Segundo Capítulo

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Entre escalofrío y escalofrío, finalmente José decidió levantar el trasero y empezar a arreglarse para poder asistir a su restaurante, Um abraço emplumado.

Tenía el deseo de tener su propio negocio desde que era un pequeño, y la idea original era que el joven ofreciera un show cada noche, ya fuera de baile o canto. Sin embargo, tras la separación de Los Tres Caballeros, el Carioca no había vuelto a pisar un escenario. Tanto Donald como Panchito y José tenían un brillo propio, y aunque los tres juntos eran pura algarabía y sangre caliente, individualmente seguían teniendo el mismo éxito. No era que José los necesitara para poder hacer una fabulosa interpretación, únicamente consideró por mucho tiempo que necesitaba sanar aquello primero antes de volver a cautivar a cierto nicho.

Pero era un día muy importante, se celebraría esa misma noche el tercer aniversario de su restaurante, y resultaba ideal para volver a pararse sobre una tarima y ser el centro de atención.

— De acuerdo, José, tranquilízate. Es imposible que de buenas a primeras te topes con el imbécil de Francisco. Sí, saben que volverías a Brasil. Sí, saben que Bahía es tu quintaesencia, ¡pero Río también lo es! — se decía a sí mismo mientras caminaba hacia su local, en un patético intento de poder relajarse — Además, ahora estás muy ocupado con lo del aniversario, hay pendientes aquí y allá, y... Seu idiota de merda! — exclamó, asustando de paso a quienes se encontraban cerca de él.

Lo miraban extraño, y no era para menos, que José nunca decía esas palabras. Probablemente en su intimidad se arremetiera con esas palabras, pero jamás enfrente de los demás. Algo raro debía ocurrirle.

Se maldijo al recordar toda la publicidad que Flor le había sugerido hacer para anunciar a todos que tendrían una gran fiesta por el aniversario.

Donde se diera la vuelta, podría encontrarse con cartelones con su silueta en un fondo sepia que anunciaban aquel evento conmemorativo, además del regreso a los escenarios departe del querido peliverde.

— Señor... — murmuró, llevando las manos a sus rodillas para poder regular su respiración.

¿Estaba condenado?

— Ni loco. — musitó con firmeza, al mismo tiempo en el que corregía su postura.

Un idiota como Francisco Pistoles no iba a arruinar su entusiasmo por su logro. Se partió el trasero muchas veces para poder trabajar y cumplir finalmente su sueño de tener un restaurante. Ahora serían tres años desde su inauguración, y no iba a permitir que ni él ni un pato alocado le bajaran la fiebre por su emoción.

Panchito podría buscarle y pedir hablar con él tanto como quisiera, pero que José accediera a eso era otra cosa muy diferente. Después del trato que recibió departe del mexicano, estaba en todo su derecho de negarse a atenderle.

Llegando al local, saludó a todos los empleados que ahora se encargaban de la decoración. De manera convencional, el restaurante daba servicio de nueve de la mañana hasta la media noche, pero decidieron que ese día se dedicarían únicamente a arreglar todo el lugar para la celebración.

Era de dos pisos, en el primero sería el negocio de todos los días, y arriba sería donde José cautivaría el escenario después de varios años.

Cerca del despacho de la gerencia, Flor le atajó de manera inesperada.

— ¡José! — exclamó felizmente.

— ¡Madre mía! — chilló, le había dado un susto, y de por sí ya estaba hecho un manojo de nervios — Floooor, ¿cuántas veces tendré que decirte que no hagas eso? — le regañó, mientras entraba a su oficina, porque no era la primera vez.

Detrás Del Telón - Nueva versiónWhere stories live. Discover now