Caras Nuevas

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Dos hermanas de piel morena y orejas de lobo caminaban en una fría tormenta durante la noche, buscaban desesperadas donde refugiarse, pues sus abrigos ya no servían de nada.
Las dos caminaron y caminaron hasta que finalmente colapsaron por el cansancio.

Hasta que de pronto dos personas pasaron cerca, eran los guardas de un castillo, uno rechoncho y otro larguirucho.

–¡hermano! –dijo él tratando de que le escucharan– siento algo cerca.

Rápidamente los dos se percataron de las dos hermanas y las desenterraron de la nieve, para después cargarlas en sus brazos, el frío las había dejado en la miseria más absoluta, los guardas trataban de mantenerlas cálidas, aún si eso significa congelarse ellos mismos, los dos regresaron al castillo y llamaron a una de las sirvientas.

–¿Qué es lo que pasa? –preguntó la sirvienta–

–necesitan ayuda, están heladas

–ya me encargaré de ellas, llévenlas a una de las habitaciones.

–¡si señora! –dijeron los dos al unísono–

Rápidamente las dejaron en una de las habitaciones, el guardia larguirucho les dejó en la cama recubriendoles en mantas, mientras el rechoncho encendía la chimenea, una y otra intento darle chispa hasta que finalmente pudo encenderlo.

–tuvimos suerte de encontrarlas –dijo el guarda larguirucho–

–pero me preguntó qué estaban haciendo ahí –dijo el guarda rechoncho–

Los dos guardas se retiraron y rápidamente vieron a una de las sirvientas en el camino.

–buenas noches señorita Elena –le dijo el guarda larguirucho

–¿cómo están esas dos?

–estan hechas un tronco, pero me asegure de que estén lo más cálidas que sea posible.

–menos mal –les contestó Elena– esperare a que se despierten entonces.

La noche pasó sin más inconvenientes mientras Elena esperaba pacientemente a qué se despertarán, hasta que una de las dos se despertó completamente alarmada.

–¿dónde estamos?

–están a salvo aquí –les dijo Elena– ¿cómo es que terminaron en tal situación?

–fuimos vendidas, tanto Elda como yo y otras más.

–ya veo –les contestó ella–

De pronto Elda se despertó y se agarro del brazo de su hermana.

–¿Qué es este lugar, Amelia?

–un castillo humano –le contestó ella–

De pronto alguien tocó la puerta y Elena fue a abrirles, eran varias hadas que cargaban con dos bandejas de comida.

–Kurz les envía esto –dijo una de las hadas– debería ayudarles a entrar en calor.

Las hadas pasaron dejando la bandeja sobre la pequeña mesa que estaba en la habitación y rápidamente las dos agarraron los platos devorándolo lo que estaba en ellos por completo.

–¿ya se sienten mejor? –les pregunto Elena amablemente–

–sin duda –le contestó Amelia–

Sonaron tres fuertes golpes a la puerta, asustando a las dos chicas, pero una amable voz sonó del otro lado convenciéndolas de dejarle pasar, tres pesados pasos un hombre cubierto en una capa y con una presencia que inundaba toda la habitación.

Aterrando a ambas chicas
–¡señor!

–lo siento –dijo el duque– pero tengo que hablar con ellas dos si no es inconveniente

Amelia vio directo a sus ojos y se sintió segura asintiéndole con confianza, dispuesta a contestar todas sus preguntas.

–está bien –le dijo Amelia a Elda– es de confiar

–solo espero que tengas razón.
El duque se sentó en una de las sillas con calma tratando de no asustarlas.
–¿de dónde vienen? –les pregunto él–
–somos nómadas Rashiiksa , pero toda nuestra tribu fue… –dijo Amelia a punto de llorar—

–¡nos iban a vender! Esos desgraciados destruyeron nuestros campamentos, saquearon todo, nos capturaron y marcaron

Elda le mostró la marca de su muñeca, la cual había cubierto entre vendajes

–¿alguna idea de quienes fueron? –pregunto él en su preocupación–

–si lo supiera iría matarlo ahora mismo.

El duque asintió y se levantó de la silla, pero Amelia le detuvo antes de que pudiera irse.

–nos preguntábamos si hay algo que podamos hacer a cambio.

–ahora que lo dices –dijo él– no nos vendrían mal más guardias en los alrededores.

–eso lo hare yo, Amelia no sabe nada de magia ofensiva.

–¿magia dices? –pregunto el duque con curiosidad–

–solo magia medicinal –contesto Amelia– no me gusta hacerle daño a otros

–eso no es un problema –comprendió el duque– es algo que puedo entender bien.

–¿entonces que podre hacer?

–aquí es algo que necesitamos, estamos bastante apartados del pueblo y necesitamos a alguien que cuide de nosotros.

Amelia le sonrió al duque y le permitió irse, ambas volvieron a descansar esperando a que algo pasara.

Historias del mundo Where stories live. Discover now