La Marca Tenebrosa

764 114 30
                                    

Cuando por fin llegaron a las tiendas, nadie tenía sueño. Entonces, el señor Weasley los mandó a todos a dormir. Las chicas se metieron en su tienda, se pusieron la pijama y se subieron cada uno a su litera, pero Bella no se cambió de ropa, solo se quedó como estaba ya que no tenía nada sueño. Desde el otro lado del campamento llegaba aún el eco de cánticos y de ruidos extraños.

Bella, que se había acostado en una de las literas superiores, encima de Maranda, estaba boca arriba y, mientras pensaba en cómo sería jugar quidditch profesionalmente, se durmió.

—¡Levántate! ¡Bella... deprisa, levántense todas! —escuchó la voz del señor Weasley.

Bella se incorporó y se golpeó la cabeza con la lona del techo.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Intuyó que algo malo ocurría, porque los ruidos del campamento parecían distintos. Los cánticos habían cesado. Se oían gritos, y gente que corría.

—No hay tiempo, Bella... Toma sólo tu chaqueta y sal... ¡rápido!

Bella obedeció y salió junto con las demás.

Las chicas llegaron a toda prisa, detrás de Bella, poniéndose la bata sobre el camisón con el señor Weasley detrás. Al mismo tiempo salieron de la tienda de los chicos Bill, Charlie y Percy, completamente vestidos, arremangados y con las varitas en la mano.

—¡Harry! ¿tú estás bien? —preguntó Bella, preocupada.

—¡Sí, ¿y tú?! —preguntó mirándola para ver si no tenía ningún rasguño.

Bella asintió rápidamente con la cabeza.

—Vamos a ayudar al Ministerio —gritó el señor Weasley por encima de todo aquel ruido—. Ustedes vayan al bosque, y no se separen. ¡Cuando hayamos solucionado esto iré a buscarlos!

Bill, Charlie, Percy y el señor Weasley se precipitaron al encuentro de la multitud. Desde todos los puntos, los magos del Ministerio se dirigían a la fuente del problema. La multitud que había bajo la familia Roberts se acercaba cada vez más.

—Vamos —dijo Fred, tomando a Ginny de la mano y tirando de ella hacia el bosque.

Bella, Harry, Ron, Hermione, George y Maranda los siguieron. Al llegar a los primeros árboles volvieron la vista atrás. La multitud seguía creciendo. Distinguieron a los magos del Ministerio, que intentaban introducirse por entre el numeroso grupo para llegar hasta los encapuchados que iban en el centro: les estaba costando trabajo. Debían de tener miedo de lanzar algún embrujo que tuviera como consecuencia la caída al suelo de la familia Roberts.

Oscuras siluetas daban tumbos entre los árboles, y se oía el llanto de niños; a su alrededor, en el frío aire de la noche, resonaban gritos de ansiedad y voces aterrorizadas. Bella avanzaba con dificultad, empujada de un lado y de otro por personas cuyos rostros no podía distinguir.

Señaló a Hermione con un gesto de la cabeza, al mismo tiempo que desde el cámping llegaba un sonido como de una bomba y un destello de luz verde iluminaba por un momento los árboles que había a su alrededor. Luego se encontraron con Draco y dijo:

—Van detrás de los muggles, Granger —explicó Malfoy—. ¿Quieres ir por el aire enseñando las bragas? No tienes más que darte una vuelta... Vienen hacia aquí, y les divertiría muchísimo.

—¡Hermione es bruja! —exclamó Maranda.

—Sigue tu camino, idiota —dijo Malfoy sonriendo maliciosamente—. Pero si crees que no pueden distinguir a una sangre sucia, quédate aquí.

—Respétala —dijo Bella imponente—. Ella no es ninguna idiota.

—Lo siento, Bella...

—¡Te voy a lavar la boca! —gritó Ron.

Bella Price y El Cáliz de Fuego©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora