Capítulo 4

2.4K 164 57
                                    


Aparcó frente al bloque de pisos. Seguía algo inquieta, además del hecho que esa misma mañana no tuve tiempo ni de recoger. La casa estaba hecha un desastre y la primera persona, a parte de Celia y mi familia, iba a verla de ese modo.

Entramos en el edificio y sin hablar, nos dirigimos hacia las escaleras. Era un pequeño edificio de tres pisos, y yo vivía arriba del todo.

Vivía en Brooklyn, así que era tranquilo y acogedor, como a mí me gustaba. Subimos hasta mi puerta y ahí entré ligeramente en pánico. Justo cuando iba a meter la llave, me paré y le miré.

—La casa no está precisamente visible —hice una mueca.

Él se inclinó hasta mi oído.

—El orden está sobrevalorado —susurró, sonriendo de lado.

Tragué saliva. Bueno, ya no había vuelta atrás. Abrí la puerta y, mientras memorizaba qué había tirado por la casa, encendí las luces. Rápidamente comencé a retirar todo lo que pude. Ropa tirada en el sofá, el café de esta mañana, el cepillo de dientes en la cocina...

¿¡El cepillo de dientes en la cocina!?

«Así nos va»

—Creo que esto también querrás recogerlo —dijo Al en alto.

Al darme la vuelta para verle, mis ojos se abrieron como platos al ver lo que alzaba en su mano, mostrándomelo.

—¡Madre mía! —corrí hacia él y le arranqué de las manos el tanga negro que había rescatado del otro sofá con la cara sonrojadísima—. Lo siento, yo...

Rio.

—Nedra, no eres la primera ni la última que alguna vez haya olvidado en el sofá su ropa interior —se inclinó hacia mí—. Aunque debo reconocer que tienes buen gusto.

Le pegué en el brazo, con fuerza, y él se quejó, pero sin dejar de divertirse con lo que acababa de ocurrir.

—Idiota —mascullé.

Él se dirigió hacia la cocina para dejar las bolsas con la cena. Habíamos, bueno, había optado por comida japonesa, una de mis favoritas.

—¿Dónde están los cubiertos? —preguntó, pero él ya había iniciado su búsqueda, oyendo el ruido de cajones abrirse.

—¡El primero de la izquierda! —respondí, habiendo recolectado lo más grave que había dejado por el salón y lo escondí en el cuarto que usaba para los trastos. Mañana, con calma, ya limpiaría.

Cuando regresé, habiendo cogido el portátil de mi cuarto, le encontré ya sentado en el sofá con todo listo. Me senté junto a él, soltando un suspiro. Vi que él sacaba los palillos y me los dejaba a mí. Él optó por un tenedor, lo que se me hizo curioso. Levanté una ceja, mirándolo. Él se percató.

—¿Qué?

—¿No sabes usar palillos? —pregunté con una sonrisa algo cruel. No respondió, lo cuál contestó a mi pregunta—. ¡No sabes usar palillos!

—¿Y? ¿Tan malo es? —defendió, pero claramente le daba algo de vergüenza admitirlo.

—Al menos lo has intentado, ¿No?

Negó.

—Para qué, si existen los tenedores.

—Pues hoy, voy a enseñarte a usar los palillos.

—Nedr...

—Calla y suelta eso —dije tomando el tenedor de su mano dejándolo en la mesa. Tomé los palillos que siempre ofrecían y los separé. Se los di y yo cogí los míos, mostrándoselo—. Mira, esto va así.

UN TRATO Y POCO AMOR ✔ [ ¡¡EN PAPEL!!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora