Capítulo 16

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-Cenicienta, le voy a pedir de sumo favor que atienda a las clases de una vez por todas. Cuando medio continente se ría de usted por no tener ni un ápice de modales, los berrinches y los llantos no le van a ayudar a retirar la vergüenza. _insistió por nonagésima vez la castaña de orbes rubí, siendo olímpicamente ignorada por el de hebras moradas_ Esa actitud infantil que tiene es el mayor problema que haya enfrentado la humanidad.

-Esa persistencia tan molesta que tienes es lo que hizo que el diablo te sacara a patadas del averno _respondió con desdén, provocando que Maki le mirase de mala manera ante el insulto_

-¿A quién habrás salido tú tan malhablada?

-¿A quién habrás salido tú tan insoportable?

La pelea no tenía fin, Kokichi siempre encontraba un insulto para contrarrestar los de Harukawa, quien ya se daba cuenta de que seguirle el juego para que se cansara tampoco era una opción para lograr que se hartase y atendiese a sus clases de una vez. No tenía forma de lidiar con él, o eso, o ella no estaba cualificada para soportarle en ningún sentido. ¿Cualificada? Conocía a alguien que sí estaba cualificada para hacer a aquel diablo de metro y medio atender a las clases de etiqueta de una vez. Le dejó largarse viendo que ya no había nada que hacer y se fue a su habitación para escribir una carta que pretendía enviar aquella misma mañana.

Kokichi se dispuso a perder su para nada importante tiempo por ahí. No tenía ganas de ir con la reina, ni de hablar con la consejera, o de cocinar con las sirvientas o de recorrer los jardines, tampoco quería irse a tomar una siesta, pues sabía que alguien iba a interrumpir su sueño de cualquier modo. Así que recurrió a la vía fiable que nunca dejaba de entretenerle. Se encaminó a la biblioteca real, en cuyo interior había tanto silencio que parecía más funeraria que biblioteca entre tanto libro de tapa negra. Sin previo aviso, le pegó una santa patada a la puerta que resonó por todo el interior y seguido de eso, se escuchó un sinfín de cosas caer. Caminó entonces al interior de la habitación, encontrando al pobre Rantaro sepultado entre miles de libros de cualquier tema que a él no le importaba ni tres granos de tierra y muy dramáticamente se lanzó sobre el de hebras verdes pidiendo su completa atención. A Rantaro no le quedó de otra más que escuchar todo su berrinche mientras ordenaba los libros como podía, pues Kokichi se había antojado de colgarse de su cuello como un koala y tal parecía que el vestido pesaba 3 kilos más que él.

-Rantaro, juguemos a las escondidas, me aburro mucho _le pidió casi llorando el de baja estatura mientras el peliverde le dejaba sentado sobre una mesa aleatoria para que se soltase de su cuello_

-Sabes bien que no puedo, si mi muy adorada madre se entera de que no estoy estudiando todo el centenar de libros sobre temas del reino, un hueso no va a ser lo único que tenga roto...

-Tenko no te va a hacer nada, ¿qué te asusta?

-A ti tal vez no desde que eres de cristal, pero no aplica para el resto de los habitantes de este palacio y lo sabes.

-Pero es que me aburro y ella es demasiado brusca como para pedirle que juegue conmigo. Si le da por patear cosas, quien queda hospitalizado soy yo. _sentenció de brazos cruzados y apartando la mirada ante la imagen que le vino a la mente y en la cual bien parado no salía. Rantaro permaneció en silencio. Él estaba acostumbrado a ser golpeado por su madre desde que parecía burro pateador, pero el pobre Kokichi no saldría vivo si llegaba a recibir una solo golpe de la reina_

El peliverde dejó los libros de lado y accedió a jugar con Kokichi dando a notar su gran desagrado ante la idea de verle con cualquier cantidad de huesos rotos y se quedó contando tras la puerta de la biblioteca para que este saliera y corriese a sus anchas para esconderse. Ya parecía un crío entre consentimientos y juegos infantiles, pero no se quejaba, le gustaba esa faceta suya. Finalmente llegó al número 20 y ya el más bajo se había esfumado, la gran odisea sería encontrarle sabiendo lo bueno que era para desaparecer y no volver a ser visto en horas.

Kokichi se había escondido demasiado bien y que el palacio fuese tan condenadamente grande no ayudaba a encontrarle siendo que él era un máster en el juego. Recorrió la tercera planta, la segunda, la primera, el jardín y hasta los establos, pero no aparecía. Cabía la posibilidad de que se estuviese cambiando de escondite cada cierto tiempo pero la idea de que aún estaban jugando desapareció cuando le escuchó gritar en cualquier parte menos en la que él estaba. Ni siquiera supo de dónde obtuvo la velocidad para regresar, literalmente, a la velocidad de la luz al palacio y se topó con la consejera de hebras rojizas que había llegado corriendo tan rápido como él.

-¡¿Dónde está la niña?! _exigió una respuesta Himiko que ya había adoptado posición combativa_

-Eso me gustaría sabe– _fue interrumpido por el estridente grito de su madre que resonó por todo el palacio_

-¡¿Qué le hicieron a mi preciada Cenicienta?! _espetó la reina histérica desde sabrá Dios dónde y acto seguido apareció por uno de los pasillos hecha una furia_

Una de la sirvientas llegó corriendo con ellos totalmente alarmada y procedió a indicarles donde encontrar a la princesa extraviada. Ni bien llegaron al lugar indicado se toparon con algo que no esperaban ver, y era que el de hebras moradas se hallaba riendo como niño de 5 años mientras una joven de cabellos grisáceos y cortos le hacía cosquillas muy delicadamente. ¿Quién era esa y qué hacía tocando a la "niña"? Esa era la duda que persistía en la cabeza de los 3 recién llegados.

Naugthy Cinderella [Oumami] ©RoseSanae55Where stories live. Discover now