CAPÍTULO NUEVE

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Antoine.

Esto se estaba saliendo de control. Era la tercera vez que saber el resultado de algo me daba incertidumbre, pero esta vez no quería pensar en ninguna variante que pudiera alterar el marcador final. Solo quiero disfrutar de lo que salga de esto. Además, tengo un buen presentimiento.

Para mi mala —o buena, dependiendo de la perspectiva— suerte, noté el color rojo que Lia usaba en sus labios una vez entró al auto. Giró y de manera rápida dejó un beso en mi mejilla. No la creo tan inocente, sabe el poder que ese tono de labial tiene sobre mí.

«De acuerdo, Antoine, sé un caballero». Me acomodé en el asiento.

—Te ve hermosa ―halagué entrando a circulación vial. No era una mentira (jamás lo era); la mitad de su cabello estaba trenzado, dejando unas ondas sobre sus hombros. Tal como le gustaba, su vestido se ceñía en su pecho, hasta su cintura dejando suelto el largo. Estando sentada le cubría las rodillas—. El color vino te sienta bien.

—También la bebida, dejarla ayer fue un suplicio para mí.

Me estiré hacia la parte trasera de su asiento y volví con la botella de anoche.

—Sirvió para no tener que comprar un obsequio para llevar hoy. —Rio. Sujetó la botella, colocándola en sus pies.

—Cuéntame de ellos —pide apagando la radio. Resoplé.

—El señor Dumas es médico, la señora Dumas diseña y confecciona ropa, pero no la vende en masas; digamos que cada prenda es única y odia que le pidan copiar algún diseño famoso —conté por encima—. Chandler es su único hijo; es fotógrafo, pero tiene un título en odontología.

—Todos tus amigos son rebeldes. —Fue mi turno de reír.

—Le ha ido bien trabajado en grandes revistas. Creo que su novia es modelo, no estoy seguro, pero la conoció en una sesión de fotos. Se llama Taylor, es británica.

Asintió. De reojo pude notar que fruncía el ceño y subía la rodilla izquierda en el sillón para girarse hacia mí.

—¿Debo comportarme de alguna forma? ¿Temas que no pueda tocar?

—Solo sé tú misma. —Le di la espalda, bajando la ventana para que la pantalla de seguridad me reconociera. El guardia en el video entornó los ojos, pero abrió la reja—. Gracias, Raffa. —Apagó el video, siempre tan simpático. Ingresé a la privada—. Y no, los señores Dumas tienen la mente abierta. En la universidad Chandler salió con un chico.

—¡¿En serio?! —se sorprendió. Solté una risa nasal, asintiendo, pero después hice una mueca.

—Olvídalo, sí hay tema prohibido. No le gusta hablar de ello.

Giré a la derecha al final del camino. Aquí todo es verde por los jardines y los grandes árboles, y blanco, marfil o crema de las casas. Después estaba la residencia Dumas, pintada de amarillo con pilares plateados.

—¿Por qué? —curioseó. Fui menguando la velocidad hasta estacionarme en un lugar en la cochera, detrás de la camioneta de mi amigo. Pasé los dedos por mi cabello, volteando a verla.

—El chico decía que no estaba listo para mostrarse en público ya que se acababa de transferir de escuela; Chandler lo entendió y lo quería demasiado para protestar. El problema vino cuando, en un partido de polo, apareció de la mano de otro; uno del equipo contrario. No solo eso, llevaban años saliendo, y todos lo sabían menos nosotros cinco; como siempre, los últimos en enterarnos.

—Qué cabronazo. Dime que lo golpearon —rogó con molestia; yo también volví a sentirla. Fue la primera vez que Chandler lloró; no salió de su habitación por una semana, y eso fue porque Didler lo obligó a moverse.

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