Cap 7 • Ayuda inesperada

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UNA AYUDA
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   Hace unos días ha empezado a hacer frío, ya no voy tan a menudo a la piscina. Si no tengo nada que hacer, como hoy, agarró la motocicleta y doy una vuelta por la playa, solo, notando el viento en el pelo, la arena entre los dientes y ese aroma, esos colores que me sosiegan. Deambulo con la moto durante horas sin rumbo fijo, sin ver a nadie.

Vivo el instante, sin mirar adelante ni atrás. Existo.

   Entre la ciudad y la playa hay más o menos tres kilómetros.  Justo cuando estoy a mitad del camino
veo a lo lejos a una chica con problemas de su moto, me detengo y tocó el claxon. Veo que se sobresalta y se asusta ya que es de noche y no hay nadie cerca.

   Me paro a una distancia considerable y se voltea para observarme. Luego me quitó el casco y reveló mi verdadera identidad y se queda boquiabierta. Es tal la sorpresa que tiene que hasta piensa restregarse los ojos, pero se reprime. Delante de mí, más silencioso que nunca, está ella. Sadie, mi artista solitaria.

—Vaya, eres tú… —suelta expulsando a la vez todo el aire que ha contenido

—si soy yo. —Le conteste tan bobo.

—Me has asustado —añade sonriendo. —Eh pinchado —me dice y, con ojos implorantes me pide—: ¿Me echas una mano?

Sin pronunciar palabra bajo de mi motocicleta con gestos comedidos y lentos, pongo el caballete, me acerca a ella y me agacho para examinar la rueda.
Me es extraño que se comparte de esa manera, peor decido responderle.

—¿Tienes el espray? —le pregunto sin dejar de observar la rueda.

—Sí, pero no sé usarlo.

Me lo tiende, ese espray ayuda a sellar temporal los orificios que pudo haber causado una pinchadura pequeña.

Mientras tanto termino de ayudarla y del resto se ocupa Sadie, al cabo de diez minutos tiene una flamante rueda, al menos por ahora.

Me da las gracias, se encoge de hombros y a continuación me pide un pañuelo. Al buscar los kleenex encuentro también el tabaco y le ofrezco un cigarrillo. Niega con la cabeza y coge solo los pañuelos; mientras se limpia las manos con delicadeza y paciencia, alza los ojos dos veces para poder verme, y al hacerlo su mirada se cruza con la mía. Entonces noto que la suya no es la habitual indiferencia que me dedica en clase, esta vez me parece más cohibida, de manera que decido desvía mi mirada hacia la moto.

—No es el sitio más idóneo para pasear a estas horas —comento con semblante preocupado, al tiempo que ella tira el pañuelo al otro lado de la calle.

Lo recogería después de que se vaya para tirarlo a un bote.

—Estaba volviendo a casa —me dice con calma—, pero luego… —Y me señala la rueda con el pie.

PESADUMBREWhere stories live. Discover now