Lógica y Metáfora

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Francisco era un buen tipo, lucía una sonrisa triste pero perenne y cuando hablaba lo hacía como pidiendo permiso, en un tono bajo y tranquilo. Hacía nueve años que se desempeñaba como profesor de literatura en un colegio privado, la capacidad de crear con las palabras siempre fue su fascinación, quería transmitir el amor que sentía por la arquitectura verbal, por el poder de transformar el mundo tan sólo con sonidos o símbolos.

Una mañana, en la sala de profesores, cuando estaba el cuerpo docente tomando un café en el recreo, les comunicaron que al menos dos de ellos deberían planificar el acto de graduación de fin de año; ésta era una tarea a la que todos le escapaban, la mayoría puso excusas estúpidas, algunos pocos argumentaron que les sería imposible ya que trabajaban en otros establecimientos y los horarios no les permitían tareas extracurriculares. Sin más remedio, y viendo que nadie iría a postularse, Francisco se ofreció para el trabajo, ya se imaginaba las innumerables cuestiones que debería tener en cuenta él solo, cuando una voz lo rescató del agobio de su pensamiento, - ¿si querés te ayudo?. Adriana lo miraba con una sonrisa esperando una respuesta. Bueno - dijo él casi suspirando de alivio - ese ofrecimiento era como recibir el auxilio de la caballería porque conocía muy bien el dinamismo que su compañera le ponía a todo cuanto emprendía.

Rápidamente se pusieron de acuerdo en que el mejor día para trabajar sobre el acto de fin de curso era el sábado, de esta manera podrían pensar relajadamente en alternativas divertidas para despedir a los alumnos y que no sea un evento repetitivo y monótono como todos los años.

Adriana era una mujer hermosa, más que por su físico por su actitud y buen humor, aunque se destacaban en su cuerpo la forma perfectamente redonda de sus pechos y un tamaño bastante voluminoso; era madre y esposa en un matrimonio casi acabado; trabajaba como profesora de matemáticas y cuando el tiempo se lo permitía disfrutaba cocinando.

El insistente sonido del celular lo despertó a media mañana de este sábado caluroso de principios de noviembre, cuando atendió la voz de Adriana le pareció una bandada de pajaritos volando en su cabeza, su ímpetu y energía eran arrolladores, casi sin darle opción le comunicaba que iría esa tarde a su casa a trabajar en el proyecto y, que si se hacía muy tarde, no se preocupara porque ella cocinaría para poder ganar tiempo y seguir con el encargo ya que de otra manera no podrían terminarlo.

Se despidieron y él quedó atontado, tardó unos minutos en procesar toda la información pero le agradó pensar que al menos esa noche no comería solo. Recordó que ese día se cumplían 12 años de su accidente, 12 años de vivir amputado a la altura de las rodillas y sin haber vuelto a sentir la piel de una mujer sobre su piel. ¡Feliz cumpleaños! - Se dijo - y terminó de vestirse.

A las cinco de la tarde en punto Adriana estaba tocando timbre como podía, cargada con rollos de cartulinas, bolsas de víveres y el infaltable bolsón que toda mujer lleva cuando sale a la calle. Francisco le abrió la puerta y como una tromba ella entró intentando que no se le cayera nada, era muy cómico verla haciendo equilibrio con todas las cosas mientras se disculpaba por no haberle dado un beso.

Vestía zapatillas, un short hiper corto y una remera musculosa súper adherida al cuerpo, se le marcaban de sobremanera las grandes tetas y la pequeña sombra que hacían sus pezones conformaban una imagen sensual que anuló el poder de reacción del dueño de casa.

Se quedó atónito por unos segundos ante el despliegue de tanto erotismo natural, en el sur de su cuerpo comenzaba una revuelta de sensaciones que no se había permitido sentir en mucho tiempo, pero que fue ahogada cuando pensó: recordá que sos un hombre incompleto.

En unos instantes desparramaron sobre la mesa todos los materiales que Adriana había traído y comenzaron a exponer ideas sobre la temática y la forma que deberían darle a la fiesta de fin de curso, él se inclinaba por una decoración artística donde las imágenes transmitieran ideas de futuro y descubrimiento; ella en cambio, opinaba que no debía perderse la formalidad sin caer en lo aburrido, el minimalismo era su apuesta y así lo manifestó.

