Capítulo 1 ─ Un amargo porvenir

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Noir suspiró por enésima vez, haciendo caso omiso de los parloteos que intercambiaban sus compañeros en el incómodo carruaje

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Noir suspiró por enésima vez, haciendo caso omiso de los parloteos que intercambiaban sus compañeros en el incómodo carruaje. Recientemente, atravesaron la frontera que conducía al país de Mynriad y, según el mapa que examinó hasta el cansancio, pronto llegaría a Festord: un humilde pueblo de baja popularidad turística.

Afianzó su equipaje, con manos temblorosas. Gracias al apoyo de sus tres hermanas menores y un preciado miembro de la caballería, consiguió mezclarse entre la gente sin delatar su identidad como futura reina de Caelthi.

La que solía ser una larga melena negra ahora caía sobre sus hombros, complementada por un flequillo que escondía parcialmente su ojo izquierdo. «Una princesa jamás debe cubrir su rostro; recoge bien tu cabello frente a tus súbditos», era una de las tantas exigencias que recitaba su madre en el palacio. Asimismo, omitir el fastuoso maquillaje —justo como hacía ella en ese preciso momento— también era otra violación al protocolo real.

Desde luego, ningún crimen de moda se equiparaba a huir de la ciudad como una fugitiva.

Tras rechazar a quien quizás fue el peor candidato de su amplia lista de pretendientes, recibió un ultimátum que heló su sangre: o se desposaba en un mes con un príncipe de su elección o los reyes tomarían cartas en el asunto.

«¡Esto no puede seguir así! ¡Ya tienes 25 años! ¿Cómo piensas ascender al trono sin un hombre que te represente?».

Las palabras de su padre aún calaban profundo en el pecho de Noir. Al confrontarlos en su imponente cámara, conservó la ilusión de que comprendiesen su postura. Resultó en vano, pues un código anticuado valía más para ellos que la felicidad de su hija.

—¡Señores, esta es la ruta de Festord! Si van allá, salgan rápido.

La princesa se sobresaltó al oír la voz rasposa del cochero anunciando su destino. Ninguno de los otros ocupantes le dio importancia, así que solo ella abandonaría el carruaje. Inhaló profundo y comenzó a recoger sus pertenencias, a la par que se convertía en el centro de atención.

En ese instante, mientras mostraba complicaciones para llevar las pesadas maletas, lamentó no haber aceptado la escolta ofrecida por Kiana, su hermana más optimista con aquel proyecto tabú.

—El pueblo queda bajando algunos metros por esa colina, ¡buena suerte alcanzándolo antes del anochecer! —oyó comentar a uno de los viajeros, cuya expresión burlona se contagió a los demás al partir.

«Lo que sientas por tu esposo no es relevante. Siempre vivirás como una reina colmada de lujos, ¿acaso no te basta?».

Noir se mordió el labio. Ya recordaba porqué prescindió de la ayuda adicional; si accedía a que terceros le facilitasen todas y cada una de sus actividades, estaría reconociendo que era una chica mimada en una cajita de seda, tal como decían sus progenitores.

Trastabilló a través del camino, puesto que la falta de costumbre a sus botas montañeras le jugó en contra. Los pedruscos y la ruta arenosa tampoco facilitaron su lento recorrido, haciéndola sudar en el acto. Ningún verano en Caelthi era competencia para el caluroso clima de esa región, por lo que agradeció que su vestido casual —y ahora polvoriento—, no la sofocase como las recargadas prendas que usaba en casa.

El disfraz de Su Majestad [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora