CAPÍTULO ÚNICO

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Humo. Escombros. Destrucción.

Palabras que no representaban ni una cuarta parte de la catástrofe que azotaba la capital francesa.

Contradictoriamente, no había una angustiosa algarabía manifestándose. La única añadidura para las desoladas calles de la ciudad era el arrullador silbido del viento.

En términos opuestos, una tensa calma.

Algo completamente distinto a hace unas horas.

En donde el los gritos, la desesperación y el caos cubrían con un velo siniestro a París.

Era súbito, y asimismo, aterrador. Edificios desplomándose. Vidrios quebrándose en estallidos ensordecedores. Personas dominadas por el pánico, corriendo sin tener claro a donde, moviéndose por mero impulso. Siendo víctimas de o el desastre en sí, o por daños colaterales. Gente sin saber qué hacer, salvo una cosa: huir.

No.

Sobrevivir.

Una definición mucho más acertada.

Pero de pronto: una enorme y arrasadora explosión.

Después: silencio.

Un abismal silencio.

Un silencio con sabor a maldad y olor a muerte.

Y volvemos a las tres palabras del inicio, en donde todo era humo, escombros y destrucción. Si hace falta agregar algo, sería el nuevo tono rojizo que se alzaba como bandera, un aciago aviso de que toda esperanza se perdía allí.

Y en medio de tan sobrecogedor panorama, alguien se sobreponía a todo, alguien aun estaba de pie y avanzaba sin titubear.

Un chico de traje y orejas blancas, que tenía la mirada perdida y el alma rota.

Su rostro carecía de expresión alguna, una máscara fría e impasible era su semblante. Pero las miradas no mienten, y mucho menos esta, que decía lo que su boca callaba. Sus ojos, que antes eran de el más alegre de los tonos esmeraldas, ahora estaban teñidos de un frágil celeste que gritaba dolor en mil idiomas. Su corazón estaba enfermo, inyectado con una dosis pura de congoja y rencor entremezclados, una amalgama negativa que había apagado su brillo, dejando solo la estela de un aura siniestra.

Él, su ser, su esencia... estaba todo destrozado.

Y se seguía quebrando con cada paso que daba.

Su atención se desvió un momento hacia su izquierda. Sus ojos se cristalizaron, pero su estómago, oponiéndose al sentimentalismo, se agitó cuando identificó lo que había debajo.

Un cuerpo.

Un cuerpo aplastado por los escombros.

Y por el cuantioso charco escarlata que se escurría debajo, supo que era el de alguien sin vida.

Contuvo la arcada que subió con su garganta, pero no pudo hacer lo mismo con el agua que le escocía los párpados. Lágrimas que le nublaban la visión y los pensamientos. Lo único que imploraba era que esa cabellera color azabache que había logrado reconocer y la cual estaba impregnada de sangre, no fuera de alguno de sus amigos.

No se lo perdonaría. No se lo perdonaría jamás.

Bastantes errores había cometido ya como para sumar más a la lista.

El que estuviera akumatizado no era una venda sobre el hecho de que todavía seguía siendo humano.

«Llega, Chat Blanc. Tienes que llegar antes de que sea demasiado tarde», se esmeró en verter toda su concentración en ese objetivo.

⨯ ESENCIA ⨯  Especial de Halloween MLB [OS]Where stories live. Discover now