Veinticuatro

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Sin saber a dónde ir se sentó en el primer banco que encontró a dos calles de casa de Christopher . No tenía fuerzas suficientes para hablar con May, a quien esa misma mañana le había confesado lo feliz que se sentía, y contarle la lista completa de las estupideces que había cometido.
Tampoco podía llamar a Anny y Poncho para decirles lo que le había pasado porque además de sus amigos eran también amigos de Ucker.
Sonrió interiormente cuando se dio cuenta de a quién debía recurrir para descargar toda la rabia que sentía en ese instante. Rabia por haber sido tan tonta para creer que había algo más que una
atracción sexual entre ellos; al menos por parte de Christopher, Dulce tenía muy claro que sus sentimientos iban más lejos.
Era el momento de que regresara la vieja Dulce, hablaría con Héctor de lo que acababa de pasar y después se olvidaría de todo. Al fin y al cabo, tampoco iba a ser tan difícil olvidarlo, estaba acostumbrada a lidiar con el rechazo.
Metió la mano en el bolso en busca del iPhone cuando lo sintió vibrar en su mano. Lo sacó con desgana y tras una fugaz mirada a la pantalla colgó sin responder. Bajo ningún concepto
pensaba hablar con Ucker. Él ya le había dejado claro lo que esperaba de ella, pretendía que ella tolerara que se viera con otras mujeres, y ni siquiera le había explicado lo que esperaba de ella.
Siendo justos, siempre lo había hecho, el problema era que Dulce no había sabido verlo hasta que se lo había dicho con todas las letras.
—¡Mierda! —Gritó a nadie en particular, quizás a sí misma.
Varios transeúntes la miraron con curiosidad, despeinada y gritando en plena calle, era lógico que llamara la atención, pero Dul ni siquiera se molestó en eso, estaba demasiado ocupada recriminándose su ceguera.
Había estado tan centrada en sus temores y sus sentimientos que no había comprendido las señales luminosas que Christopher le había puesto delante. El teléfono volvió a sonar un par de veces
más, y Dul volvió a colgar sin responder. Si no captaba la indirecta de que no estaba interesada en su oferta ni en hablar con él, era su problema.
Antes de que sonara una cuarta vez, buscó en la agenda y marcó el contacto con el que sí quería hablar. A los tres tonos respondió la voz sonriente que esperaba:
—Dul, ¡qué sorpresa! ¿Va todo bien?
—No, va fatal.
—¿Tu cita de anoche fue mal? — Adivinó.
—Sí. ¿Tienes tiempo para tomarte un café conmigo?
—Claro, pero ven a la frutería. Mi hermana y su novio están aquí y no quiero dejar a mi padre con ellos — explicó preocupado.
—De acuerdo. Paso por casa, me ducho y voy. En media hora estoy allí.
—Te espero. Y, Dul…
—Dime.
—Arriba ese ánimo. Recuerda que eres fascinante.
—Ais, Héctor, necesito ese café contigo. —Confesó.
La risa dulce de él se escuchó al otro lado y durante un instante, se olvidó de sus problemas y la invadió la ternura que su nuevo amigo le inspiraba.
Eso era lo que necesitaba, rodearse de gente buena que irradiaba paz y dulzura con su sola presencia. De hecho, no se había dado cuenta de que en ese momento había sustituido su música
mental por la compañía de Héctor.
Dio gracias al cielo cuando abrió la puerta de su casa y descubrió que May no estaba. Las propias
experiencias de su amiga eran lo bastante duras como para que comprendiera cómo se sentía, y era esa la razón principal por la que quería retrasar todo lo que pudiera la charla en la que la pondría al día de lo sucedido con Ucker y su modo de ver las relaciones.
Intentando mantener la cabeza ocupada en otra cosa, encendió la radio, subió el volumen, se metió en la ducha, y dio gracias Nikola Tesla, a la frecuencia modulada, y a los locutores con buen gusto musical cuando las Weather Girls comenzaron a sonar cantando su éxito más conocido: It’s
Raining Men.
Bueno, era casi imposible, nada es del todo imposible, que sucediera, pero la idea era cuanto menos interesante:
It’s raining men
Hallejulah
It’s raining men
Amen
A voz en grito cantó el estribillo, ¿cuándo se había vuelto tan blandengue?
Ella no estaba interesada en ningún cretino, inmaduro para más señas, del Real Madrid, y totalmente incapaz de ver lo fantástica y estupenda que era.
¿En qué momento había perdido su capacidad para echárselo todo a la espalda y ser feliz con su vida?
It’s raining men
Hallejulah
It’s raining men
Amen
Puede que no lluevan hombres, pero la calle está repleta de ellos, se dijo con resolución. Además, todos no eran tan inmaduros e insensibles como Christopher.
Poncho, Héctor e incluso Bertram y su extremada seriedad, eran considerados, amables y se podía confiar en ellos sin temor a salir lastimada.
Definitivamente había que separarlos en dos categorías: amigos y algo más… A los amigos, los
necesitaba, los algo más… Eran prescindibles. Al menos temporalmente, tampoco era cosa de erradicarlos completamente de su vida. Aunque bien mirado, se dijo, alterándose al recordar
la cara de perplejidad de Christopher cuando se había ido de la cocina a toda prisa, ¿quién los necesita? Ella desde luego, no. De hecho había un espécimen que quedaba fuera de su vida, para siempre, toujours, forever, immer, per sempre.

Dulce Maria No Deshoja MargaritasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora