejillas cubiertas de polvo y tierra; un niño completamente descuidado. Ahora, el hombre que le devolvía la mirada tenía ojos brillantes y profundos, anhelantes y cargados de deseo y devoción; en pocas palabras, vivos; el cabello estaba limpio y enredado por las recientes caricias que recibió, las mejillas enrojecidas y la piel blanca estaba limpia, sin rastros de aquella suciedad de niño.

Izana experimentó un extraño cosquilleo en su vientre, parecían insectos revoloteando dentro de sus intestinos. Una sensación repugnante, pero que le transmitía una particular emoción.

—Tómame—ordenó Kurokawa, deteniendo el rítmico vaivén que mantenía su subordinado. Kakucho retiró el falo de su boca y se relamió los labios, mientras alzaba las manos con prudencia y las ubicaba sobre las caderas del otro hombre. Izana aprobó el contacto con una curva de labios y Kurokawa se permitió abarcar con sus dedos cuanta piel pudiera alcanzar, deseoso por satisfacer la necesidad que tenía por su acompañante. El menor capturó entre sus labios una porción de la piel del vientre de Izana, succionando y besando. Izana sonrió divertido por las acciones de su pareja.

Kakucho alcanzó a distinguir la sonrisa y no pudo silenciar el pensamiento que cruzó por su cabeza: te amo tanto.

End 

Complaciente 「 Kakuiza 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora