Identidad

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*Este capítulo a sido editado.

Capitulo 002 - Identidad.

"¿Que haces aquí Hefesto?, creí que seguirías en tu forja"- Pregunto con sorpresa la diosa del amor y el deseo.

Consciente del desafío que enfrentaba, Hefesto se encontró frente a frente con Afrodita, la diosa de la belleza, en medio de los jardines florecientes del Olimpo. Sus ojos se posaron en ella, y aunque sabía que debía resistir su encanto, no pudo evitar sentir una atracción irresistible hacia su esplendor.

Afrodita emanaba una belleza celestial que era difícil de describir con palabras. Su piel era suave y radiante, como la luz del sol en un amanecer dorado. Sus ojos, profundos y luminosos como el mar, contenían el poder de cautivar a cualquier ser con una sola mirada. Las pestañas largas y seductoras enmarcaban sus ojos, atrapando la esencia de la seducción en cada parpadeo.

Sus labios, de un tono rosado y delicado, parecían la promesa de un beso divino. Su sonrisa, encantadora y deslumbrante, iluminaba su rostro con una alegría embriagadora. Cada uno de sus rasgos estaba perfectamente equilibrado, creando una armonía celestial que dejaba sin aliento.

A pesar de la fascinación que sentía, Hefesto luchó por mantener su compostura y no caer en el embrujo de Afrodita. Sabía que su belleza era un arma peligrosa, capaz de arrastrar a cualquiera hacia un abismo de deseo y perdición. Buscó la fuerza en su interior y recordó las razones que lo habían llevado a ese encuentro.

Ella era una daga de doble filo...

Y es que ese era su don, su extraordinaria belleza, aquello que la hacía resaltar entre todas las especies y, la convertía en una completa Divinidad

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Y es que ese era su don, su extraordinaria belleza, aquello que la hacía resaltar entre todas las especies y, la convertía en una completa Divinidad.

La Diosa del amor, la belleza, el deseo y la reproducción.

Si bien como una hija de Urano; su fuerza contra un ser mortal no era algo con lo que tuviera problemas. La balanza cambiaba cuando se trataba del terreno de los dioses. Pese a que frente a un poder absoluto como el de Ares o Atenea quienes eran guerreros prodigios desde sus nacimientos cuyos títulos también estaban relacionados de una u otra forma con la fuerza física, su poder no podía llegar a ser algo comprable.

Ella no necesitaba de eso, puesto que su carta de triunfo dependía meramente de su apariencia y las cosas que pudiera conseguir haciendo uso de ella. Manipulando a quien se le pusiera enfrente y a su vez, quien le fuera conveniente. El mundo era así, solo los fuertes podrían vivir con libertad y los débiles eran extras. Es por eso que, desde la antigüedad, aun frente a una cultura donde el único papel de la mujer era meramente reproductivo, logro levantarse entre tantos y sentarse junto a los grandes en la cima del olimpo.

Dios de la forjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora