XXVII

811 103 54
                                    

CAPÍTULO 25
Celda trece


Esa noche celebramos en grande su cumpleaños, y por grande me refiero a que no salimos de su habitación nada más que para ir a buscar lo que había sobrado de la comida mexicana y agua, mucha agua. Esa actividad en particular daba hambre y demasiada sed.

Dormimos, claro que lo hicimos, pero el sueño no duraba más de dos horas antes de que Theo me despertara con besos en la espalda, en el cuello o en los muslos, para repetir la actividad en distintas posiciones, algunas mucho más profundas, y me enseñara más cosas, cosas que involucraban su lengua entre mis muslos.

Estábamos recuperando todo el tiempo que habíamos "perdido" esperando, o algo así.

Menos mal me había ofrecido píldoras para el dolor, unas muy efectivas. Aunque esa mañana cada paso que daba me recordaba todos los ángulos que habíamos probado.

Había aprendido cómo hacer algunas cosas que le gustaban... y él expresaba su gratitud con gruñidos, besos, mordidas o cambios de ritmo. Las embestidas de Theo fueron cada vez menos controladas, y... Dioses.

Aquella mañana llegué a la mansión de Atanea con una sonrisa boba. Theo quería llegar conmigo por la puerta principal, pero solo el hecho de pensar que todos se darían cuenta de que habíamos pasado la noche juntos, hacía que se me encendieran los pómulos. 

Podríamos haber estado en un entrenamiento nocturno, en un paseo, hasta viendo una película, pero no, porque estaba segura de que mi rubor me delataría, o tal vez mi forma algo adolorida de caminar.

Le había dejado un regalo que había llevado preparado en mi bolso la noche anterior, pero que él no me había dado tiempo de entregárselo antes porque estábamos ocupados. O cansados. O tal vez era yo la que no le había dado descanso. Como sea. Después del desayuno, antes de salir, se lo dejé sobre el escritorio para que al regresar lo viera de sorpresa. Y también tenía otra cosa preparada para hoy.

Caminando por el pasillo para dirigirme al patio de entrenamiento, medité sobre lo mucho que me hubiera gustado tener ese día solo para celebrar su vuelta al sol, pero Theo no dejaría el trabajo a menos que anunciaran repentinamente que Krishna estaba capturada. Y eso, por más que lo deseara, no iba a ocurrir.

―Bombita dorada ―saludó una voz que apareció de la nada cuando recorría el último pasillo antes de salir al exterior. 

Giré la cabeza y vi una sonrisa peligrosamente encantadora acompañada de unos ojos verdes impactantes.

―Kaleb. ―Lo miré extrañada―. Pensé que estabas todavía en Azgar, trabajando. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que estás aquí?

Kaleb movió un hombro, desdeñoso.

―Ser tu aliado provoca que me traten como a un hummon decente, qué locura, ¿no? Me dejaron entrar a Atanea sin esposarme... Gracias a ti.

Di un paso haciendo ademán de que seguiría caminando.

―Sí... Lo que sea. De nada.

Kaleb se rio, vaya alguien a saber por qué.

―He estado cumpliendo arduamente mi parte del trato, colega. —Aminoré la marcha—. Te he ayudado a acercarte a mi madre. La piel de mis valiosas manos se está poniendo áspera tras destruir tantas bases o por buscar esos escarabajos que la siguen ―repuso, alejándose de la pared en la que estaba apoyado y acercándose.

Lo miré con una expresión obvia.

―Todavía no hemos capturado a Krishna ―le respondí en tono aún más obvio.

Princesa de sangreWhere stories live. Discover now