1915

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Si de verdades hablamos, soy conocido por muchos nombres. Tengo tantos que incluso, he perdido la cuenta de todos los que me han puesto:

Fantasma, espectro, verdugo, cadenero... un monstruo, el villano.

Pero no creo que ninguno de esos adjetivos sean los correctos. No siempre soy alguien a quién odiar.

Incluso, en este lugar frío no todos los que vagamos aquí somos tan malos o codiciosos, algunos simplemente quieren descanso. Incluso, los mismo vivos tienden a venir a descansar en este lugar. No siempre lo entendía ¿Por que la gente viva visitaba tan frecuentemente este sitio? Aquí solo había llanto y remordimiento, pero a veces el consuelo de un lugar melancólico como este, resultaba ser un bálsamo para aquellos que aún tenían un corazón latiente.

Pocos casos conozco de vivos que disfrutan estos lugares, de vivos que parecen pertenecer a estos sitios y, aunque pocos son los que puedo nombrarte, hay uno en específico que siempre me hace sentir mas triste que nunca.

Valentín Arango era un joven educado y de buena familia. Cuando la gente hablaba de él siempre lo consideraban cómo una buena persona, amable y caballeroso o al menos, así era antes de perderla a ella...

Amelia era hija del doctor del pueblo. Una dama sociable y de buen temperamento, una mujer de la cuál muchos de los jóvenes estaban enamorados y de la que cualquier padre hubiera querido casar a alguno de sus hijos. Sin embargo, a pesar de su buena familia y hermosura, Amelia sólo tenía ojos para su prometido. Valentín y ella se habían enamorado desde que los habían presentado de niños, ambos, vecinos de colonia se habían conocido por medio de sus padres con el claro objetivo de casarlos cuando estos tuvieran suficiente edad. Sin embargo, lo que había sido al principio un simple acuerdo se había transformado para ambos en una promesa de amor. Sin duda un final de cuento de hadas para estos dos enamorados, hasta que claro, una noche de Marzo, Amelia Gonzales... falleció.

Había algo en esos ojos grises de Valentín que me hacían recordar a los versos de los poetas, rotos, quebrados, anhelantes frente a la sepultura de su amada.

Todas las tardes, pasadas las cinco y media, Valentín acudía a este lugar ajeno de vivos y caminaba por estos pasillos llenos de historias igual de tristes que sus ojos y llegaba justo aquí, frente a esta estatua de una Virgen llorando y entonces en sus manos, dejaba las flores, Nubes... Las favoritas de Amelia, y miraba eternamente el nombre grabado en la sepultura, de la mujer que alguna vez amó...

Si les soy sincero, algo en mi turbio corazón se rompía un poco cada vez que me lo encontraba aquí. Llorando en silencio, por que si hay algo más triste que un corazón roto es verlo partirse a la mitad... Una y otra vez. Ahí, mientras Valentín lloraba desconsolado, el fantasma de Amelia Gonzales lo miraba con dolor en su silencio.


(...)

—¿Y si te pudiera conceder un deseo?— le pregunté mientras lo miraba salir del panteón. Amelia, no me miró.

Tenía razón en no hacerlo.

— ¿Y si pudiera...

— ¿Buscas darme consuelo?– Preguntó aún sin mirarme. La observé un momento, Amelia seguía teniendo flores marchitas en su pelo negro... Asentí. — Déjame en paz.








Pero los monstruos, no tenemos compasión.
Quizá, es por que también sabía lo que era perder lo que más amas en esta y la anterior vida... O por qué el semblante abatido de Amelia me carcomía la conciencia. Quizá, por qué aún conservaba un poco de humanidad o al contrario, carecía totalmente de ella... pero...

Las noches del cementerioWhere stories live. Discover now