Capítulo 11

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 Tres días sin salir de la alcoba. 

La vergüenza que sentía me carcomía de tal manera que no me sentía digna de ser vista. Un fuerte voz en mi cabeza repetía una y otra vez que yo era una concubina sin dignidad que había estado dispuesta a entregarse al primer hombre que se le había cruzado. Daba igual que me hiciera creer que estábamos desposados, me dio la opción de abandonar el lecho y no consumar y yo no pude negarme, por que en el fondo sabía que aquel calor que había sentido al sentir sus labios rozando mi piel, me había hecho desearle y reconocerlo era matador.

Me sentía sucia, como si todo mi honor acabara de desaparecer por completo y mi condición de dama hubiera quedado rebajada. No podía soportar la idea de salir de la estancia y que todos supieran lo que pasó, no podía parar de pensar en lo que pensaría el servicio de aquel lugar de mi, si tal vez se correría la voz entre la gente de aquellas tierras. Puede alguien hubiera decidido que esa información se pusiera en una carta y estuviera a punto de ser transmitida a los duques de Wellington.

Jamás podría volver a mirar a Evan o a mis padres a los ojos tras aquello. No creerían que fui víctima de un engaño, y contribuiría a otra de las decenas de razones por las que podría ser repudiada y encerrada en un convento lejos, para que mis padres no carguen con la vergüenza que supone el haberme dejado tocar por un escocés, y más cuando este estaba dando guerra a uno de los más fuertes aliados de la corona inglesa.

No iba a volver a llorar, estaba cansada de malgastar horas y horas de mi vida en derramar lágrimas de amargura que de nada valían para solucionar mi situación y que solo contribuían a aumentar mi ansiedad. 

Aquella noche en cuanto Alistair MacLaren abandonó la estancia, descubrí que la puerta tenía un gran pestillo de hierro y lo corrí en un ataque de pánico de que alguien pudiera intentar entrar. Unas horas más tarde noté como alguien intentaba acceder pero tras intentar forzar un par de veces la puerta decidió no insistir más y no volver a intentar abrir la puerta, lo cual agradecí. 

No sabía donde había dormido Alistair esos días y francamente después de lo que me había hecho, me daba igual, pero sabía perfectamente que no tardaría mucho en querer recuperar su alcoba y que aquel pestillo no se interpondría en sus deseos.

Miré la jarra de agua, ahora vacía, que reposaba en la mesa. Tenía un hambre voraz, no me quedaba nada de agua y necesitaba un camisón nuevo o al menos un baño, por que empezaba a desprender un fuerte olor corporal y yo no contaba con perfume alguno con el que taparlo. Rocé entre mis dedos el rosario que había encontrado en uno de los cajones y del que no me había separado en aquellos días, rezando día y noche por que aquel infierno terminara pronto. Irónico que el laird MacLaren resultara ser un hombre de Dios dados sus comportamientos.

Me puse de rodillas delante de uno de los crucifijos de la pared, dispuesta a volver a mis plegarias cuando oí un golpe en la puerta

―Lady Elisabeth― escuché la voz de Keith― debéis dejarnos entrar

―No, la humillación a la que he sido sometida ha sido tal que prefiero morir aquí que volver a esos pasillos, que son un recordatorio constante de la infamia que...

―El drama de esta dama es agotador― murmuró la voz de Alistair y yo enfurecida di un golpe a la puerta

―¡Os atrevéis a burlaros de mi, después del trauma que me hicisteis pasar!

―Os dije que vuestros actos traen consecuencias― contestó tranquilo― una lección que habéis tenido que aprender aquí ya que vuestros padres parece que no decidieron inculcárosla 

Volví a dar un fuerte golpe a la puerta

―Al final, la vais a romper y nos facilitaréis el trabajo― siguió con sarcasmo

La Condesa VioletaWhere stories live. Discover now