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YangYang presionó su cara contra la almohada, ahogando el gemido de placer que quiso escapar de su boca cuando sintió los dedos de Ten tocar ese punto sensible en su interior

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YangYang presionó su cara contra la almohada, ahogando el gemido de placer que quiso escapar de su boca cuando sintió los dedos de Ten tocar ese punto sensible en su interior. Además, la lengua del alfa no ayudaba un poco a encontrar algo de alivio. 

― No te aguantes ― le susurró Ten―, me encanta escucharte, bebé. 

― ¡Eres lo peor! ― le masculló YangYang, antes de jadear otra vez. 

No duró mucho en esa posición: pronto, terminó corriéndose sobre las sábanas, con las piernas temblando. Ten lo alcanzó a agarrar para voltearlo de lado, impidiendo que cayera sobre su vientre marcado: el día anterior cumplió los seis meses de embarazo y ya era evidente su estado. Su abdomen estaba curvado y sobresaliente, además, las feromonas que soltaba ya eran de tipo maternales. Por último, sus pechos también se encontraban un poco hinchados y sensibles, más de lo normal, preparándose para alimentar al bebé a futuro. 

YangYang soltó un gemido de gusto al sentir las manos de Ten acariciándole la panza, besándole el cuello. 

― ¿Estás menos caliente? ― le preguntó el alfa. 

― Tú te aprovechas ― se quejó el menor―, ¡ahora quiero frutillas! 

― ¿Frutillas? ― cuestionó Ten―. Podría conseguir con algo de chocolate y, quizás, usarlas para-

― ¡No quiero saber cómo termina eso! ― exclamó YangYang, golpeándolo en el brazo. Ten se rió entre quejidos―. ¡Vamos, debemos salir, Heum! No quiero quedarme encerrado aquí, ¡no vinimos a París a dormir! 

― ¿No? ― murmuró el alfa, pero YangYang lo ignoró, poniéndose de pie a pesar de estar desnudo. 

Ten no pudo evitar admirarlo desde la cama: el embarazo le sentaba muy bien a su omega, con el vientre abultado. En ese instante, YangYang tenía las mejillas rojas, los labios hinchados por los besos y el cabello desordenado. Pudo notar los restos de lubricante y esperma seco en sus muslos, pero eso lo hacía ver mucho más provocador de lo que ya era. 

Era un omega tan precioso. 

― ¿Te vienes a bañar conmigo? ― le preguntó YangYang. 

No tenía que decírselo dos veces. 

Dos días atrás viajaron a Europa, siendo su primer destino Francia. Ten pidió, finalmente, unas vacaciones de un mes, decidido a dedicarse esos días completamente a su esposo y mimarlo como correspondía. No es como si no lo hubiera hecho las semanas anteriores, pero considerando que debía trabajar, sólo tenía tiempo para consentirlo durante las tardes, al terminar la jornada laboral. 

Ten se sorprendió de lo distinto que era regresar a casa más temprano y abandonar esas horas extras que lo persiguieron tanto tiempo. YangYang estaba mucho más feliz con tenerlo en casa y, además, él también estaba más contento con ese cambio. Podía ver en primera fila todos los cambios que experimentaba su marido por el embarazo, además de que estaba para ayudarlo en lo que necesitara. Pero lo más importante era que todo en YangYang evolucionó también: esa mirada de tristeza que solía perseguirlo desapareció por completo, esa actitud complaciente y apagada se esfumó. Su esposo, con el pasar de los días, comenzó a florecer poco a poco. 

Una vez estuvieron listos, no tardaron en vestirse y salir del hotel en el que se quedarían cuatro días más, antes de partir a Inglaterra. Al ser primavera en el continente europeo, los días eran calurosos y un poco frescos, y como YangYang tenía esa pancita de embarazo, quiso ponerse un vestido. Era normal que los omegas varones usaran vestidos en algún momento del embarazo, y YangYang se veía muy lindo con esa prenda. Era grisaseo, con un corte y cuello ovalado, que mostraba sus piernas y las clavículas. 

Pronto salieron del lujoso hotel, tomados de la mano para ir a recorrer las calles de París. Tomaron un taxi que los acercó al centro de la ciudad parisina y YangYang iba con una expresión de maravilla total. Ten se preguntó cómo pudo haber tardado tanto en darse cuenta de que la felicidad estaba, literalmente, al lado suyo. 

― Podríamos visitar las catacumbas ― le dijo, mientras entraban a un museo de arte. 

YangYang se estremeció, horrorizado. 

― ¡No, que miedo! ― exclamó, poniendo ojos de cachorrito―. No vayamos, ¿y si aparece un zombie, Ten? 

El alfa se rió, atrayéndolo para darle un beso. 

― Lo golpearé ― aseguró. 

YangYang lo abrazó por el cuello, tan sonriente, tan hermoso, y Ten lo amó un poquito más de ser posible. 

― No es que no confíe en ti ― le dijo el omega―, pero conociéndote, saldrías corriendo y luego lo golpearías. 

― Es lo más probable ― concedió Ten, haciéndole un gesto para que siguieran caminando―. Mejor que no, ¿y si un espíritu se le pega a nuestro bebé? 

El menor hizo un gesto de asco que lo fue todo para el alfa: la nariz arrugada, las cejas fruncidas y la boca caída en ese triángulo adorable. 

― ¿Crees que sea niño o niña? ― preguntó YangYang más tarde, observando con admiración la Torre Eiffel desde lejos―. ¡A mí me gustaría que fuera niña! 

― Estaría bien con cualquiera de las dos opciones ―contestó Ten, sacándole fotos a YangYang con la cámara que le regaló su esposo―. Después de todo, tendremos muchos cachorros, tal vez deberíamos comprar una casa nueva. 

― ¿Por qué dices eso? 

― Pienso en siete cachorritos. 

― ¡Ten! ― YangYang comenzó a reírse sin control alguno y el alfa lo aprovechó para sacarle más fotos, porque el omega no podía dejar de carcajearse―. ¡Son muchos, me tendrás pariendo! 

― Tienes razón, si son muchos, deberé compartirte con demasiados bebés ― Ten se le acercó, abrazándolo para darle más besos―. Eres tan precioso cuando floreces, ovejita. 

El omega no podía eliminar la sonrisa de su rostro, contento de que el largo invierno hubiera dado paso a esa eterna primavera en la que estaba toda su felicidad.

El omega no podía eliminar la sonrisa de su rostro, contento de que el largo invierno hubiera dado paso a esa eterna primavera en la que estaba toda su felicidad

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