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Ya era hora que se fueran, no aguantaba más sus respiros y risotadas. ¿Pensaban acaso que solo era un juego, que nadie se enteraría, que las almas no sentimos, ni queremos – ni jugamos -? ¡Ellos me invitaron, ellos me soltaron, desde lo hondo me invocaron y ahora ya no están! Corren, a lo lejos escucho sus pisadas que tropiezan unas con otras. Estos niños hechos de piel no conocen la otra vida. Ellos no saben que a nosotros no nos atan ni el oxígeno, ni el cansancio, ni el dolor; que no conocemos la pena y la compasión; ignoran que nosotros no dormimos, que siempre vigilamos, que nada se nos escapa. Míralos correr, algunos ya llegaron a sus casas y abrazaron a sus madres, otros se fueron a dormir sin cenar. Piensan que todo ya pasó. ¡Ellos tuvieron la culpa! yo nunca pensé regresar de nuevo, pero ellos así lo quisieron, ellos me llamaron por mi nombre, abrieron la puerta y no la cerraron a tiempo. Poco tiempo les queda. No tienen un lugar de refugio. Sus casas se convertirán en cavernas desconocidas, en pesadillas sin fin. Les conozco muy bien, sé dónde viven, dónde duermen, lo que temen y, sobre todo, lo que aman. Ya es hora de comenzar, ahora me toca jugar a mí. Ya nadie estará a salvo, ya nada será como antes. Mañana no habrá luz.

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