Mientras las discusiones avanzaban en torno al proyecto, la charla se hacía cada vez más amena y divertida, llegaron las risas y los chistes, las bajadas de líneas y algún que otro silencio incómodo cuando las miradas se encontraban.

Habían adelantado mucho el trabajo y decidieron que era tiempo de tomarse un descanso y disfrutar de una rica comida que Adriana se dispuso a preparar, él le indicó dónde estaba la botella de vino que tenía guardada desde que salió del hospital, - para una ocasión especial - le había dicho un amigo al regalársela, y esa parecía cumplir con el requisito. Se sirvieron una copa cada uno y mientras Adriana picaba cebollas, Francisco se había situado en la puerta de la cocina para charlar sin tener que gritar desde el living y de paso poder ver a esa mujer con total libertad.

La conversación fluía con la facilidad en que el tinto se acababa, pasaban de un tema a otro con comodidad, hablaron sobre el trabajo; los problemas de los adolescentes; rozaron la política; debatieron sobre religión y fútbol, terminando en la vida personal de cada uno.

Ya listos en la mesa y con la comida humeante se sentían en confianza y el alcohol los había relajado lo suficiente como para desinhibirse, ella le contó que estaba en su casa sólo por sus hijos, que nada la ataba a ese hombre que era su marido y que su vida sexual se resumía a recuerdos y a alguna masturbación esporádica. Cuando le tocó el turno a él un halo de pena se instaló en su rostro, cómo decirle que hacía años que no tenía un encuentro sexual, que era un cúmulo de deseos y que ella le encantaba. Estaba por hablar cuando vio que de los ojos de Adriana caían lágrimas que le hicieron olvidar lo que iba a decir, extendió su brazo y con el pulgar secó una de ellas, le preguntó casi en un susurro qué le pasaba. Adriana lo miró a los ojos y se dejó explotar en llanto abrazándolo por los hombros; el instintivamente la tomó entre sus brazos y sintió el contacto de sus pechos contra su cuerpo, un tsunami de deseo le erizó la piel y quiso retirarse, pero al moverse, sin querer, una de sus manos se posó sobre la lateral de una teta. Adriana quedó asombrada ante el roce de esa mano y lo miró confundida; él sucumbió cubriendo el pezón con toda la mano, masajeando con movimientos apurados mientras observaba como esa hembra gemía desesperadamente; le sacó la remera y de un tirón le bajó el corpiño, ahora podía disfrutar de esas frutas de carne que se le ofrecían a mansalva, se llenó la boca con un pezón, lo lamió, lo chupo y mordió hasta sentir que se endurecía, luego hizo lo propio con el otro. Adriana sólo gritaba y gemía inconteniblemente, su cabeza tirada para atrás junto con la curvatura de su columna manifestaban lo bien que la estaba pasando.

Cuando le tocó el turno a ella, sólo había espacio para la lujuria, tomó entre sus manos la cara de Francisco y lo besó furiosamente llenándolo de saliva tibia y dulce; no aguantó más, quería ser penetrada ya mismo, le pidió a él que se sentara en el piso y Francisco con la habilidad de un primate se bajó en un instante usando la fuerza de sus brazos; quedó boca arriba intentando adivinar cuál iba a ser el próximo movimiento de la profesora, se desató el nudo de su pantalón corto desnudándose por completo y liberando una pija totalmente parada que no dejaba de largar gotas de líquido pre seminal.

Al ver el falo listo para la acción, Adriana sintió que las rodillas le fallaban y tuvo que hacer un esfuerzo para no caer al piso, se sacó el short y la tanga tirándolos encima del sofá, se arrodilló y de inmediato se abocó a llenarse la boca con aquel mástil duro y caliente, chupaba con ansias el tronco y la cabeza, su lengua no escatimaba movimientos para cubrirlo todo mientras se deleitaba con el sabor salado que tenía, bajó hasta los huevos disfrutando como un animal, beso sus muslos desde su ingle hasta llegar al muñón donde lamió las cicatrices de la operación; eran líneas irregulares que se asemejaban a un rayo, o al menos eso le parecía a ella, les daba pequeñas mordiditas y con su lengua se entretenía descubriendo las diferentes texturas de la piel.

Letras HúmedasWhere stories live. Discover now